Yo no hablo de venganzas ni perdones, el olvido es la única venganza y el único perdón”. Jorge Luis Borges

La izquierda chilena y el Foro de Sao Paulo acaban de protagonizar un acto de prestidigitación política digna del inmortal Houdini. Han puesto a la cabeza de la Alta Comisión de Defensa de los Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas a una de sus fichas más representativas, la dos veces presidente socialista de Chile, Michelle Bachelet, sin despertar un solo comentario crítico de las fuerzas liberales chilenas y latinoamericanas, a pesar de su manifiesto y combatiente filo-castrismo –las únicas fuerzas políticas que hoy por hoy violan los derechos humanos en América Latina como lo demuestran los casos de Cuba, Venezuela y Nicaragua, con cuyos gobiernos la alta comisionada ha manifestado total solidaridad– mientras esa misma izquierda las enfilaba contra el recientemente designado ministro de Cultura, al que muy previsiblemente habrá que retirar del cargo, como se hizo con su predecesor. No son del gusto del aparato cultural chileno, como en toda nuestra región fiel y devota practicante del más cerril castro-comunismo. En Venezuela, sus congéneres se postraron ante Fidel Castro, alfombrando el camino al golpe de Estado y el asalto al poder del teniente coronel Hugo Chávez al comienzo mismo del mandato de aquel a quien meses después le montaría una sangrienta insurrección popular, el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez.

Los términos de esa ominosa alabanza a quien llevaba más de treinta años reinando en La Habana son prácticamente los mismos que usara la presidente de Chile en su nota necrológica. El tirano es el más excelso representante de la dignidad americana. Aunque Usted no lo crea.

La causa del despiadado ataque contra el ministro Mauricio Rojas: haberse expresado críticamente en un libro escrito y publicado hace dos años en comandita con su amigo, el actual ministro de Relaciones Exteriores Roberto Ampuero –Diálogo de conversos– sobre el denominado Museo de la Memoria, con el que el allendismo chileno y los partidos de la ex Concertación Nacional –integraba a la Democracia Cristiana, una de las fuerzas políticas claves del golpe de Estado que derrocara a Salvador Allende– pretenden preservar su memoria. O, dicho más propia y objetivamente, una parte de esa memoria. Pues dicho museo, instaurado durante el primer gobierno de Michelle Bachelet, responde a los intereses de los derrotados en la trágica contienda que enfrentara a izquierdas y derechas durante ese conflictivo período de gobierno, víctimas de la dictadura pinochetista aunque poco menos que igualados a las víctimas de la Shoa. Como no podía ser menos, carece de la más elemental objetividad, oculta las razones de la tragedia, exculpa a la izquierda de toda responsabilidad en los sucesos y criminaliza un conflicto eminentemente político. No un crimen en acto, sino un crimen en proceso: ¿Qué hubiera sido de la sociedad chilena si a falta del golpe de Estado que extirpó de raíz el riesgo de que se instaurara un régimen marxista totalitario, hubiera logrado imponerse una tiranía castrista? No se requiere ser mago para imaginárselo: otra Cuba, con todos sus efectos concomitantes. Otra Nicaragua, con toda su injusticia, otra Venezuela, con toda su miseria. Muy posiblemente, la quiebra de la frágil y nunca verdaderamente asentada tradición liberal democrática en América Latina.

Aceptar el chantaje de los vencidos y permitirles actuar como únicos dueños de la verdad sería un grave error de lesa política. Como negar la responsabilidad de los vencedores en los hechos sufridos. La verdad, solo la verdad y nada más que la verdad debe ser el imperativo moral de las fuerzas políticas chilenas. Y dar vuelta la página, de una vez por todas, la única vía hacia un futuro de paz y prosperidad. Todo lo demás es silencio.


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