Creo que si nos lo hubiesen contado hace 10 años, posiblemente no hubiésemos creído la degradación que han alcanzado las formas de movilización ciudadana en zonas urbanas en Venezuela en estos últimos 2 años –para no ser tan exagerados respecto al calificativo inicial–, sobre todo para quienes de alguna manera hemos estado involucrados, de una forma u otra, en actividades para construir y evolucionar nuestras ciudades, desde la plataforma que cada quien ha tenido disponible: académica, servicio público, constructoras/inmobiliarias, consultoría/asesoría, investigación, activismo ciudadano, entre otras. Nos anticipábamos, advertíamos, denunciábamos, actuábamos… pero conservábamos un poco de esa esperanza en la buena fe del otro –entendiendo que ese otro era el gobierno rojo de turno– y creíamos que no era posible un escenario como el de las ciudades cubanas pero en suelo patrio.

Hemos sido testigos de cómo han “echado a perder” un sistema como el Metro de Caracas, que fuera punta de lanza de la transformación de la ciudad en los años ochenta y noventa del siglo pasado, y que llegara a ser reconocido como excepcional en su tipo –al menos- en Latinoamérica– por lo impecable de su operación, pero también por su estructuración, conceptualización, planes de expansión, la mezcla del arte, la arquitectura y la alta ingeniería, en la recuperación de espacios públicos, etc. Esa “cultura Metro” que tanto nos identificaba a los caraqueños y que todavía estamos a tiempo de rescatar. Pero este fenómeno de “destruir” no solo se ha hecho presente en el sistema ferroviario urbano e interurbano –trenes de cercanía–, particularmente de Caracas, sino en el transporte superficial urbano, suburbano e interurbano, en los sistemas de movilidad peatonal y en todo aquello que le permite desplazarse dignamente a una persona en las ciudades, sin contar las calamidades para quienes tienen movilidad diferente.

Esa obsesión por destruir, a mi parecer, tiene mucho que ver con la falta de capacidad gerencial de quienes han ido ocupando cargos de relevancia a lo largo de estos 20 años de chavismo en los ministerios, institutos, fundaciones y empresas públicas relacionadas con el transporte en Venezuela. Pero si nos ponemos un poco “mal pensados”, pudiera tener que ver con crear las condiciones para también controlar a la población por el derecho a transportarse, aquello que en algún momento se usaba hasta como bandera política: derecho al libre tránsito-, así como lo han hecho con el hambre colectiva y la siembra del terror en la ciudadanía.

Pero el derecho a libre tránsito –por cierto contenido en la Constitución del país– va más allá del hecho mismo de movilizarse, pues implica también estar en condiciones de accesibilidad y seguridad –óptimas– para hacerlo; esa al menos es la obligación de quienes gobiernan un territorio municipal, estatal y nacional. Si por ejemplo, en una condición hipotética, me dieran la posibilidad de movilizarme desde un punto A hasta un punto B, sin pagar ni un céntimo, estaría posiblemente bastante atraído en hacerlo; pero si sé que al poner un pie fuera de mi casa me pueden matar o atracar, quizás me lo pienso mejor y no lo hago, a menos que sea estrictamente necesario que prefiera poner en riesgo mi vida para llegar a un destino. Entonces, son muchas las variables que deben incorporarse en el análisis multicriterio de esa “empresa” que llamamos “moverse”, que no puede banalizarse y hacer que se concentren esfuerzos solo en disponer de un material rodante, cualquiera que sea, para que la gente se transporte.

Sin duda, habrá quien lea este artículo y diga que quizás resulte absurdo que me ponga a escribir de esto, cuando lo más importante para la gente es lo básico –a la altura del primitivismo– como lo es tener luz y agua para sobrevivir. Aun así, asumo las consecuencias y me ataca la terquedad, porque quedarme callado y no decir que en este escenario de adversidad el proponer debe ser siempre nuestra principal bandera, con el agregado de la dosis de esperanza.

