Bombardeados por la propaganda del régimen que pretende atribuir la crisis a una supuesta “guerra económica”, no aciertan muchos venezolanos a entender la verdadera razón de los males que los agobian y empobrecen.

En un extremo de simplificación procuraré resumir las causas de tan devastadora situación:

No conforme con ingresos petroleros casi inimaginables derivados de una cesta petrolera que llegó a superar los 114 dólares por barril, el régimen además endeudó irracionalmente al país. Sin embargo, lo que enfrenta hoy es un déficit fiscal inmanejable.

Desde luego, ante tal déficit, la prudencia indicaría a cualquier gobierno que lo primero que debería hacer es racionalizar y reducir el gasto público. Pero una meta de esa naturaleza escapa de la conformación ideológica del régimen socialista que padecemos.

La siguiente alternativa sería la de intentar aumentar el ingreso fiscal; pero, la triste realidad es que a la economía venezolana podemos compararla hoy en día con una esponja seca. Por más que se la exprima, de ella ya no es posible extraer nada. Es el resultado de la destrucción a que ha sido sometido el aparato productivo.

En el caso específico de Venezuela habría que procurar un aumento del ingreso petrolero. Recordemos que el sector aporta cerca de 96% de los ingresos de divisas que recibimos y que, además, se nos dice que somos el país con las mayores reservas del mundo. Lamentablemente, la producción petrolera viene cayendo en términos vertiginosos. Después de anunciarnos durante varios años cifras de producción petrolera inverosímiles, finalmente el régimen reconoce ante la OPEP que solamente durante el mes de septiembre de este año la producción cayó en 130.000 barriles diarios, y que desde enero de 2016 hasta septiembre de 2017 (22 meses) la producción cayó en 699.000 barriles por día. Para colmo, el Ministerio Público arrestó a varios altos funcionarios de Pdvsa por falsear las cifras de producción, con lo cual ni siquiera podemos estar seguros de que la caída real no sea aún mayor.

Agotadas las alternativas anteriores, la siguiente opción serían el Fondo Monetario Internacional y los mercados financieros para tratar de obtener préstamos que ayuden a cubrir el déficit. En nuestro caso, lamentablemente, la primera opción la descartó el régimen. Adicionalmente, tanto la República como Pdvsa se encuentran en proceso de default. De hecho, las principales calificadoras de riesgo soberano, entre las cuales cabe mencionar a Fitch, Standard & Poors, Moody’s y otras, han rebajado nuestra calificación crediticia a niveles de vergüenza. Peor aún, Dagong Global Credit, la calificadora de riesgos de China, colocó en su lista de revisión negativa a Venezuela y señaló como sombrías las perspectivas de refinanciación de la deuda. Así mismo, la Asociación Internacional de Swaps y Derivados, ISDA, ya calificó el default.

China no parece interesada en aliviar la situación de la deuda venezolana y Rusia apenas refinanció unos 3.000 millones de dólares correspondientes a deudas viejas y vencidas por compras de armas. Nada de dinero fresco ni de alivio de la deuda con Rosneft.

Descartadas todas las opciones anteriores, al régimen solo le queda recurrir al BCV para que financie, mediante emisiones “inorgánicas” de dinero, el creciente déficit fiscal. Por supuesto, esa es la peor elección y está expresamente prohibida en el artículo 320 de la Constitución.

El financiamiento del gasto público a través del Banco Central es como arrojarle gasolina al fuego de la inflación. Hace crecer explosivamente la liquidez monetaria y ejerce una fuerte presión sobre los precios, siendo la causa principal de la hiperinflación que está estallando. De paso, al no encontrar bienes que comprar en el país, al final del día ese excedente de dinero se desvía a la compra de dólares en el mercado paralelo y provoca allí una violenta devaluación del bolívar que contribuye a retroalimentar el proceso.

No hay guerra económica. Estamos hablando de un devastador círculo vicioso de empobrecimiento provocado por el colapso de un modelo fallido.


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