Cuando Hugo Chávez y sus ideólogos montaron todo el aparataje de lo que ha sido la “revolución bonita”, nunca pudieron imaginarse que el retrato de su élite dirigente (la clase ociosa) había sido hecho, con más de un siglo de antelación, por un sociólogo y economista norteamericano: Thorstein Veblen (1857-1929).

Hijo de inmigrantes noruegos, Veblen fue criado en el medio rural y allí aprendió a valorar la importancia del trabajo productivo y rudo. Esa experiencia temprana lo apartó para siempre de lo que posteriormente llamó “consumo ostensible”.

Formado en prestigiosas universidades de Estados Unidos, dedicó su vida al estudio, la docencia y la escritura. En 1899 publicó su obra más conocida y que hoy es un clásico de la ciencia económica: Teoría de la clase ociosa. La lectura de este y sus otros libros pone de manifiesto que su pensamiento liberal se ubica en el campo político del socialismo, muy claramente apartado de la concepción marxista. Adicional a eso, el brillo y alto vuelo de sus textos evidencian su condición de intenso lector en áreas tan variadas como filosofía, política, antropología, psicología, economía, sociología, historia y religión. De allí que no nos sorprenda que, en su última gran novela (Dos años, ocho meses y veintiocho noches), Salman Rushdie haga una mención pícara de Veblen y su obra magna. Dicha alusión ratifica a su vez lo ya dicho por John K. Galbraith en su Historia de la economía: “Teoría de la clase ociosa (…) puede ser y es en efecto leída hasta hoy con placer y con provecho y deleite intelectuales”.

El centro de todos los ataques contenidos en el libro es el colectivo norteamericano de los más ricos (específicamente los que hacían sus fortunas en áreas improductivas tales como bolsa de valores, banca y especulación inmobiliaria) que tenía un comportamiento ostentoso en la escena social. Según Veblen, allí donde predomina la emulación pecuniaria no se estimulan de modo uniforme los hábitos industriosos y frugales.

Lo que el mencionado autor nunca se pudo imaginar es que, cien años después de publicada su obra, en un país situado al norte de América del Sur se entronaría una revolución que pariría una clase ociosa estrechamente vinculada al gobierno, la cual se apropiaría de ingentes fondos públicos a través de su intermediación en todo tipo de importaciones y participación en una amplia gama de negocios, incluido el de facilitar el tráfico de drogas a través del territorio nacional.

Para sostener su lujo, imposible de justificar con el esmirriado sueldo en bolívares que percibe, esa nueva clase ociosa se vale de la simple “apariencia decente” y la categoría de su “trabajo no servil”. Así, la arcaica distinción entre lo bajo y lo honorable en el modo de vida de una persona conserva aquí y ahora mucha de su antigua fuerza. Y, del mismo modo que acontecía en la época bárbara, lo importante es que los miembros de esta clase estén dotados de “espíritu de clan, robustez, ferocidad, falta de escrúpulos y tenacidad en la consecución de sus propósitos”.

Es importante tener en cuenta que el término “ocio”, tal y como lo emplea Veblen, no comporta indolencia. Significa simplemente “pasar el tiempo sin hacer nada productivo”. Y los beneficios que de allí se derivan explica, según el mencionado autor, que “quienes llevan una vida muy próspera son conservadoras porque tienen pocas oportunidades de descontento con la situación hoy existente”. Para ese sector de la pirámide social ni le va ni le viene, o sea, no le importa en lo absoluto que “la acumulación de riqueza en el extremo superior de la escala pecuniaria implica privaciones en el extremo inferior”.

Por la misma naturaleza de las cosas, la clase ociosa actúa siempre con el propósito de retardar toda acción que se traduzca en cualquier tipo de avance o desarrollo social y democrático. Solo eso explica que la “revolución bonita” se empecine en no recibir ningún tipo de ayuda humanitaria (alimentos y medicinas) que tanta falta hace a los diferentes niveles sociales, así como revertir las políticas económicas de ortodoxia comunista que tienen al país de rodillas.

Es llegado este punto cuando nos vemos obligados a hacer constar que en ninguno de los textos biográficos que hemos ojeado sobre Thorstein Veblen encontramos alguna referencia a posibles dotes quirománticas. No obstante lo anterior creemos firmemente que, desde el más allá, les ha leído la mano a los más destacados miembros del régimen, incluidos los que ya han pasado a mejor vida.


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