Ya en otras oportunidades escribía sobre el particular, en artículos como: “Seamos protagonistas de nuestros propósitos: las ciudades y el país lo piden a gritos” publicado por El Nacional Web en enero de 2017, al igual que en la serie que titulé “¿Nos rendimos?” que tuvo tres entregas entre noviembre y diciembre de 2017, en las que les traje a colación lo que arrojó un análisis no estadístico que hiciera a manera de sondeo, demostrando que iniciativas para ciudades en Venezuela tenemos de sobra, que no se quedan en el papel sino que han logrado cambiar realidades en un contexto adverso de país, con un sinnúmero de éxitos de esos que llamamos “victorias rápidas o tempranas” en la planificación estratégica urbana, que permiten que la gente siga guardando esperanza y mejor aún, se contagie y se incorpore en acciones que los convierta en agentes de cambio.

No es que pasemos de una realidad compleja y caótica a una de mejor expectativa en un abrir y cerrar de ojos, pero no es menos cierto que si nos dejamos avasallar por los pocos malos que hacen ruido, entonces nos quedan dos opciones: desistir y convertirnos a la “ideología del destruir” o acostumbrarse al mal vivir siendo seres reactivos y no proactivos. Que al final de cuentas, confluyen en una sola cosa: la desesperanza, que es lo que siempre ha promovido el régimen y lo ha hecho con una receta exitosa en muchos casos. Habrá quienes crean que no queda otra opción, pero yo sigo insistiendo en que sí la hay y tenemos el derecho de explorarla hasta lograrlo.

Todos los países en algún momento han pasado por momentos difíciles, cada uno con sus particularidades. Para sobrellevarlo lo mejor posible, así como sucede en el plano personal, lo mejor como sociedad es aceptar esa situación y seguir caminando hacia adelante. Pensar en la adversidad se convierte en el arma más dañina que pueda existir, ya que puede introducirnos en un círculo vicioso donde el pensamiento se centra exclusivamente en el problema y no deja lugar para otras cosas más positivas que ayudan a mejorar. De todas las malas experiencias, siempre hay algo positivo, y que más que entender que la adversidad puede ser abordada desde una perspectiva constructiva, centrada en la búsqueda de soluciones.

Les propongo entonces poner en práctica 5 acciones:

  • Debe tenerse un plan para salir del escenario negativo. Muchas acciones continuas pueden ayudar a cambiar en el corto plazo. No conozco los detalles de lo que a tal efecto comprende el Plan País en materia de movilidad, pero estoy seguro de que hay muchas mentes brillantes dignas del talento venezolano que están aportando en este momento para que se delinee el escenario futuro próximo, luego del cese de la usurpación que nos oprime.
  • La adversidad es temporal. Todo tiene su final, como dice una canción famosa. Así que debemos prepararnos para ese “día después”, desde lo ciudadano y desde lo profesional y especializado para nuestras ciudades.
  • Imaginar –con los pies bien puestos en la tierra– cómo será esa mejor situación que anhelamos. Y así habrá motivación suficiente para luchar por alcanzarlo. Eso sí, practiquen buenas acciones ciudadanas desde ya, no se dejen contaminar por el caos.
  • Dedicar tiempo a lo lúdico, a lo recreativo, a la desconexión. Eso contribuirá a limpiar los pensamientos y enfocarse en la reconstrucción del tejido urbano y social de nuestras ciudades, que pronto deberá ponerse en práctica.
  • Entender las capacidades individuales y disponerse a sumar, para que haya una masa crítica suficiente y bien engranada, que esté dispuesta a contribuir con su accionar en la transformación, dentro y fuera de Venezuela.

Ahora bien, tampoco quiero que se mal interprete lo que plasmo en estas líneas de hoy, pues no se trata de convertirse en Dalai Lama ni vivir sobre escenarios superfluos y poco sustentados. Lo que quiero transmitir es que así como existen las necesidades básicas de las que regularmente escuchamos hablar y se escribe al respecto hasta el cansancio, también es cierto que sobre nuestra vida en ciudad debe seguir habiendo disidencia y aporte, que no nos debemos dejar vencer por la adversidad, porque queda claro que existió el milagro japonés, el alemán y hasta el colombiano, ¿por qué no va a existir el venezolano?. Todo va a cambiar en la medida en que nos lo propongamos. Las ciudades no son más que el reflejo de lo que somos como sociedad y es allí donde debemos iniciar el mayor cambio. ¡Hasta la próxima entrega!

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