En el tenis, Rafa Nadal, Roger Federer o cualquier otro jugador se colocan en el centro de la cancha. Si la pelota vuela hacia la derecha podrán alcanzarla con cierta facilidad, igual si el contrincante la dispara hacia la izquierda; pero si en lugar de situarse en el centro, lo hacen en la extrema derecha o izquierda de la cancha, tendrán que hacer un esfuerzo mayor para devolver la pelota. Lo aconsejable es colocarse en el centro. De allí que, al igual que Federer o Del Potro, un buen político también buscará situarse en el centro. Si por alguna circunstancia debe tomar decisiones que lo inclinen hacia la izquierda o hacia la derecha, las tomará y regresará al centro. Pero lo más difícil, creo yo, es encontrar uno su propio centro. Hay quienes pasan por la vida inciertos, vacilantes, sin saber qué hacer, ¡qué decisión tomar!

Carlos Andrés Pérez no habría tenido necesidad de convocar reuniones de gabinete en horas inesperadas si hubiese sido menos impetuoso.

En mi adolescencia veía los juegos entre el Magallanes y el Caracas en el estadio de San Agustín. El Magallanes contrató a un negro estadounidense para ocupar el centerfield. El hombre era una sensación y el público rugía cada vez que el jugador corría y en un esfuerzo supremo capturaba la pelota en lo que se llama “cordón de zapato”, es decir, un segundo antes de que tocara la grama. ¡Ovaciones y delirio en las gradas! Pero el Magallanes lo licenció porque descubrió que era mal jugador. No era capaz de descifrar la ofensiva del contrario y colocarse adelante, atrás, a la derecha o a la izquierda, dar uno o dos pasos y atrapar la pelota. 

Los autores, lo hemos señalado en otras oportunidades, estiman que el lado izquierdo alude al pasado, a lo reprimido, lo ilegítimo; en cambio, el lado derecho significa el futuro, lo abierto, lo legítimo. Es a la diestra del Padre donde se colocarán los justos a la hora del Juicio Final y Dimas, el buen ladrón, estuvo a la derecha de Jesucristo en el suplicio. ¡Pero en la política venezolana nadie quiere ser de derecha! Germán Borregales llegó a acusar a Rafael Caldera de comunista y el régimen militar bolivariano, fascista, insiste en que no es de derecha; afirma que yo sí lo soy, pero yo sostengo que él no es de izquierda. 

Lo que sucede es que cuando la extrema izquierda (el chavismo) se topa con la extrema derecha se dan la mano, se abrazan y al hacerlo surge el fascismo. Fascismo de izquierda (Stalin, Mao, Pol Pot, Castro, Chávez) y fascismo de derecha (Hitler, Franco, Trujillo). Tradicionalmente, en política, derecha significa orden, estabilidad, autoridad, tradición; mientras la izquierda significa exigencia, insatisfacción, justicia, revolución. Hacia esa “revolución” tiende la izquierda y es allí donde fracasa. Pero, tanto la izquierda como la derecha han perdido la significación política que antes se les atribuía. Son palabras que solo sirven para designar que esta mesa se encuentra a mi derecha y esta ventana a mi izquierda. Es, nuevamente, el contraste: el día y la noche, el dorso y el envés. Un hombre como Mariano Rajoy, de “derecha”, está tratando de resolver, a su manera (¡dicen que no lo está logrando!), una crisis económica que Rodríguez Zapatero, de “izquierda”, ni siquiera intentó; y ahora, arrastrando su fracaso político, anda por el mundo como un ectoplasma “dialogando” con Nicolás Maduro. ¡Un monstruo llamado Pinochet enderezó una economía que Salvador Allende había convertido en astillas! 

La mayor pifia de Jean Paul Sartre fue pretender conciliar la libertad con el comunismo, lo que equivale a condicionar o abolir mi derecho de ser libre; atarme al pensamiento único y al dogma. Sartre acabó haciéndose amigo de los amigos de Mao. Se lanzó a un mar infestado de tiburones mientras Albert Camus se aferraba al timón y el mundo libre entendía que los verdaderos tiburones eran el propio Mao que asesinó a millones y Fidel Castro, que siempre encontró quien le pagara los gastos. 

Así, pues, un régimen militar vinculado al narcotráfico y ostensiblemente fascistoide pretende ser de izquierda calificándome de “traidor a la patria” como si fuese larva de una enmohecida derecha, siguiendo al calco lo que hizo la Revolución cubana cuando llamó “gusanos” y encarceló, torturó y asesinó a sus más enconados adversarios causando una diáspora que aún no cesa. Las revoluciones se suceden, una tras otra, provocando y esparciendo agobios y desencantos, pero los verdaderos desencantos surgen de la propia revolución que invariablemente promete un hombre nuevo que nunca llega a aparecer porque la revolución comienza a podrirse frente al mismo hombre viejo de siempre, eternamente humillado y desilusionado.


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