A una de las dimensiones de la tragedia nacional que día a día nos golpea inmisericordemente. Que forma parte de esa triste realidad de múltiples caras, de esa espantosa crisis que no se reduce a lo económico ni a lo político. Quizá para algunos pasa desapercibida o no se le da la debida importancia ante el peso de las tantas dificultades que tenemos que enfrentar. Pero está ahí con nosotros, en diversos espacios de nuestra vida cotidiana. Como diciéndonos, para qué amargarse, hay que saber llevar la vida. No nos queda otra. Es la imagen que nos encontramos en cada calle, en diversos lugares. Es de la gente que a diferentes horas hace una cola para comprar alimentos, medicinas o cualquiera otra cosa. En la madrugada, en la mañana, en la tarde, en la noche. Sin perder la compostura. Más bien, contándose anécdotas entre sí, haciendo chistes, riéndose, burlándose de sí mismos y de los demás. Esperando pacientemente. A lo mejor deslizando una u otra queja. Pero más allá, nada. Al final, solo podrán verse las caras de satisfacción de quienes exhiben en sus manos uno u otro producto que han podido adquirir a cualquier precio después de muchas horas de estar en esa cadena humana víctima de la escasez y de la crisis humanitaria que padecemos. Es triste. Es real.

Confieso que no sé qué nombre ponerle a esa realidad. Cómo denominarla. Si llamarla conformismo, resignación, sumisión, evasión, indolencia, apatía, cobardía o cualquiera otra cosa. Son términos que aparecen en distintas referencias sobre el punto. Asimismo, no sé si se trata o no de un modo histórico de comportamiento de los venezolanos ante las grandes dificultades, tal como lo sugieren estudiosos del tema. En verdad, no creo que eso sea lo más importante en estos momentos. ¿Qué ganaríamos con limitarnos a colocarle una etiqueta? ¿Para estigmatizarnos? ¿Para amargarnos y en cierto modo sentirnos condenados a estar jodidos para siempre? ¿Para hundirnos en el escepticismo ante aquello que se asume como algo penoso e irremediable? ¿Para conformarnos? ¿Para la renuncia, en fin? Lo que sí me atrevo a decir, no obstante, es que es una realidad desconcertante, dolorosa y preocupante. Uno de los rostros de la tragedia nacional que ahora vivimos. Un producto de la espantosa miseria provocada por la tiranía madurista. Un modo de controlar la vida de los venezolanos. Una realidad que tiende a hacerse más dura e insoportable. Una realidad que no nos está permitido seguir evadiendo. Por tal motivo, preferiría más bien verla como portadora de un reto, de una interpelación, de un mensaje desafiante que deberíamos atender con urgencia. Eso sí.

Mucho más importante es propiciar una labor de mayor concientización sobre esas cadenas humanas de la sobrevivencia y la crisis humanitaria que padece el país. Para hacer más evidentes las responsabilidades del régimen y desnudar sus mentiras y perversidades. Para generar esperanza y ganas de luchar. Y acompañar esa tarea con la protesta cívica, con la movilización organizada de la ciudadanía, con exigencias concretas para ponerle coto a las calamidades. Todo un verdadero desafío para los partidos políticos y las organizaciones civiles que han planteado la necesidad de construir una plataforma unitaria que involucre activamente a los sectores sociales más vulnerables. Ciertamente, la unidad sin esa conexión es muy difícil que levante vuelo y se convierta en un instrumento eficaz de lucha.

En definitiva, es una de las diversas caras de la realidad de la gente en la Venezuela de hoy, a la cual hay que prestarle mayor atención para armar una estrategia que nos permita enfrentar y superar la grave crisis nacional.

[email protected]


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!