El ejercicio permanente de proyección en que viven los angustiados cabecillas de la dictadura les hace asignarnos, a quienes estamos cumpliendo el deber de restablecer la efectiva vigencia de la Constitución, un plazo. La cantaleta de moda para ellos es que nos quedan no sé cuántos días para la realización del evento inconstitucional de elecciones mussolinianas que programaron apuraditos, para el 30 de julio.

Nos ponen plazo y amenazan con ese término. El 30 de julio se acaba todo, repiten en su aparato de propaganda, como tratando de convencerse a sí mismos y al mermante 15% de la población que los acompaña y que muy eficientemente espantan de sus filas, día a día. Y aun cuando no completan la propuesta que da forma al ultimátum, no es difícil leer la parte faltante en sus obras. En lugar de pedir lo que quieren a cambio, sin embargo, contradictoriamente cada día tratan, con todos los medios a su disposición, siempre violando la Constitución, de aplastar a quienes piensen distinto. Y todo porque el 30 de julio lo ven muy lejos.

Se les acaba el tiempo, porque ese comandante implacable e incesante que es el reloj, también se les volteó. Conscientes de ello, porque saben que esa cosa que desean montar pero que no podrá funcionar, pisan el acelerador. Confiesan con sus actos que no hay que esperar al 30 de julio, porque el día llegará, pero sin el mamotreto. Por ejemplo, quien ocupa el puesto de defensor del pueblo pidiendo que le asignen a él las atribuciones del Ministerio Público, aun a riesgo de confesar además que nunca supo por qué está allí, ni a quién es que debe defender. El diputado que se declaró presa de la paranoia de persecución que lo hizo declarar que lo espían los muñequitos de la TV, pidiendo que declaren que la señora fiscal general de la República –proyectando, otra vez, su propia afección psicopatológica– no está en sus cabales. Quienes ocupan los puestos de magistrados de la Sala Constitucional, amenazando con poner presa a la fiscal, luego de decidir ellos mismos que fueron correctamente designados entre gallos y medianoche, cadivianamente cobrándose y dándose el vuelto, aunque con unos niveles de estrés que son de infarto y podrían requerir de cateterismos. Todo eso, no el 30 de julio cuando podrían hacerlo, según la Constitución que tachan y reescriben a su antojo, sino ahora. Aceleran y aceleran, pero ahora se les acaba la gasolina.

Ante ese muy claro panorama que revela que el comandante reloj también los abandonó, es necesario fijar dos ideas. La primera es que quienes nos oponemos a la dictadura debemos mantenernos honrando el deber de colaborar para restablecer la efectiva vigencia de la Constitución. Es un deber muy difícil, pero no nos queda otra que cumplirlo. Y el plazo para ello es hasta que logremos cumplir con ese deber. No nos queda otra que mantener la constancia de estos más de setenta días de protesta cívica y pacífica, por el tiempo que sea necesario. Para nosotros el 30 de julio es una fecha en la que pudiera perpetrarse una atrocidad más, en la larga cadena de hechos del golpe de Estado que han venido perpetrando tiempo ha, pero no pone fin a la vigencia del deber establecido en el artículo 333 de la Constitución. No nos angustiemos por el 30 de julio, mucho más que por los asesinatos, las agresiones y las privaciones ilegítimas de libertad que estamos sufriendo hoy, porque lo que viene después no va a ser muy distinto a esta dictadura que nos mata por hambre o por represión, sin que la Constitución valga para ella un medio partido por la mitad. Para mí, ya estamos viviendo la era pos-30 de julio. Me da igual que las viejecitas del CNE juramenten hoy mismo a los quinientos y pico de reciclados, porque salvo por la pantomima, en su farsa ya ellos saben quiénes son. Por supuesto que los creo capaces de cometer atrocidades criminales mucho más crueles, destructivas y sangrientas, que las perpetradas por las bandas armadas que, con o sin uniforme, asaltaron innumerables domicilios en El Paraíso y Terrazas del Ávila, por mencionar solo lo ocurrido en Caracas el miércoles y el jueves. Esas atrocidades, sin embargo, seguirán siendo las mismas, independientemente de que las ordene uno, o las manden a cometer diez o quinientos.

Por cierto, y ya que debí referirme a las atrocidades, visibles o invisibles, creo que es el lugar para escribir algo cuya importancia lo hace ineludible. Y es la crueldad con la que dispararon a esa mascota de raza mestiza llamada Cross el miércoles pasado en Los Verdes, a sangre fría y frente a su dueña. Semejante conducta demuestra claramente que la más pura inocencia no tiene significado alguno para ellos. No creo que quede alguno por allí, pero pobre de aquel venezolano que crea que por ser indiferente se va a salvar de la saña asesina de esta dictadura. Y a las almas inservibles que celebran el asesinato de un perrito, basta decirles que solo hay que dejar que se consuman en lo que son.

Así que, si bien es obligante salir de esta tragedia lo más pronto posible, no son los términos que la dictadura dicta los que deben apremiarnos. La Constitución es muy clara. Un manifiesto que fuera aprobado por el Consejo de la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad Central de Venezuela, a finales de mayo, enfatiza que cualquier cosa que se decidida por eso que la dictadura ha dado en llamar constituyente, no tendrá valor jamás: “Cualquier acto, normativo o no, que emane de semejante artificio fraudulento, como lo es un tumulto convocado como consecuencia de la usurpación del poder constituyente originario, jamás podrá ser válido”. Y no es que eso sea así porque se les antoje a unos universitarios desvelados. Es así porque para enfrentar tropelías de la naturaleza como la que vivimos, es lo que prescribe la propia Constitución, en su artículo 333: “Esta Constitución no perderá su vigencia si dejare de observarse por acto de fuerza o porque fuere derogada por cualquier otro medio distinto al previsto en ella”.

La segunda idea es que el apuro está del lado de ellos, pero los tiene tan locos que en su desesperación, al pretender ponernos un ultimátum cuyo plazo expiraría el 30 de julio según la fábula que quieren montar, olvidaron decirnos qué demonios es lo que quieren a cambio. Que lo pidan. Hay que lograr que digan lo que quieren a cambio. Obvio que no es nada difícil adivinar que quisieran la impunidad total, pero eso es algo que tendrá que precisarse en la negociación que siempre ocurre y que, en nuestro caso, va a ocurrir después de las muertes y demás atrocidades lamentablemente ya ocurridas. Yo creo que en la evaluación de la situación es necesario impedir por todos los medios que se pierda una vida más, así haya que darles el oro que está (¿estará?) en la esquina de Carmelitas. Tenemos que entender que estamos en una situación en la que 85% de la población somos rehenes de la dictadura y han demostrado que están dispuestos a asesinarnos a todos. No después del 30 de julio, sino ya.

El tiempo se les acaba a quienes sostienen esta dictadura, desde adentro y desde afuera. Así como ese traidor comandante reloj se les volteó, el deslave en las filas de quienes los acompañaron alguna vez, crece sin que puedan frenarlo. Esa es la angustia en la que viven, si es que a eso se le puede llamar vida.

Podrán seguir asesinándonos, pero el tiempo no se nos acaba hoy, ni el 30 de julio, ni después. La dictadura, en cambio, está de plazo vencido viviendo una prórroga que expira en cualquier momento. Va de suyo que hablo de aquí y de ahora.


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