La avasalladora victoria de Sebastián Piñera y el amplio voto de confianza depositado por el pueblo chileno a su centro derecha vuelven a iluminar el oscuro panorama de nuestra liberación. Junto a Mauricio Macri, blindan el respaldo de lo mejor que tiene nuestra región para con las auténticas fuerzas opositoras venezolanas. Deben seguir el ejemplo. Esa, no otra, es la ruta
 

Contrariando los últimos aprontes, que pronosticaban un empate técnico entre un aparentemente alicaído Sebastián Piñera tras el pálido resultado obtenido en la primera vuelta, y un fuerte resurgimiento de su derrotado contendor Alejandro Guillier, empujado al primer plano mediático por el triunfalismo y la férrea unidad de todas las izquierdas reclamada con un agresivo intervencionismo oficialista desde La Moneda por la saliente presidente Michelle Bachelet, los hechos se encargaron de poner las cosas en su sitio desde el primer momento. El triunfalismo campeó esta vez en las filas oficialistas, la humildad en las del piñerismo. El resultado no pudo ser más elocuente. Piñera punteó en el conteo de los votos desde la apertura de la primera urna y jamás dejó de mostrar una ventaja de entre 6 y 10 puntos. Terminó obteniendo la victoria por más de 8 puntos de diferencia. Nadie se lo esperaba, salvo el candidato, confiado en su victoria. La incertidumbre había sido un espejismo.

Para vergüenza de quienes sufrimos los abusos de esta infame dictadura y la concupiscencia de una oposición variopinta que se arrastra tras suyo: los centros electorales cerraron el proceso de votación a las 6:00 pm en punto: ni un segundo más ni un segundo menos. E iniciaron el conteo manual de los votos de inmediato y ante las cámaras de todos los canales de televisión. De modo que pocos minutos después y contabilizado 0,25% de las mesas ya se sabía que Piñera ganaría las elecciones. La tendencia jamás le arrebató el liderazgo. Dos horas después la ejemplar democracia chilena ya había dictado su sentencia: otro gobierno de Michelle Bachelet había sido derrotado por el mismo empresario chileno del centro democrático que la venciera en enero de 2010, pero esta vez con una contundencia arrolladora. Si entonces luchara cuerpo a cuerpo contra Eduardo Frei Ruiz Tagle, a quien venciera por una escasa diferencia de menos de 2 puntos, esta vez venció a Alejandro Guillier por más de 8. Inapelable.

A dos horas del cierre del proceso electoral, la noticia fue ratificada por el donoso y ejemplar comportamiento del caballeroso derrotado: Piñera era felicitado por Guillier como presidente electo para el período de cuatro años que se abre en enero próximo. Poco después, la saliente presidente Bachelet, demudada y confundida, llamaba a Piñera a su comando de campaña para felicitarlo. En Chile, salvo prueba en contrario, desde 1990, lo cortés no quita lo valiente. Dios quiera que ese ejemplar comportamiento de convivencia democrática, que también nosotros los venezolanos conociéramos en el pasado, jamás sufra la menor ruptura. Ello dependerá, en gran medida, de que los sectores de la derrotada extrema izquierda marxista se olviden de las dictaduras de Cuba y Venezuela y apueste por la resurrección de sus democracias. ¿Será posible?

Mayor evidencia de que los chilenos castigaron la retroexcavadora, la insistencia en el rencor y la venganza ante ofensas pasadas, así como el radicalismo inducido desde las filas del Partido Comunista, en primer lugar, pero también desde sectores del Partido Socialista y la nueva ultraizquierda emergente en la figura de la periodista Beatriz Sánchez y el Frente Amplio, esa extraña y cosmética alianza con color y sabor al Podemos de Pablo Iglesias,  exigiendo ponerle punto final a la aventura reformista del bacheletismo que ha tenido al exitoso país austral guindando de la cuerda floja, estancada su economía y privándose del importante aporte del inversionismo extranjero.  

Decidida a jugarse el todo por el todo, perfectamente consciente de que una avasallante victoria de la izquierda chilena, en un hemisferio marcado por el triunfo de Donald Trump y el acorralamiento de la dictadura tropical de Nicolás Maduro volvería a darle alas al impulso que en el pasado llevara a Chávez al poder e iniciara desde Caracas el derrumbe de las democracias liberales del Pacífico y el Atlántico suramericanos, el comando de Guillier puso toda la carne en el asador inmiscuyendo abiertamente al ex presidente de Uruguay Pepe Mujica en la campaña. Un hecho inédito en la historia electoral del país austral. Trataba con ello de saldar las diferencias entre la izquierda moderada y la izquierda extrema. Posiblemente, la intromisión de Mujica haya causado un efecto contrario al esperado. Los chilenos son extremadamente celosos de su autonomía y ni siquiera en pleno gobierno de Salvador Allende toleraron la descarada y vergonzante intromisión del dictador cubano Fidel Castro. Chile, sea oportuno recordarlo como lo hicieran los seguidores de Sebastián Piñera a las puertas de su comando, no es Venezuela.

Confieso haber temido por un repunte de la candidatura oficialista. Preocupado, además, por el profundo desinterés mostrado por los restos y despojos de nuestra extraviada clase política, de todos sus matices y en todos sus niveles, por este partido crucial de tanta importancia para el futuro de nuestra región y muy en particular para nuestro propio futuro. Nadie, absolutamente nadie se interesó en Venezuela por la confrontación que se estaba desarrollando en Chile. Lo que me llevó a encender las alarmas. Más, muchísimo más que el efecto beneficioso que pudieran tener los ex presidentes, entre ellos Andrés Pastrana, Álvaro Uribe Vélez y Sebastián Piñera, no hablemos del secretario general de la OEA, Luis Almagro, sobre el curso de nuestra liberación ha sido la complacencia y el interés de todos los sectores de la llamada oposición –destacados presos políticos incluidos– por la esperpéntica y mediocre figura del socialista español Rodríguez Zapatero. Del que esperan nos conduzca a través de un entendimiento imposible al fin de la dictadura. Los resultados de tan grave error están a la vista. Encantados por su flauta mágica sufrimos mayor entrega, mayor subordinación, mayor sometimiento a la inmundicia reinante.

La avasalladora victoria de Sebastián Piñera y el amplio voto de confianza depositado por el pueblo chileno a su centro derecha vuelven a iluminar el oscuro panorama de nuestra liberación. Junto a Mauricio Macri, blindan el respaldo de lo mejor que tiene nuestra región para con las auténticas fuerzas opositoras venezolanas. Deben seguir el ejemplo. Esa, no otra, es la ruta.


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