Luis manejaba en 1969 una camioneta enorme. Íbamos por la carretera Panamericana, subiendo en dirección a Los Teques, estado Miranda. A 11 kilómetros de Caracas entramos en una carretera más pequeña, mucho más empinada, que da vueltas y vueltas, entre pinos muy bellos, con una vista espectacular de Caracas y del Ávila a lo lejos. Por primera vez en mi vida llegué al IVIC. Sentí que estaba entrando al cielo, al cielo de los matemáticos.

Éramos increíblemente jóvenes en 1967 cuando conocí a Luis en la Escuela de Matemáticas de la Universidad Central de Venezuela. Luis tenía alrededor de 30 años, yo, 20. Tuve la suerte de encontrarlo en un momento en que mi desorientación como estudiante era enorme. Decidí estudiar Matemáticas en un impulso que se convirtió en una pasión cuando comencé a conversar con Luis. Descubrí el cielo de los matemáticos en esas conversaciones.

Cuando, dos años más tarde, acompañé a Luis a fundar el Departamento de Matemáticas del IVIC, el cielo tomó forma de montañas, pinos y jardines. Caminando por esos bellísimos parajes Luis me enseñó tantos conceptos básicos de matemáticas que durante mis primeros dos años en el MIT casi no aprendí algo más.

Luis era un maestro integral. Se ocupaba de que sus estudiantes tuviéramos una cultura amplia, tanto en humanidades como en ciencias, también, naturalmente, sobre política, viajes, actualidad y la vida misma. Las discusiones eran muy variadas y apasionantes, con la profundidad y la frivolidad indispensables para hacer la vida más rica y agradable.

Recuerdo bien cuando nos llevó a conocer las holoturias, cuyo extremadamente primitivo sistema nervioso era útil en las investigaciones sobre neurología que se realizaban en el IVIC desde su fundación como Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales.

En febrero de 1972, cuando Nixon visitó a Mao Tse-tung (Mao Zedong), un grupo de estudiantes latinoamericanos del MIT nos reunimos para ver y comentar los sorprendentes acontecimientos que cambiaron el rumbo de la historia. Se habló de chopstick diplomacy. Solo yo, gracias a Luis, pude explicar a mis amigos qué son las holoturias que eran parte del suculento banquete ofrecido a Nixon por Mao y el primer ministro Zhou Enlai.

En medio de la nostalgia por aquellos tiempos, y la tristeza por su muy reciente muerte, no puedo menos que sonreír. Me imagino a Luis caminando por los jardines del cielo de los matemáticos. Rodeado por sus queridos alumnos, hablando de dios y del diablo, de lo humano y lo divino, apasionados por construir un mundo mejor donde las humanidades y las ciencias, la razón y el lenguaje correcto, encarnados en instituciones democráticas que agrupan a hombres libres son la base de la convivencia y la civilización.

Hoy honro su memoria. Celebro su vida y la suerte que tuve de conocer a Luis Báez Duarte y disfrutar de su amistad a lo largo de toda mi vida.

 


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