En Colombia conocen de primera mano la realidad de la economía y vida diaria en Venezuela, devastadas por mezclas y enredos, gatuperios de errores de origen y destino, pretextos e ideologías superadas por el tiempo y pésimos resultados, escogencia de funcionarios por su lealtad –o miedo– a la jefatura roja y su manifiesta incapacidad de acción no importa a cuál área de la administración pública se les asigne desempeñar. En todas las naciones ha habido malos gobiernos con traspiés y excesos, pero solo el castro-chavismo y su heredero, el castro-madurismo, lo han hecho todo mal.

Fíjense en el caso más extremo, horroroso, del nazismo. Asesinos por convicción, sin escrúpulos, racistas, ladrones de territorios y obras de arte, al menos sus armas, equipos y organizaciones, aunque destinados a la crueldad y maldad, vergüenza de la humanidad, fueron eficientes. O el caso de la Unión Soviética, donde Stalin y sus colaboradores de más confianza –los que no asesinó– exterminaron a 20 millones de ciudadanos de todos los niveles, científicos, militares y dirigentes políticos incluidos, aparte de los miles que mataron los alemanes cuando los invadieron, pero a cambio al menos quedó una gran potencia, malévola, perversa, desgraciada, pero poderosa.

Nada de eso, apartando la propaganda, ha logrado el castrismo en Cuba a lo largo de ya casi 60 años, ni menos su versión venezolana tan ineficiente que tras 20 años gobernando sus jefes dicen que ahora sí, tras aferrarse aún más al poder con una constituyente írrita, espuria, y unas elecciones ilegítimas e indigestadas de fraudes y mentiras, van a hacer las cosas bien; y se lo prometen, nuevamente y con su cara muy dura, a los mismos venezolanos a los cuales han llevado –y siguen llevando cada día– a la ruina, el hambre, resurgimiento de enfermedades que los mataron y que gobiernos nacionales erradicaron hace 80 años, a sufrir y morir de dolencias para las cuales no tienen ni abastecimiento ni suministro de medicinas ni dinero para comprarlas, la inseguridad que mata sin discriminación, la arbitraria invasión de hogares, la expropiación que sin adecuada indemnización es robo, a usar camiones destartalados como medio de transporte popular mientras autobuses y trenes del Metro se pudren abandonados por falta de repuestos, entre otras desgracias.

Es el espejo en el cual se están mirando nuestros consanguíneos de rebeldía independentista contra el colonialismo español y por la libertad de los pueblos, por lo cual el gobierno ecuatoriano heredero de su chavista universitario Rafael Correa, prometió correísmo y desde el momento de asumir la Presidencia está haciendo todo lo contrario, y los colombianos, que comparten con nosotros historia, costumbres, familias, fronteras y un mar Caribe con Cuba a la vista, miran con gran preocupación y temor.

A nuestros hermanos colombianos no los abruma solo la masiva llegada de venezolanos que son, cada uno de ellos, hasta los malandros, testimonio vivo del desastre causado por los que se presentan falsamente como hijos de Chávez y nietos de Simón Bolívar, sino que además se les pone como posibilidad de gobernar a un señor que ya mostró sus intenciones y malas mañas y, por si fuera poco, lleva el mismo apellido de la última gran mentira de Maduro, el petro, que sonó mucho y ahora nadie sabe dónde están ni la presunta criptomoneda ni los dólares para comprarla.

Colombia es un gran país y los colombianos un pueblo ejemplar, con trayectoria de esfuerzo, lucha y echar adelante mientras aguantaron con la cabeza en alto grandes desgracias como el narcoterrorismo que los saboteó y asesinó por más de medio siglo, la dureza de una nación que se hizo a sí misma sembrando la tierra con las noblezas que da a cambio de un enorme esfuerzo día tras día y sufriendo la contaminante maldición de la producción y tráfico de drogas.

Los colombianos, con tesón, dedicación al trabajo, audacia, inteligencia y coraje han superado todo eso, y mucho más. Tienen petróleo, pero solo se hizo actividad importante setenta años después que la industria petrolera venezolana. Y ahora se les aparece este retorcido Gustavo Petro, que fue parte de la organización guerrillera insurgente de izquierda M-19 con sus alias «Comandante Andrés» o «Aureliano», con cantos de sirena y hablando, miren qué casualidad, del mismo tipo de promesas, cambios y cantaletas jurando con exacerbada demagogia y escandaloso populismo en las Tablas de Moisés, como una vez Fidel Castro se ataviara de rosarios y crucifijos que Chávez, después, imitó bastante bien, Constitución azul y crucifijo en mano.

Colombianos, el castrismo y el chavismo madurista han destruido, arruinado, devastado como plaga maligna a Venezuela, y de ganar Petro hará lo mismo con el gentilicio de esa hermosa nación, cuyo lema es: Libertad y orden. Ese es su objetivo, esa su misión.

Afortunadamente, todo indica que los colombianos no son ciegos ni sordos ni mudos y menos estúpidos, que ven, oyen y comprueban lo que ha pasado y sigue pasando en su vecina Venezuela, y votarán para elegir este fin de semana al joven que representa a la Colombia fuerte, decente, de principios éticos y valores morales, de buenas costumbres ciudadanas, trabajadora, auténtica, Iván Duque, hombre formado por ese patriota sin complejos que es Álvaro Uribe, pero con personalidad, fortaleza y criterio muy propios.

Pero deben tener mucho cuidado, los castro-comunistas son como la serpiente del Paraíso y la manzana, susurrantes, disimulados, traidores. Deben estar alertas en extremo porque siempre, hasta que se den los resultados finales, tienen el riesgo de que se les cuele este castrista guerrillero, su escuela es la de la trampa y la mentira, de hábiles y nefastas experiencias, que pudieran arrastrarlos a la amargura y la desgracia populista de un devastador castro-colombianismo. No se dejen engañar.


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