Es tan desconcertante y hasta ridículo escuchar a la presidente de la espuria asamblea nacional constituyente, Delcy Rodríguez, hablar de amor y de paz, cuando ahí está, en la memoria de todos, el inagotable repertorio de insultos de alto calibre excretados contra algunos presidentes latinoamericanos preocupados por la crisis humanitaria en Venezuela y por el giro autoritario que tomó el gobierno de Nicolás Maduro.

Resulta raro que la misma persona acostumbrada a protagonizar todo tipo de berrinches en escenarios internacionales, la misma que lanzó a mansalva un saco de improperios contra el secretario de la OEA, Luis Almagro, y contra los cancilleres de países amigos y dirigentes de oposición venezolanos, nos venga ahora, entre sonrisas que arañan, a doparnos con eslóganes psicodélicos sobre la paz y el amor, cuando aquí la “revolución bonita” (otra cursilería más) solo ha dictado cátedras de odio irracional contra todo aquel que no logre subordinar.

La presidente de la ANC anunció que aprobarán una ley contra el odio y la intolerancia para castigar los delitos de odio en contra de algunos venezolanos “por su orientación política chavista y bolivariana”, y regularán la difusión de contenidos en los medios de comunicación y en las redes sociales. Estos hipócritas no engañan a nadie con su mala fe. Lo que se gesta es una guerra de exterminio, como afirma el inhabilitado gobernador de Amazonas, Liborio Guarulla.

En los aquelarres de la asamblea nacional constituyente, Iris Varela –otra que es digna de estudio– propuso fusilar a los opositores, “hacer pagar” a los traidores y a las traidoras como la fiscal Luisa Ortega Díaz, a quien señaló como “gusano arrastrado de Estados Unidos”, y también pidió que se degradara a los militares que sean considerados traidores a la patria. Para estos especímenes, la revolución es un pretexto para cometer las peores atrocidades sin ningún vestigio de culpabilidad, y así ahogar al país en la barbarie.

La constituyente Varela desnuda la verdadera intención del oficialismo al enarbolar las falsas banderas de la paz, cuando la violencia solo la ha ejercido el Estado a través de los cuerpos represivos o de esos grupos paramilitares –colectivos– que han hecho del crimen su manera de trabajar y de vivir. Son mercenarios pagados con el dinero de la ideología revolucionaria, de los doctrinarios del terror, por eso resulta tan extraño que hablen de amor y de paz. La ley contra el odio es una operación maquillada como una apuesta por la paz que solo persigue tutelarnos, someternos y perdonarnos la vida, si nos subordinamos.

Cuando sintieron que en la oposición no iban a doblegarse, anunciaron las elecciones regionales. Se trata de una coartada para bloquear su salida del poder, pero los cogollos de los partidos políticos, que se juegan la vida por unas gobernaciones destinadas a financiar sus organizaciones, cayeron facilito; a excepción de María Corina Machado, de Vente Venezuela, y Antonio Ledezma, de Alianza un Bravo Pueblo, que se negaron a legitimar la espuria ANC y al fraudulento CNE, dando una demostración más de coherencia y dignidad.

La inexplicable rendición de Voluntad Popular, urdida por Rodríguez Zapatero, solo logró más ensañamiento y odio contra su líder Leopoldo López y su esposa, Lilian Tintori, a quien le imputan tener una suma de dinero en efectivo cuyo origen y destino ha podido justificar. El odio no respeta nada, no tiene contemplaciones con mujeres embarazadas, siente placer al hacer daño. Eso es muy propio de resentidos que han acumulado rencor durante tantos años, como es el caso de los hermanos Rodríguez. La verdad, no entendí por qué les dieron las gracias.


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