China está embarcada en un proyecto que tiene como norte consolidar su grandeza en el planeta. Esto es así puertas adentro. Desde Pekín, Xi, los líderes del gobierno y del Partido Comunista se lo repiten sin cesar a la población joven dondequiera que ella se encuentre, de manera de generar apego con este propósito. Y esto es así, por igual, de las fronteras para afuera. Con algunos países arman conflictos y con otros arman alianzas, pero se hacen sentir en cada recodo del planeta como los grandes jugadores de los escenarios mundiales presentes en todos lados.

Consolidar su grandeza, hacerse sentir como los mejores, servir de ejemplo para otras naciones no es lo mismo que pretender exportar su modelo. De acuerdo con el criterio de Rana Mitter, el gran experto académico de Oxford en el tema chino, el propósito de Xi nunca ha sido trasvasar la fórmula china a otros países sino, por el contrario, evidenciarla ante las naciones en proceso de desarrollo para constituirse en un ejemplo, pero sin imponer su autoridad, ni su poder.

Es este abordaje de su propia grandeza el que ha llevado a los conductores del país a fraguar una alianza con Rusia. Hace apenas unos meses en las grandes ciudades chinas se celebró con fanfarria el aniversario 200 del nacimiento de Karl Marx. La orden provenía de lo más alto del poder. El mensaje no pretendía apoyar los principios bases del marxismo, la lucha de clases y los peligros del capitalismo, sino celebrar la garra y el temple de un individuo que fue capaz de enfrentarse al imperialismo de Occidente.

Hoy por hoy la Rusia de Putin y la China de Xi tienen en común el contrapeso mundial que cada uno de ellos separadamente desea ejercer frente a Estados Unidos, aunque la manera de enfrentarlo no tenga mucho en común. Uno con su poderío económico, el otro con su poderío militar. Alguien recordaba en estos días el famoso y sabio adagio que reza que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” para significar que la antipatía individual de cada uno de estos titanes con Estados Unidos es lo que está acercando a China y Rusia en una peligrosa simbiosis.

Es que en épocas de Donald Trump ambos países están siendo tratados, de la manera más abierta, como los enemigos por excelencia de Estados Unidos. Los documentos de seguridad nacional norteamericanos califican literalmente a Rusia y a China como los “competidores estratégicos”, “los adversarios estratégicos”, y hasta “los enemigos” de Washington. Se refieren a ellos como formando parte de una perversa dupla indivisible. Sin ir más lejos, de acuerdo con la el manifiesto de Estrategia de Seguridad Nacional del gobierno de Trump: “China y Rusia desafían el poder americano, su influencia, sus intereses, tratando de erosionar la seguridad y la prosperidad de Estados Unidos. Ambos son culpables de conducir operaciones de influencia en contra de Norteamérica y de interferir en sus procesos de elecciones”.

Dentro de este ambiente no es de extrañar ni que China quiera ejercer una influencia económica determinante en el patio trasero de los americanos y en su área de gravitación tradicional más próxima como lo es Latinoamérica. Se cuentan por decenas los acuerdos de cooperación de toda índole rubricados son numerosos países de la región. Tampoco lo es que Rusia pretenda establecer desafiantes bases militares al norte de Suramérica, y en suelo venezolano donde más urticaria puede causar a Washington.

Así se juega en estos tiempos el ajedrez del poder en la escena global.


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