Lo que sucede en Venezuela ha perdido todo sentido de proporción. Por lo tanto, si no se asume en el ámbito regional e internacional la gravedad de los hechos en su más cruda realidad, la situación se tornará peor que dantesca, con un saldo de dolor y muertes mucho mayor del que ya se observa, y con muy graves consecuencias para muchos países de América Latina especialmente, que deberán recibir oleadas de refugiados, así como soportar las plagas criminales que tendrán su base y oasis de impunidad en el territorio de ese país.

El totalitarismo, en su versión socialismo del siglo XXI, posmoderno, militarista, mafioso y nihilista a la vez, ya está instalado en una nación que fue, en una época ya lejana, ejemplo de libertad y democracia en medio de países sometidos a dictaduras de diferente índole. Una breve relación de hechos recientes permite confirmar esta afirmación.

La asamblea constituyente chavista ya asumió de facto todo el poder del Estado, al punto que Nicolás Maduro somete públicamente sus actuaciones a esa instancia, al margen de los acuerdos internos de distribución de cuotas de ese poder entre las varias facciones del chavismo. Esa constituyente ilegítima y desconocida por las democracias más respetadas a escala mundial no ha parado de producir actos totalitarios: la ley de precios acordados, para potenciar el saqueo de empresas y bienes privados en todo el país; la ley contra el odio, por la cual están aumentado aceleradamente los presos políticos por razones de conciencia, y ley contra la guerra económica, cuya aplicación facilitará la corrupción en materia de contrataciones y potenciará la propaganda contra el sector privado y las sanciones internacionales aplicadas al régimen chavista, a las que se pretende atribuir ante los más miserables en Venezuela la causa de la crisis humanitaria que padecen.

Además, esa asamblea neocomunista, en los hechos ha sustituido y dejado sin existencia aun simbólica a la AN, cuyos integrantes, por incoherencia, falta de estrategia e incapacidad política para sostener nacional e internacionalmente, sobre todo, sus actos más importantes (declaratoria de abandono del cargo, designación de magistrados del TSJ y convocatoria al plebiscito del 30/07/17, por ejemplo), contribuyó a su propio colapso por omisión. De modo que, en Venezuela, no opera efectivamente ni un solo poder legítimo, más allá de la representación que conservan los diputados electos por los ciudadanos en diciembre de 2015.

Continúa el indetenible encarcelamiento y persecución de disidentes y críticos del régimen, siendo el caso de los sacerdotes Antonio López Castillo y Víctor Hugo Basabe, este último obispo de la Diócesis de San Felipe, en el estado Lara, por haber expresado como ciudadanos y ministros de fe su opinión sobre la aberrante situación de millones de venezolanos, que mueren y sufren por hambre, inseguridad, enfermedad y terror, causado directamente por Nicolás Maduro y su régimen sangriento, y quien en respuesta ha ordenado a su nuevo brazo represor, Tarek William Saab, que los persiga penalmente.

Como en el pasado lo han hecho otros tiranos y responsables de regímenes totalitarios, el chavismo se burla de la buena fe, racionalidad y civilidad de la comunidad internacional en el inútil diálogo de República Dominicana, al que asiste de comparsa, por desgracia solo casi para proveer imágenes para “memes”, un deslegitimado grupo de dirigentes políticos y asesores, que carecen tanto de estrategia –al menos comunicacional– como de capacidad efectiva de presionar al régimen criminal para que desista de perpetuarse en el poder por más tiempo. El chavismo emplea ese espacio para engañar, acelerar su plan destructivo, preparar el terreno para un nuevo fraude electoral en este 2018, que ratifique a Maduro en el cargo de presidente, y agrave la desmoralización de los ciudadanos libres, todo ello con el abierto apoyo –que es el tema de fondo a escala internacional– de sus regímenes aliados de Rusia y China, a los que en modo alguno les importa el sufrimiento humano.

La reciente masacre, a sangre fría, de un grupo de ciudadanos venezolanos liderados por el ex funcionario policial Oscar Pérez, quienes eligieron enfrentar por la fuerza a la tiranía títere del castrismo, ante su negativa de respetar los derechos humanos de los ciudadanos, pero quienes para el momento de los hechos habían manifestado su decisión de entregarse sin violencia ante el Ministerio Público, como quedó plenamente demostrado en varios videos grabados por las víctimas antes de su cobarde ajusticiamiento, difundidos en redes y diversos medios de comunicación. Estas personas fueron objeto de una operación sancionable por el derecho internacional, y que el régimen usará como disuasivo de futuras iniciativas similares, así como de protestas de ciudadanos para exigir un cambio político.

Los venezolanos son también víctimas de una radicalización de la mentira compulsiva como política de Estado, y de la violencia ante las necesidades más elementales de las víctimas. Como se pudo observar en el teatro escenificado el pasado lunes ante la constituyente ilegítima, durante la supuesta presentación de la Memoria y Cuenta presidencial, el chavismo solo habla de cifras manipuladas y falsas, ajenas al dolor, la crisis y angustia de millones, al tiempo que perfecciona la coacción política a través de los CLAP aprovechando el hambre que ha creado deliberadamente al destruir el aparato productivo y monopolizar las importaciones, a través del estímulo a saqueos y el odio a los cada día menos comercios privados que sobreviven, al exigir el carnet de la patria para recibir algún tipo de atención médica precaria y el empleo abierto de grupos militares y paramilitares para asesinar y sembrar el miedo ante posibles protestas.

