“Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista.

Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío.

Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista.

Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante.

Luego vinieron por mí, pero, para entonces, ya no quedaba nadie que dijera nada”. Martin Niemoller.

Con la historia y su consciencia, el hombre vive antes que él mismo, de alguna manera. Y acaba por asumir también, aquello de William Faulkner, “el pasado no ha muerto, ni siquiera ha pasado”. Cabe entonces acotar, incluso, que fuimos en los que antes fueron y seremos en los que vendrán.

Percibo en los venezolanos una desagregación impresionante. Cada uno para sí y Dios para todos, dice un refrán. Más que divididos, que lo están, los compatriotas se exhiben fragmentados, aislados, solitarios, y así desvestimos una peligrosa derivación; la nación después de la patria, pero como ella previamente, convulsiona.

En efecto, se ha producido una dinámica disolutiva de vínculos sociales que especialmente se capta en la sociedad civil que incluye partidos políticos, comunidades, sindicatos, gremios, asociaciones y todo aquello que otrora constituyó buena parte del tejido social.

Todavía más la familia, y ello alcanza fenomenológicamente a la familia sin distingo de clases sociales, se desperdigó por el mundo. Especialmente la de la clase media, claro, pero en ese transitar de criollos que se lanzan a pie, en autobús si tienen suerte por Suramérica, abundan los pobres y las estratificaciones D y E se complementan.

Entristece oír a Maduro o al socio Diosdado especular sobre la riqueza en divisas que transportan los caminantes o la discreta significación numérica de esa inmigración, pero de otros mitómanos se supo antes y de estos alabarderos del difunto que trajo la catástrofe de la demagogia y el populismo militarista, epígonos y mamelucos del castrocomunismo cubano, no esperaremos novedades.

Lo cierto es que el ciudadano venezolano anda en solitario porque la guerrilla societaria de las redes sociales, de opositores y otros especímenes críticos de cualquier cosa acabó con su sintonía, con su militancia, con su pertenencia y lo dejan sin confianza y sin esperanza.

Entretanto, el poder sórdido y cínico sonríe satisfecho, ominoso e impúdico, constatando que hay algunos que deciden vivir si a eso llamamos meramente subsistir, con su mano extendida, esperando el Clap y/u otras limosnas, prebendas, canonjías, dádivas. Ensaya atrevido un giro de política económica, como si de algo sirviera tratar de crecer sin alimentarse, de enderezarse sin estirarse, de tener mercado sin producir. Crónica de otro fracaso anunciado, sin realmente ser capaz de torcer la viga deficitaria y reequilibrar las cuentas, apostando al hoyo minero, corruptor y depredador y sacándole la sangre a lo poco que queda de la economía privada al tiempo que, violando la legislación social, llama al país trabajador y como buenos socialistas a compartir la miseria igualándolos por el rasero del sueldo mínimo.

El paisano se pregunta si vaga o se mete el piro. El empresario hace maletas, el comerciante juega el juego de la inflación creyendo protegerse con el cuento del costo de reposición, y la industria petrolera pierde peso, calado, dimensión, aquejada por el cáncer del desorden y la corrupción. Es así como desmembraron todo y atentaron contra esta patria desfigurada.

El rey chavista anda desnudo, todos lo sabemos así, aun en nuestra soledad, y los que adulantes hacen el ciego más solos todavía están porque se desdoblan ellos mismos entre veraces y caricaturescos. Se engañan por conveniencia, dejan de verse felones porque se desconocen a ellos mismos.

Por eso, la tarea dirigente de esta hora no puede ser otra que aprender a representar. Con humildad postularse para servir, acercarse sin pretender pleitesías, subir otra vez al cerro y bajar a la quebrada para oír y acompañar en el lamento como un fandango que sale del apretado corazón de ese pueblo. Para que ese modesto y sencillo contingente de depauperados y no solo materialmente, me permito precisar, sino carentes de ilusión y empatía, vuelva a pensar en nosotros y no en él o ella, hay que perder desprestigio y reconquistar la fe en la necesaria conciencia que obra en la perdida alteridad.

Unir a la nación que se segrega de ella misma es la faena pendiente para los que aspiran a trascender en el camino de la política. De la política entendida como amor, solidaridad, caridad. De la política buena que se nos extravió hace mucho más de dos décadas, por cierto.

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