Dos mundos se debaten por la supervivencia económica en medio de los nuevos códigos de la globalización. El beneficio económico está marcado por la capacidad de utilizar la inteligencia y fomentar la creatividad.

El primer mundo se apoya en la innovación y en consecuencia fortalece su estrategia productiva a través de mayores capacidades científicas, tecnológicas y de sus capacidades para la adaptación rápida y eficiente frente a los cambios tecnológicos que se producen. Es un mundo que depende muy poco o nada de la riqueza que su geografía natural le ha dispuesto. El segundo mundo es dependiente absoluto de las riquezas naturales; de su extracción y de su venta. Es un mundo acostumbrado a producir poco y a tener sus bienes de consumo por medio de los demás. Su sociedad endeble ante la seducción de las políticas populistas.

¿Cuál es la consecuencia de pertenecer a un país de ese segundo mundo?

No solo es notable la brecha de desigualdad social existente en los países que lo conforman, también lo es el deterioro de la calidad de vida. En general, en el segundo mundo no se respira mejor que antes, no aumenta la esperanza de vida, no hay una mejor nutrición. La gente no se enferma menos que antes, continúa la mortalidad infantil por causas de enfermedades respiratorias y aún permanecen las enfermedades tropicales que debieron, desde hace ya algún tiempo, ser controladas. Tampoco hay mejores universidades que las que debieran haber. Los países del segundo mundo no tienen ni se acercan a los niveles de educación que el mundo de hoy demanda.

No obstante, esto es quizás apenas algunos de los problemas que se identifican, hay muchos más. Por ejemplo, la incisiva actitud de la política de Estado en países de América Latina de hacer creer que ya transitan a la innovación, cuando al mismo tiempo continúan siendo países bananeros, dependientes de la producción de banano y de otros productos agrícolas para poder mantener estable sus economías, es algo así como un autoengaño. Se sabe que la “economía real” se desarrolla en otra dirección.

También está el caso de Venezuela que es objeto de estudio del presente a la hora de analizar cómo aún con grandes riquezas naturales un país termina siendo muy pobre. La situación política y económica actual delata la continuación de la actitud colonizadora intrínseca que de una u otra forma sus gobernantes históricamente han tenido –casi que en silencio– y que ha servido de fórmula de supervivencia en un país que no produce casi nada. El petróleo siempre sirvió para generar riqueza superficial y ahora para hacer resistir a gobiernos ante las amenazas de pérdida del poder político. Hoy Rusia, China, Turquía, Cuba y antes Estados Unidos no fijaron sus intereses en Venezuela por ser este un país con capacidad tecnológica para generar nuevos negocios, y mucho menos por su capacidad para innovar. Y no lo hicieron antes y no lo hacen ni lo harán porque el país está sumido en un analfabetismo tecnológico. Todo indica que Venezuela solamente podrá sobrevivir bajo el código de la renta petrolera y la extracción de sus minerales.

Por lo tanto, los países del segundo mundo han decretado su autocolonización; no visualizan su verdadera independencia y soberanía más allá de la estructura económica que define las riquezas naturales, su extracción y venta, lo cual hace comprender la dinámica de la geopolítica mundial actual respecto a las incertidumbres internas que estos países presentan.

No parece razonable continuar sosteniendo en ese segundo mundo un sistema político y social con una cultura poco productiva y casi nada innovadora. En el mejor de los casos, cuando el valor de las materias primas sea alto, y sirva ello para sostener las economías y también para fomentar públicamente su “valor país” sustentado en el PIB –tal como ha venido sucediendo– estos países aumentarán el gasto, pero limitarán la inversión productiva para generar la verdadera riqueza, la innovación. Malas noticias para quienes creen que los países que tocan fondo o por la mala política o por la venenosa ideologización serán beneficiados por la compañía de “Dios” y por los vientos de cambio que darían gobiernos con libertades políticas y económicas.

El economista holandés Joel Mokyr en algún momento señaló que era preferible legar un país con educación, ciencia e investigación, que legar un país con deuda. Sin embargo, aun cuando esta visión sea lógica y comprensible, no se puede negar que ahora será preferible legar un país con menos educación, ciencia e investigación que un país autocolonizado por sus riquezas naturales. No hay futuro si se insiste pensar el bienestar desde el petróleo, los minerales y el banano y si permanecen los códigos legales, la institucionalidad, la intelectualidad y las políticas bajo el dominio de lo que principalmente emana el subsuelo.

La verdadera innovación política nacerá, sin duda, desde el momento en que el Estado se haga sentir y actúe como un Estado inteligente y con deseo de formar una sociedad inteligente; que no es más que una sociedad altamente trabajadora y productiva y generadora de creatividad.


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