Cada día las operaciones comerciales de bienes que se transan entre la Unión Europea y China ascienden a 1,5 millones de euros. Así fue en 2017, último año con cifras completas. En el área de servicios habría que agregarle al guarismo anterior los 48.000 millones de euros que Europa exporta al país asiático y los 26.000 millones que importa del coloso chino.

Tal volumen de transacciones hace que Europa sea el primer socio comercial de China y que este país sea el segundo socio comercial de la UE, detrás de Estados Unidos. Los dos socios deberían estar condenados a entenderse.

Amparados en un volumen tan monumental de comercio bilateral, en julio de 2016 se armó un acuerdo en el cual se involucran 60 sectores de actividad con la idea de desarrollar y aplicar una estrategia que facilite y mejore ese importante nivel de interacción. El acuerdo aspiraría a desarrollar y promulgar una política de inversiones para el año 2020 en la que se debe hacer énfasis y llegar a acuerdos decisivos en su liberalización. El comunicado conjunto de la semana pasada, el que fue el resultado del encuentro anual de alto nivel entre las partes, sonaba estimulante. China le pedía la Unión Europea «igualdad de trato» para sus empresas y se comprometió a hacer lo mismo con las compañías europeas.

Pero a pesar de ello las relaciones no andan sobre ruedas. De un lado, los 28 no tienen posiciones comunes en muchos de los temas que abordan como Unión y en los casos en que sí existe unidad de criterios, no siempre tales convenimientos son respetados por las partes, por lo que termina primando el interés particular de cada Estado. Del lado chino, si tal debilidad de su contraparte puede ser explotada, lo harán a su favor. Un buen ejemplo de ello es el espaldarazo negociado y conseguido de parte de Italia en solitario a la Nueva Ruta de la Seda.

Representantes de alto nivel de Roma y de Pekín se reunieron no bien finalizada la reunión bilateral China-Estados Unidos y allí se puso en evidencia cómo el gobierno italiano fue llevado a divorciarse de la posición conjunta europea que es prudente -por no decir escéptica- en cuanto a tal iniciativa y a su repercusión en los países de la Unión Europea. Italia es el primer país del Grupo de los 7 en endosar políticas chinas que impactan al resto.

La particular relación de China con Croacia tampoco deja dormir tranquilos a los funcionarios en Bruselas. Los chinos han asegurado que esperan conectar la la Iniciativa de Cinturón y Carreteras de China con la estrategia de desarrollo de Croacia.

Nada de esto es nuevo. Hace un mes China fue calificada, en un documento de posición política de la Comisión de la UE, como un “rival sistémico” al tiempo que lo consideraba un socio “competidor”. Tal documento era más un alerta que un papel para subrayar la condición de cercanía que debería existir entre las dos contrapartes.

La desconfianza europea no surge de una posición más proteccionista del conjunto. Su reticencia está inspirada en la actitud tentacular china en el terreno de las inversiones. El coloso aspira a un tratamiento aperturista en los países de la UE, pero al propio tiempo restringe las inversiones en su mercado, subsidia a los competidores locales y vulnera los derechos de propiedad intelectual de terceros.

Por ahora, a nivel de intenciones, lo que se percibe es bueno. China sabe que la paciencia europea está en su límite y se está comprometiendo a actuar a favor de una relación reciproca más igualitaria. Pero como dice el sabio refrán refrendado por la tradicional actuación china poco apegada a la letra de sus compromisos: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”.


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