I

Cuando Analcira se casó, margariteña al fin, solamente sabía cocinar pescado frito, cochino frito y arepas. No me lo contó nadie, me lo dijo ella misma. Entonces, el doctor, acostumbrado a comer exquisitos manjares de la mano de su madre cocinera, contrató a una señora para que le enseñara a su esposa platos más elaborados y con una sazón del centro del país.

Analcira, con su brillante inteligencia y creatividad, superó a la maestra. Todos los días en su casa se comía variado, porque de acuerdo con el doctor es la clave de una sana alimentación. “Muchos colores en el plato”, decía. Él era también un excelente cocinero. Disfrutaba de los fogones, pero la pasión iba más allá, hasta el mercado, era todo un gourmand.

Los niños crecieron también con esa inclinación. Tanto que el talento se replica, desde la abuela María, pasando por el doctor y su esposa, hasta las generaciones que siguieron. Es una familia a la que le gusta hacer magia en la cocina. Va en su ADN.

II

Lo del agua es parte del terrorismo que aplican los rojitos desde hace años. Aunque muchos lo hayan sentido a partir de los apagones, la verdad es que en municipios como Baruta hay un racionamiento severo desde hace aproximadamente cuatro años. Nadie entiende una pesadilla como esta.

He tenido la oportunidad de salir del país a trabajar y la gente me mira raro cuando digo que no me maravillo por los supermercados llenos de leche, yogures, papel tualé y demás cosas que ya no acostumbramos ver por estos lados. Esto es lo que maravilla a la mayoría. Lo que más disfruto es poder llegar al hospedaje (sea privado o un hotel), abrir la llave de la ducha y bañarme a la hora que me dé la gana.

No sé ya lo que es eso. No tener agua es no tener libertad. Nada de lo que se supone es parte de una vida normal se puede hacer. Todo pasa por la programación del agua. Ni siquiera salir porque la ponen a las 8:00 pm por una hora. Si no estás en casa, te toca esperar hasta la siguiente noche. Eso no es vida.

III

Lo que yo pensaba que era una aberración, una pesadilla, una parte del terrorismo de Estado de los rojitos se convirtió en algo peor, en lo que dice el Estatuto de Roma sobre exterminio.

La gente pensaba que no podía ponerse peor. Pero lo peor sucedió: este último mes solo entró agua al edificio una vez. Se llenó el tanque de 150.000 litros que solo alcanzó para una hora al día (noche) por una semana. Luego, nada.

A la dinámica cotidiana he tenido que sumar el paseo por varias casas de familiares y amigos con una ristra de envases y botellones. El sábado pasado se supone que comenzó a llegar a varias partes del municipio y fuimos a casa de una comadre a buscar agua. Cuando estábamos llenando el primero de los bidones dejó de entrar. Tuvimos que cargar de nuevo todos nuestros peroles para seguir la travesía en búsqueda del líquido perdido (espero que los editores me dejen este eufemismo que creo más que apropiado).

En medio de esta tragedia entendí por qué toda esta situación me carga de un estrés adicional. Aparte de la pesadilla de no poder asear la casa; de tener que saltar de un lado a otro para bañarme en una ducha ajena; atender a una octogenaria (Analcira) que no tiene por qué entender que no hay agua cuando ella estaba acostumbrada a jugar todas las tardes regando su gran jardín; que hay que hervir, echarle cloro, desinfectar el agua; que una botella de cinco litros potables cuesta medio sueldo mínimo; de tener que cargar los bidones por las escaleras cuando se va la luz. Además de toda esa tragedia resumida en un párrafo que me quedó muy largo, hay algo más.  

Muchos de mis vecinos se las arreglan para comer pan con queso todos los días. Si acaso alguna carne a la plancha, algo de arroz. No se puede hacer pasta porque hay que “invertir” demasiada agua. Nada de pollo asado. No se te ocurra nada de pasteles de acelgas porque ¿cómo las lavas? ¿Quiché de ajoporro, tortas para los domingos? ¡Olvídalo! Ni curry, ensaladas con lechuga o espinacas ni salsas. Nada. No hay manera de cocinar sin agua. Los chavistas insisten en quitarme mi único entretenimiento.

Como la abuela María, que se olvidaba del mundo y pasaba el domingo entero en la cocina. Ese es mi divertimento. Por más pobre que esté o desempleada, hasta ahora me las había arreglado. Pero sin agua, he tenido que tirar la toalla. Estas son las cosas que hace el chavismo. Me siento aniquilada. 


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