La enajenación de la realidad, así como el sadismo ante el sufrimiento humano, de los más altos cargos del chavismo, con Maduro a la cabeza, pasando por la directiva de la espuria constituyente, el vicepresidente del PSUV, el consejo de Ministros y los integrantes de los otros dos poderes subordinados a ese partido y las facciones del régimen, es completa. No hay ninguna empatía hacia los que van siendo poco a poco aniquilados, y en esto es pueril preguntarse si es por ideología, por psicopatía o por frialdad política, pues el hecho cierto es que la tragedia está a la vista, y frente a ella solo se manifiesta, desde el chavismo, su cruel voluntad de permanencia indefinida en el poder ilimitado, locura que es respaldada por la ya indudable subordinación del estamento militar a las diferentes facciones que se reparten el poder, penetrado además por sectas religiosas, de origen africano y contenidos seudocristianos, que en realidad no tiene más fin que la manipulación política.

Ante este horror, que recuerda al de la novela El corazón de las tinieblas, es impostergable una acción política regional e internacional mucho más enérgica: deben continuar las sanciones individuales e institucionales que países como Estados Unidos, Canadá y más recientemente la Unión Europea, el día de ayer, están adoptando conforme a derecho y de forma soberana en contra de los corruptos, violadores de derechos humanos y delincuentes internacionales del régimen chavista; se deben activar juicios ante la Corte Penal Internacional contra los autores de crímenes de lesa humanidad, pues abundan, con dolor hay que decirlo, los casos y las pruebas de su comisión en el territorio venezolano, urge una aplicación más enérgica de la Carta Democrática Interamericana y discutir, sin cálculos y correcciones políticas reñidas con la dignidad humana y los derechos humanos, la activación de acciones conjuntas, como la propuesta por Ricardo Hausmann en “El día D para Venezuela”, para el restablecimiento de la paz y la asistencia humanitaria en Venezuela (ver sobre el tema la web de la Organización de Naciones Unidas: https://goo.gl/8ZR9E6), dado que se está ante un Estado fallido, que al mismo tiempo avanza en la más brutal aniquilación –ya no en cámara lenta– de su población, únicamente por conservar sus despreciables privilegios y evitar las sanciones internacionales.

Para esto último, por cuesta arriba que resulte, es importante que los países democráticos de Occidente logren persuadir a Rusia y a China de que también para ellos es inconveniente a corto plazo incluso, la permanencia del chavismo en el poder. Esos regímenes, de los que Venezuela es en buena medida una colonia –no tanto del de Cuba, que es más bien un parásito de nuestras riquezas y un aliado para destruir la libertad–, deben ser persuadidos de que la inestabilidad política, la crisis humanitaria y el riesgo para la seguridad nacional de las Américas que generará la continuidad en el poder de Maduro y sus aliados no conviene a nadie, y que hay más probabilidad de que las deudas que Venezuela tiene con sus países las cumpla un futuro gobierno democrático, que esté apoyado financieramente por el sistema mundial, que los actuales corruptos, saqueadores y mentirosos chavistas, que no dudarán también, en tanto encarnación que son del arquetipo del pícaro, en intentar burlarse de chinos y rusos, si ello les resulta posible.

Para examinar a fondo y con toda crudeza la tragedia venezolana debe servir la próxima cumbre del Grupo de Lima, a celebrarse en Santiago el 22 de enero. Es, sin duda, una valiosa oportunidad para examinar en qué medida no tiene sentido el proceso de negociación que se trata de extender en República Dominicana, qué otras opciones se pueden adoptar sin más demora, y, sobre todo, de cómo los países de habla hispana pueden ayudar a salvar vidas y, no exagero, la civilización misma en Venezuela.

Porque justo es eso lo que se ha propuesto destruir en nuestro país el chavismo, la idea y posibilidad misma de civilización, de una existencia social ordenada según valores, creencias y fines compartidos, en la que es posible progresar y resolver los conflictos a través de la palabra y no de las armas, en libertad y no bajo la opresión, bajo el sistema democrático de gobierno, el Estado de Derecho y la economía libre. En América –no en África o en Asia–, alrededor de un elevado número de países democráticos y en pleno siglo XXI, el chavismo le ha declarado, de forma insensata, la guerra a la civilización, y más en concreto a la occidental. Ante ello, no se puede ni moral ni políticamente ignorar la situación ni tampoco banalizarla, a riesgo de que la manzana podrida, de a poco, termine por afectar y podrir al resto de las manzanas.

No atender la urgencia de la condición humana en Venezuela es olvidar una fundamental lección de Arnold Toynbee, de lo que sucede a las civilizaciones cuando incurren en la barbarización y en la vulgarización, que es justo lo que el chavismo pretende para nuestro país y, no se tenga duda al respecto, para las Américas en su conjunto.


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