La espectacular victoria de Andrés Manuel López Obrador causó ruido en Venezuela. Desde hacía meses habían convertido al infatigable líder mexicano, en un fetiche al que le endosaban una aviesa vinculación con el narco-estado venezolano. Su tenue argumentación viene dada por los principios izquierdistas del recién elegido presidente. Esos analistas que invaden nuestros espacios, para sembrarnos de tedio, propalaron la especie de un enajenado que venía con las mandíbulas desaforadas a engullirse al destino mexicano. Destrozaron su imagen para transformarlo en un nuevo espécimen al cual sacudir. Jamás se pasearon por la historia de un demócrata vinculado a las causas populares. Prefiriendo la comodidad de enterrarlo en el ataúd de los odios de clase.

En 1995 un vehículo atraviesa velozmente el Zócalo de la capital azteca. Se caen una gran cantidad de cajas, en donde se comprobaba el descarado robo que le hicieron en los comicios a la Gobernación de Tabasco. Desde la costa norte que bordea el golfo de México llegaron centenares de personas a la capital para denunciar el fraude. La gente protestó durante semanas en la plaza. La amarga experiencia fortaleció su espíritu, comenzó a proyectarse hasta ganar la alcaldía más importante del país. Fue un estupendo alcalde de la ciudad de México, una corporación acostumbrada a ver salir a sus burgomaestres esposados. Su gestión como sus niveles de aprobación son los más altos registrados en dicha entidad, alcanzando evaluaciones anuales de desempeño por encima de 85% de aprobación de los ciudadanos; además, en una encuesta de la fundación londinense City Mayors lo nombraron el segundo mejor alcalde del mundo.

Su éxito como mandatario metropolitano fue invitándolo a buscar la primera magistratura nacional. Sobre la planicie del centro histórico, la presidencia queda a escasos metros de una mirada; desde la alcaldía podía observar el templo del destino azteca. Aquella joya arquitectónica revestida con piedra de chiluca y tezontle, con su estilo barroco sobrio de los siglos XVII y XVIII, era un impresionante acorazado de traiciones y miserias expelidas desde sus fueros.

El ciudadano comprendía que López Obrador simbolizaba el cambio que siempre prometieron los canallas. En la amplia plaza histórica los dos gobiernos que pululaban detrás de las murallas mostraban ejecutorias diametralmente opuestas. Un conservador Vicente Fox Quesada estaba atragantado en el ánimo colectivo, mientras López Obrador estaba en la cúspide del respaldo popular. Con un gran apoyo se presenta en los comicios de 2006. Esa elección ha sido una de las más polémicas en la historia de México. Se alega presunto fraude electoral, y un triunfo con un margen muy cerrado; Felipe Calderón, candidato del PAN, obtuvo 14.916.927 votos contra 14.683.096 votos de Andrés Manuel. Es decir, una diferencia de 233.000 votos.

En 2012 pierde ante Enrique Peña Nieto, un político joven que venía de gobernar el estado de México. En las encuestas contaba con 24% de las preferencias y estaba muy alejado del puntero Peña Nieto, que tenía 54% a un año de los comicios. El movimiento estudiantil, que se manifestó en contra del priista Peña Nieto, pudo ayudar a que Andrés Manuel recuperara posiciones. Al final se declaró ganador al abanderado del PRI, con una diferencia de 3,3 millones de votos. Tras los comicios, AMLO desconoció el resultado y alegó un presunto fraude. Desde ese momento comenzó a trabajar intensamente para las elecciones del 2018. Se convirtió en el alma de la lucha social ciudadana.

México es una nación secuestrada por el crimen. La corrupción galopante hizo de su realidad un decadente espectáculo de miseria, la crisis pavorosa de una nación con 70 millones de pobres, llena de enormes desigualdades sociales fueron encontrando en su liderazgo el eslabón perdido de redención definitiva. Los pobres expoliados por los tentáculos del narcotráfico: como tequila en la garganta gubernamental, consiguieron el intérprete de sus expectativas.

La descomunal paliza de AMLO en las presidenciales de 2018, es la mayor de su historia. Solamente perdió en el conservador estado de Guanajuato; un verdadero tsunami arrasó con los estamentos podridos del asco, para recuperar los viejos sueños de Lázaro Cárdenas.

Sus palabras como primer mandatario electo invocaron la paz. Nada de odios para quienes les robaron las elecciones anteriores, tampoco las ínfulas de quien los acababa de moler. Habló de una democracia con justicia social, apegada a la constitución y absolutamente alejada de cualquier interés por imponer una dictadura como la de Nicolás Maduro. Se reunió con los empresarios y les ofreció plenas garantías. En su tren gubernamental escogió brillantes académicos de carrera para ir encauzando un Estado moderno y saneado. En sus primeras actividades se encargó de hablar con diversos sectores y gobiernos, siempre inspirándose en el espíritu democrático. Acciones totalmente contrarias al primitivo proceder del gobierno venezolano, surgido de una peligrosa red de tramposos en donde la inmoralidad es el cuadro de honor. En Venezuela lo satanizan por pensar en el bienestar popular. Son los mismos dinosaurios que creen que los pobres son miembros de las cavernas. Se viene un México esplendoroso…

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