Los meteorólogos prevén que con toda certeza el próximo 20 de mayo lloverán sobre Venezuela sangre y huesos, producto de una emboscada tendida por el gobierno para destruir la nación, es decir, a sus habitantes. Todo comenzó hace 19 años cuando Hugo Chávez, después de un fallido golpe militar de Estado, llegó al poder por vía democrática, copó en seguida todas las instituciones y emprendió un proceso sistemático de militarización de la sociedad, judicialización de la política, politización de la justicia, culto a su personalidad y promoción de un nacionalismo armado y excluyente que enaltecía la guerra.

Rápidamente se formó una oposición al percibir que los designios de Chávez estaban diseñados con Fidel Castro. Es conocido que este dictador codiciaba apropiarse de las riquezas de Venezuela, sobre todo, petróleo, minerales y su posición geográfica, para desde aquí exportar su revolución. Castro tuvo éxito, pues Chávez cumplió con el mandato de su jefe. Pero el destino impidió que Chávez pudiese llegar a su término, falleció en 2013 y designó como sucesor al hoy pésimo gobernante Nicolás Maduro.

Es bien sabido que Venezuela está sumergida en una de las crisis más grandes de su historia contando desde la época colonial. En Venezuela se vive una tragedia humana desproporcionada que si la tormenta llega a desatarse destruirá a sus habitantes. Basta consultar la Encuesta de Condiciones de Vida Venezuela 2017 hecha por las universidades UCAB, UCV, USB para verificar el panorama desolador que se asoma a nuestros angustiados ojos, voy a dar 2 o 3 datos: en Venezuela la pobreza llega a 87% de la población, 60% es pobreza extrema y, algo verdaderamente terrible: se ha verificado que la desnutrición infantil alcanza a más de 1 millón de niños y niñas entre 0 y 9 años de edad, con grave daño irreparable para su desarrollo.

Asimismo, no puedo dejar de pensar en los presos políticos, encerrados en calabozos malsanos donde los detenidos con maltratados; el Helicoide, La Tumba, Ramo Verde, Yare y, recientemente, el penal de Puerto Cabello, en los gulag, acrónimo ruso que designa no solo la dirección de los campos de concentración, sino también el propio sistema soviético de trabajo esclavo en todas sus formas y variedades. Todavía corre la sangre de los masacrados en el penal de Puerto Cabello.

En el gulag, como se hace en Venezuela, los prisioneros siempre reservaron el último lugar de la jerarquía del campo para los moribundos, mejor dicho, para los muertos en vida. Para ello se creó una jerga especial para describirlos, se les asignaron varios sobre nombres, como, por ejemplo, “come-mierdas”, “lavazas” y más frecuentemente eran llamados dojodiagiK que se puede traducir como “alcanzado” para significar sarcásticamente que los moribundos por fin habían alcanzado el socialismo.

Los moribundos sucumbían de hambre y sufrían enfermedades provocadas por la desnutrición y la carencia de vitaminas. Los que sufrían de desnutrición también experimentaban malestares estomacales, mareos y una grotesca hinchazón de las piernas, en sus últimos estados de desnutrición tenían un aspecto extraño e inhumano, se convertían en la encarnación de la retórica socialista del Estado; en otras palabras, dejaban de ser personas, enloquecían y despotricaban antes de morir.

El gulag aparece en la conciencia del Occidente en 1977 con la publicación de la obra de Alexander Solyenitzin, Archipiélago gulag. Tras la caída de la URSS han aparecido infinidad de archivos secretos que muestran el origen y evolución de los campos de concentración que devuelven este infausto e inolvidable episodio al centro de las tormentosas historias del convulso siglo XX, y lo que va del siglo XXI en algunos puntos del planeta, entre los cuales destaca dolorosamente Venezuela, condenada por violación de todas las instituciones y derechos de que gozan los hombres como seres humanos.

La tormenta caerá a menos que la conciencia de los ciudadanos y los militares se abra con claridad de combate, y destronen la dictadura aferrada al poder.

Podemos decir que desde 1999 el experimento socialista sobre Venezuela ha sido un rotundo fracaso. La realidad no engaña sino a los que sufren de ceguera ideológica. Los costos de estos experimentos fueron asombrosos, cobrando una enorme cantidad de vidas humanas. Se calcula el número global de víctimas del comunismo entre 85 millones y 100 millones de personas, lo que representa 50% más que las muertes acaecidas en las 2 guerreas mundiales. El socialismo autoritario o el estatismo comunista despojaron a la población de todo su ánimo y voluntad de trabajo y de responsabilidad pública.

El comunismo, que caerá como catástrofe sobre Venezuela, causará desastres en esa dirección. Porque tendremos un régimen político inflexible un narco-Estado cuyo único propósito es quedarse eternamente con el poder que significa dominio, exterminio y dinero.

Advertimos que de revivir el comunismo iremos, como lo ratifica la historia, a un inmenso costosísimo fracaso.

Semejante acción rozaría la locura, a la que se ha definido como el acto de repetir lo mismo una y otra vez, esperando obtener resultados distintos.

¿Nos escuchará alguien, en este mundo contemporáneo, ajetreado y frenético? ¿Alcanzarán a entenderlo quienes manejarán las armas de la república? También nosotros somos hijos de pecadores de nuestros tiempos, pero hemos sabido enderezar el rumbo. La tierra arde bajo nuestros pies.


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