Hace pocos días, durante un mitin efectuado en el estado Anzoátegui y sin que lo traicionara un sonrojo ni asomara la sutileza de un disimulo que encubriera su opinión, el presidente Maduro declaró: «Todo el que tenga carnet de la patria tiene que votar, eso es dando y dando. Estoy pensando en darle un premio al pueblo de Venezuela que salga a votar ese día, con el carnet de la patria». Y añadió: «Por la democracia, por la libertad, dando y dando: recibo mi derecho social al trabajo, al estudio, a la pensión, pero yo le doy a la patria mi voto».

Sin el menor pudor político, el presidente Maduro ha repetido lo mismo, palabras más palabras menos, en otros lugares y momentos. Se trata de una estrategia electoral, ideada hace algún tiempo, que se ha ido afinando con el objetivo de presionar al elector a través de medidas políticas clientelares, articuladas principalmente en torno al uso del carnet de la patria. Hablamos de medidas que supeditan la obtención de ciertos beneficios económicos al requisito de respaldar su candidatura con el sufragio.  Expresado con crudeza, que en este caso no es exageración, el gobierno propone, en esencia, cambiar votos por comida.

Estamos, así pues, ante un medio de presión –entendido como elemento de un sistema general de control del ciudadano que se va sofisticando–, claramente incompatible con la libertad que debe tener el ciudadano al momento de manifestar su voluntad política. Un medio que convierte la elección en un chantaje, sobre todo para los sectores sociales más desfavorecidos, ante el cual resulta, por cierto, muy ruidoso el silencio del árbitro electoral.

Con su propuesta, reiterada en alguna cuña de su campaña, el presidente Maduro pervierte la democracia, al tiempo que deshonra al ciudadano. Le roba la condición humana, como lo explica el filósofo Avishai Margalit en su libro La sociedad decente, la que describe como aquella cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad. Muestra así las costuras de un proyecto político basado en un discurso que contradice la realidad, que resulta cada vez más ajeno al  país y cuya idea central es conservar el poder de acuerdo con un formato cada vez más autoritario. En este contexto ha ido haciendo de la política una cuestión de trueque: dando y dando.

Al decir lo que dijo, el presidente empaña aún más un proceso electoral caracterizado desde sus inicios por numerosas infracciones legales, contribuyendo así, como lo expresó el Observatorio Electoral Venezolano –organismo de cuya directiva formo parte–, a generar gruesas dudas sobre los resultados del domingo 20 de mayo, circunstancia que, según han apuntado diversos sectores e instituciones, tanto dentro como fuera del país, complicará todavía más la muy difícil situación nacional.

Así las cosas, los próximos comicios, lejos de marcar el paso para solucionar nuestros problemas, todo indica que los empeorarán. Pareciera, entonces, que el lunes 21 difícilmente tendremos más despejado el horizonte.  


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