Establecer en 1.800 bolívares soberanos el salario mínimo, sin consultar con trabajadores y empleadores, tal y como establece la ley, no es una imprudencia sino la provocación del desastre en las empresas; sobre todo, en las pequeñas empresas, colegios, universidades y comercio al detal, que es el mayor empleador, enfrentados ahora con la disyuntiva de reducir drásticamente sus nóminas o bajar las santamarías, quedando en el aire los contratos colectivos que, según Padrino López, se vuelven “inviables”.

El aumento del salario mínimo, sin cambios en los controles represivos contra los productores y comerciantes no es más que una acción para incentivar los conflictos sociales, desatar la lucha de clases entre patrones y trabajadores, entre vecinos y conserjes, entre maestros y directores. ¿Cómo pueden las escuelas y universidades educar a nuestros jóvenes, sin maestros ni profesores, con una meritocracia descabezada?

Para cumplir con ese mandato, el régimen ofrece a las empresas un subsidio para los primeros tres meses,  pero los empleadores saben que las prestaciones y el cuarto mes están allí y que no podrán responder al  desmesurado aumento salarial. Saben que el préstamo es una estrategia expropiatoria para tomar la propiedad de la empresa y convertir al empresario en operador del régimen, tal como sucedió en Cuba. El resultado es la ruina de miles de pequeños empresarios, la negación del acceso a la educación para todos y el congelamiento o retirada de muchas empresas grandes

Para los marxistas primitivos, como Tarek el Aissami, Hugbel Roa o Hugo Cabezas, la lucha de clases es el motor de la historia. Reactivar esa consigna es su meta. El costo no es su problema, pues su ganancia resulta en más tiempo en el poder a costo de la sangre, el sudor y las lágrimas de los venezolanos.

Adicionalmente, Aurelio Concheso afirma que el regalo de la gasolina por la imposibilidad de cobrar 0,00006 por litro, ampliará el hueco fiscal, que será cubierto con más creación de dinero inorgánico, garantizando que la hiperinflación, lejos de ser derrotada, corre el riesgo de ser repotenciada.

Ambos elementos, la irresponsable política salarial que causa el cierre de las ya acogotadas empresas, menos empleos, menor producción, más la necesidad de cubrir la pérdida nacional que significa regalar la gasolina, abre la caja de Pandora: más corrupción e impresión de dinero inorgánico. Consecuencia: negación de déficit cero e hiperinflación sin frenos.

No es necesario llamar a Hércules Poirot o a Sherlock Holmes para descubrir dónde se urden las peores patrañas contra el país, para desatar las peleas entre la gente y acabar con el ciudadano y sus iniciativas. El interés del madurazo no es la hiperinflación, la reducción del déficit fiscal, la reactivación del aparato productivo o mantener una educación de calidad para todos. Todo se reduce a la conservación del poder, así sea a costa de la vida de la gente y para ello sirve la lucha de clases.

Sin llamar a Raúl Castro, era fácil poner en movimiento el concepto madre del comunismo: azuzar la lucha de clases de patronos contra empleados, consumidores contra comerciantes, inspectores del gobierno contra comerciantes, soldados contra ciudadanos. Mientras el usurpador de la Presidencia, tiene el tupé de declarar “ese plan lo hice yo solito”, yo oigo en la radio que los trabajadores petroleros informan que un barco cargado de petróleo y aceite de motor, regalo a la Cuba castrista, está listo para zarpar, me pregunto: ¿será su único interés proteger a Raúl Castro?

¿Quiénes defienden el madurazo? Además de Jesús Farías, estalinista que  provoca lágrimas cuando aboga por lo indefendible, un Valentín Santana, armado y uniformado por el gobierno que amenaza con saquear y destruir la propiedad y la vida de unos comerciantes desamparados frente a los todopoderosos de La Piedrita; una GNB que bajo “órdenes superiores” vocifera “obedezcan o van presos”, y una Sundee, con William Contreras, paradójicamente defensor de los consumidores, todos confiados en que nadie se convulsione frente a sus tropelías.

El madurazo desnuda los colmillos del socialismo: nutre la lucha de clase, destruye pueblos, trabajo, cierra escuelas y empresas; culpable de fusilamientos y éxodos masivos, como todas las propuestas erigidas sobre el odio y contra el ciudadano.

Triste, el madurazo devasta la economía, es perverso social, éticamente y autodestructivo. Su resultado podría ser otro si nos decidimos a defender nuestra vida, nuestros hijos, nuestra propiedad y nuestra libertad.

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