“Resultado final de este extraño desarrollo es que, a pesar del fracaso de la gestión socialista llevada adelante por la candidata de las fuerzas de izquierdas, éstas se vean favorecidas por las nuevas hornadas. Con la dramática posibilidad de insistir por una vía que antes que apostar por la prosperidad y el progreso  lo hace por seguir ahondando en el pase de facturas contra los fantasmas del pasado. Así lo expresa la candidata del llamado Frente Amplio, la exitosa alianza de las fuerzas de la extrema izquierda chilena Beatriz Sánchez, que obtuviera un amplio respaldo en primera vuelta: “Mi voto es contra Sebastián Piñera y para eso voy a votar por Alejandro Guillier”

En Chile, más sabe el diablo por viejo que por diablo. El problema es que el crecimiento del padrón electoral favorece a los jóvenes. Los viejos podrían asistir a un nuevo fracaso.

Los síntomas no son alentadores. Tras cumplirse cuarenta y cuatro años de la tragedia a la que la polarización entre la utopía y la realidad arrastrara a la sociedad chilena, cruelmente dividida entre izquierdas y derechas, con el saldo de su más grave crisis en toda su historia republicana, vuelven a asomarse las trompetas de Jericó. Ya amainaron los benéficos efectos de la apuesta por la sensatez, el entendimiento y la unidad nacional con la que los chilenos recuperaran su valía durante esos veinte años modélicos de la llamada Concertación Democrática, que desembocara en un gobierno de centro derecha plenamente democrático, máxima demostración de que la transición hacia la normalidad había culminado exitosamente, la apuesta política de la vieja y nueva izquierda chilenas no es por la estabilización de lo logrado y el progreso en la vía hacia la conformación de una sociedad moderna, próspera y progresista, liberalmente bipolar, con mayor desarrollo económico y mayor igualdad social: es, principal y fundamentalmente, cerrarle la vía al gobierno al candidato de la centro derecha, Sebastián Piñera. Chile ha dejado de ser el tácito o explícito objetivo concertacionista de un nuevo pacto de entendimiento nacional. Ha vuelto a ser la confrontación, la negación y el rechazo de una parte del país, la más joven, a la otra mitad del espectro político, la experimentada. Con nuevos protagonistas que retoman la venganza y los odios cainitas del pasado como principal fuerza movilizadora. El discurso de los viejos y nuevos actores de las izquierdas es unívoco: “no debemos permitir un nuevo gobierno de la derecha”. Como si la alternancia no fuera una de las características más destacadas de un sistema político auténticamente democrático. Parafraseando la siniestra consigna de Fidel Castro con la que sellara el destino totalitario de una revolución que se pretendió popular y emancipadora: “dentro de la izquierda, todo. Fuera de la izquierda, nada.” Que cada quien asuma sus responsabilidades.

            El primer signo de ese giro hacia esa suerte de “totalitarismo democrático”, si fuera posible el oxímoron, fue el defenestramiento de las aspiraciones del líder más representativo de la izquierda concertacionista, moderna y renovada, el experimentado socialdemócrata Ricardo Lagos. La más cabal representación de la socialdemocracia chilena. El signo definitorio, contradictoriamente, que terminó por sepultar la expresión del entendimiento fue la incapacidad del mismo Ricardo Lagos para oponerse a la celada del extravío, no haber reivindicado su obra al frente de la izquierda concertacionista y haberse rendido al nuevo embate anti concertacionista del candidato Alejandro Guillier. No tardó un segundo en volver caras y apoyar la candidatura de la retroexcavadora. El tercero y más significativo: el súbito protagonismo del bloque representativo de las fuerzas más extremas y anti concertacionistas de la izquierda chilena, las del llamado Frente Amplio. Que ha terminado constituyéndose en el fiel de la balanza. De él depende que triunfe o fracase el nuevo embate de la fracasada Nueva Mayoría. La esperanza de la melancolía.

En el Chile de hoy, más sabe el diablo por viejo que por diablo. Al extremo que no es la participación electoral la que favorece la estabilidad del sistema, sino la abstención. Que atrae la apatía, principalmente, de los jóvenes electores que no se sienten motivados a participar del juego definitorio de las democracias: el voto. La apuesta por la defensa del status quo y la garantía sobre lo conquistado – cartas de la derecha chilena que lleva de candidato al empresario y expresidente chileno Sebastián Piñera – cala en los sectores que no olvidan y mantienen vivo el recuerdos de la tragedia. Las oleadas de nuevas generaciones ha ido desdibujando el efecto de los errores del pasado y ahondando en la determinación a no asumir responsabilidades sociales o políticas. Al extremo de ser las fuerzas de la derecha las que prefieren dejar las cosas como están, mantener alta la voluntad abstencionista de la mayoría de los chilenos y dejar la responsabilidad principal sobre la definición del futuro en manos de quienes saben en carne propia el significado de un desliz hacia el socialismo marxista.

Fue precisamente la causa de los graves errores en que incurrieron las encuestas, al presagiar una importante mayoría para el candidato de la derecha, Sebastián Piñera, para la primera vuelta electoral. Una mayoría ficticia para quien se confió en ellas. La situación ha variado al extremo del temor ante las nuevas hornadas, que se consideran no sólo carentes de la más mínima corresponsabilidad con los lamentables sucesos del pasado, sino que querrían reiterarlos. Si se activa la participación, lo más probable, aseguran los entendidos, es que favorezca al candidato que apuesta por profundizar la política de cambios estructurales que llevara adelante la socialista Bachelet, sin consideración de los lamentables resultados de dichos cambios. Una de sus principales reivindicaciones es empujar la realización de una Asamblea Constituyente. La apertura a la tragedia.

Resultado final de este extraño desarrollo es que, a pesar del fracaso de la gestión socialista llevada adelante por la candidata de las fuerzas de izquierdas, éstas se vean favorecidas por las nuevas hornadas. Con la dramática posibilidad de insistir por una vía que antes que apostar por la prosperidad y el progreso  lo hace por seguir ahondando en el pase de facturas contra los fantasmas del pasado. En Chile, más sabe el diablo por viejo que por diablo. El problema es que el crecimiento del padrón electoral favorece a los jóvenes. Los viejos podrían asistir a un nuevo fracaso.


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