«Lo único capaz de consolar a un hombre por las estupideces que hace, es el orgullo que le proporciona hacerlas». Oscar Wilde.

El previsible libreto oficial y la falta de imaginación del rutinario discurso opositor han transformado las secciones de los periódicos y los portales de Internet que se ocupan de la política en catálogos de reiteraciones. Cansado de leer y escuchar siempre lo mismo, comencé a interesarme en la información publicada en el apartado de Sucesos que, cuando el periodismo digital era apenas intuición de la literatura de anticipación, llamábamos, quizás peyorativamente, página roja, porque noticiaba de preferencia hechos sangrientos, en ocasiones magnificados por el morbo del periodista. O, cuando la censura apretaba, forjados por el reportero de guardia. Veteranos del oficio contaban que, durante el perezjimenato, este ejercicio creativo fue estimulado por el lápiz rojo del censor Vitelio Reyes. Hoy día, tal práctica está reservada para el Día de los Inocentes. Al menos eso creía hasta que me topé con un espeluznante titular: «Hombre descuartizó a adolescente, lo saló y vendió su carne como chigüire».

Inverosímil, más que espeluznante, sería el adjetivo adecuado para calificar una noticia originada en Delta Amacuro y nacionalmente homogeneizada por la prensa virtual, que no concitó el estupor que en otros tiempos y circunstancias hubiese animado el cotilleo cotidiano. No ha sido así. Nuestro uomo qualunque no se estremece con aterradores cuentos de camino porque continúa boquiabierto con lo que sucedió el 15 de octubre, tal lo pautaba el guion gubernamental y facilitó la enloquecida brújula de una disidencia que navega al garete y a punto de zozobrar en el mar de los titubeos. En alguna parte leí, no recuerdo quién lo afirmaba ni sus razones, que los venezolanos no sabemos ironizar sin precipitarnos por el barranco del escarnio. Temo que tampoco podamos ensayar con el humor negro para establecer analogías entre el despedazamiento presuntamente perpetrado en la deltana población de Los Güires y el desmembramiento sin anestesia de la Mesa de la Unidad que dejó a los deprimidos y pesimistas adversarios del narco-socialismo en desesperanzada orfandad, preguntándose si vale la pena seguir arando en ese mar o, si de una buena vez, mandan muy largo al carajo a una dirigencia que perdió el paso y no coge swing.

Últimamente se insiste con obstinación en que «la política es el arte de lo posible», frase cuya autoría es endosada, dependiendo de cuánta autoridad necesita quien la cita para fortalecer sus argumentos, a Maquiavelo, Bismarck y, por supuesto, a Aristóteles que todo lo (pre)dijo. Con ella se ha justificado o reprobado la decisión de participar en unos comicios regionales arbitradas por una rectoría comicial supeditada a la dictadura y que ha estafado al país calculada y sistemáticamente desde el referéndum de 2004. Si era inevitable la consumación del fraude que comenzó con el ventajismo redistributivo de los circuitos electorales –malapportionment– y concluyó con la adulteración de los escrutinios, se ha debido más bien apelar a la ciencia de lo imposible. «Seamos realistas, pidamos lo imposible», fue una muy atrevida y difundida consigna de los insurgentes del mayo francés de 1968. Con ella, cierto, no entronizaron la imaginación en el poder, pero convulsionaron a la Francia que había engavetado su temple libertario y la condujeron a una huelga general, la mayor en la historia de la nación gala, que obligó a De Gaulle a disolver la Asamblea, convocar elecciones anticipadas y llamar a un referéndum (abril de 1969) que precipitó el fin de la Quinta Repúblicaau revoirmon Général! Esos históricos acontecimientos constituyen un valioso referente de acción contestataria del que nada aprendieron los apolillados franquiciados de los partidos que sobrevivieron a la antipolítica, y que mucho tiene para enseñar a los engreídos cuadros engendrados por la resistencia, que anteponen el orgullo al interés nacional. Se ha citado con pertinencia al Churchill que censuró a Chamberlain –«El que se humilla para evitar una guerra, tiene la humillación y también tendrá la guerra»–, a fin de execrar el voto de obediencia de los gobernadores que decidieron tomar posesión de sus cargos –para ejercerlos fueron votados–, mas se ha silenciado al que toreó sus arrepentimientos con este capotazo: «A menudo me he tenido que comer mis palabras y he descubierto que eran una dieta equilibrada». La sumisión a la espuria constituyente comunal fue, qué duda cabe, un acto atroz (más de un ateo se ha casado por la iglesia); pero la pérdida de la Gobernación del Zulia lo es en mayor grado. ¿Y entonces?

Entonces pongamos los pies en esta tierra de (des)gracia y hagamos caso omiso de quienes se creen moralmente acreditados para atacar sin piedad a todo aquel que, por haber participado en el pasado torneo comicial, debe porque sí cargar con la culpa de una derrota presagiada con aborrecible suspicacia: ¡Después no digan que no se los advertí!; dejemos de prestar oídos a conjeturas delirantes, propias de las más descabelladas teorías de la conspiración, y retomemos el sendero de la sensatez, es decir: de la unidad, lo que, en estos días, signados por la incertidumbre, la confusión, la rabia, la frustración y, sobre todo, por asueto cerebral –el pensamiento es un convidado de piedra, como corresponde a una semana de santos, difuntos y aparecidos en la que, ¿no es verdad ángel de amor?, la representación de Don Juan Tenorio es pasto de la añoranza–, pareciera impertinencia o majadería. Seamos impertinentes y majaderos: experimentemos con la ciencia de lo imposible a fin de impedir el colapso de una estructura que ha costado lo suyo construir y que es fundamento y motor de una movilización popular eficaz, tal se demostró en las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015, capaz de imponer su soberana voluntad de cambio y sepultar en la fosa de los malos recuerdos el modelo chavista, el tutelaje político de La Habana y la sujeción económica a Moscú y Pekín. Hagamos de la unidad cemento de un amplio frente nacional de oposición y base de un proyecto viable que entusiasme a los inconformes, que somos mayoría. No un borrador de utópico porvenir, aunque «a veces –dejó escrito Jules Renard en aforismo celebrado por Borges–, el futuro necesita cientos de borradores», sino una vía de escape del pasado en que vivimos y, así, no tengamos que sumergirnos en la crónica roja ni comer chigüire en salazón de dudoso origen y fuera de temporada. Hagámoslo antes de que circulen billetes de 7 y 8 cifras.

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