Es probable que la gente agobiada por las colas, la escasez, el terror de Estado y la pobreza extrema ya no piense en el origen del régimen que redujo sus vidas a sobrevivir. No se conoce en la historia de la humanidad un país en el que el sistema político comunista, o de socialismo real, no haya sometido a sus gobernados a la condición de necesidad (a solo pensar en cómo conseguir la forma de comer) y a la más terrible sumisión al partido-Estado. Es la realidad desde que la revolución bolchevique en 1917 asumió el poder en el país más extenso del mundo (al cual denominaría Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas: URSS) y que posteriormente lograría extender su modelo a muchas naciones, en especial a las que ocupó militarmente en la Segunda Guerra Mundial (región de Europa Oriental). Entre ellas hemos elegido una para responder a la pregunta que titula este artículo, para aprovechar la lectura de un testimonio sin igual en las memorias (2013) de Heda Margolius Kovály, Bajo una estrella cruel. Una vida en Praga (1941-1968), una obra editada en Barcelona por Libros del Asteroide. Nos referimos, claro está, a ese país que ya no existe: Checoslovaquia.

Checoslovaquia, país que nació en 1918 después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) gracias al liderazgo del checo Thomas Masaryk (1850-1937), quien logró el apoyo de los aliados para la independencia de su patria del Imperio Austro-húngaro, fue la democracia más duradera en el período de entreguerras (1919-1939). Y esto gracias a que era el décimo territorio más industrializado, junto con el hecho de ser una sociedad con importantes grupos obreros, clase media y élite empresarial. Pero Hitler ambicionaba estas tierras y presionó a Occidente para su anexión, la cual fue lograda en 1939 desde del Pacto de Munich de unos meses antes. Después padecería todas las consecuencias del totalitarismo nazi y la Segunda Guerra Mundial. Aunque dio muestras de coraje al organizar el único atentado exitoso contra un jerarca nazi, Reinhard Heydrich (1904-1942), que llevó al castigo a varios pueblos, el más famoso de los cuales fue el de Lídice, donde asesinaron a todos sus habitantes, incluidos mujeres y niños (varios países dieron este nombre a algunos de sus barrios y poblaciones para que nunca se olvidara su martirio).

Al finalizar la Segunda Guerra, el pueblo checoslovaco reabrió sus partidos políticos y al parecer iba a asistir a un renacimiento de su democracia, pero no fue así, pues en febrero de 1948 el Partido Comunista (que era parte de la coalición gobernante) dio un golpe de Estado, y comenzó la pesadilla que padecen todas las sociedades sometidas por el comunismo al perder su libertad y las posibilidades de prosperidad. ¿Por qué ocurrió esta tragedia? Heda Margolius nos ofrece una respuesta distinta a la que expresa que fue por la presencia de los tanques soviéticos, los cuales terminaron por establecer que Checoslovaquia era parte de la zona de influencia de la potencia liderada por Josef Stalin.

A diferencia de los otros partidos comunistas de los países de Europa Oriental, el checoslovaco era importante antes de la guerra, pero posteriormente a esta lo fue aún más, al lograr ser el más votado en las primeras elecciones; aunque por ser un sistema parlamentario no obtuvo el poder sino que formó una coalición siendo el presidente Edvard Benes (1884-1948), quien había dirigido el gobierno en el exilio. ¿Por qué los comunistas lograron tal apoyo popular? Heda Margolius explica que la gente se acercó a ellos “no por rechazo (a la democracia) sino por pura desesperación, al ver la naturaleza humana mostrar su peor cara tras la guerra” (p. 54). La intensidad de la tragedia fue tal que la gente “había eliminado sus deseos de bienes materiales y encerrados tras alambradas, desposeídos de todos los derechos, habíamos dejado de considerar la libertad como algo natural” (p. 59). En medio de esta depresión, los comunistas dieron ejemplo de sacrificio al ser partisanos, y su propaganda “ofrecía respuestas (y soluciones) tan claras a las cuestiones más complicadas (…) y mucha gente fue hasta sus filas por la intensidad y bondad de sus sentimientos, (…) junto a la disciplina y capacidad de resistencia” (pp. 56, 59 y 61). Y por último: muchos colaboracionistas se refugiaron en el Partido Comunista para ocultar sus acciones durante la guerra (p. 71) al igual que “ladrones, burócratas corruptos, incompetentes, holgazanes” porque “en una organización basada en la disciplina estricta y mecánica, la mediocridad y la incapacidad de pensar con independencia se convertirían en las mayores virtudes” (p. 72).

Los comunistas sometieron a su pueblo por medio de un sistema totalitario que dedicó sus primeros 10 años a asesinar, torturar y convertir a las mayorías en delatoras y espías de sus compatriotas. Bajo la propaganda y el sistema policial, y desviando la industria de las metas que el mercado le establecía a las que le imponían los burócratas y la URSS, los checoslovacos optaron por refugiarse en la vida privada o emigrar. La democracia nunca murió en sus corazones, y fue así como el pueblo presionó al sector menos conservador del Partido Comunista y se inició un proceso de liberalización que en estos meses está cumpliendo 50 años y que se conoció como la Primavera de Praga. Sobre la misma escribiremos otro artículo, Dios mediante, en poco más de un mes.


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