La inflación es uno de los males más perversos que pueden afectar una economía, y la hiperinflación es su estadio más maligno. Es tanto el sufrimiento humano que causa esta patología que la inmensa mayoría de los gobiernos del mundo se han empeñado, con éxito, en erradicarla como a la viruela.

Venezuela sufre la hiperinflación más alta del mundo. No comprende el régimen el monstruo que ha creado. Si la inflación promedio mensual fuese a lo largo del año del orden de 85% (como lo ha sido en los tres últimos meses) la inflación de 2018 superaría 100.000%. Sería la mayor en toda la historia del hemisferio occidental.

“La causa más próxima de la inflación –afirmaba Milton Friedman, premio Nobel de Economía– es siempre y en todas partes la misma: un incremento demasiado rápido de la cantidad de dinero en circulación con respecto a la producción”.

Eso es lo que ocurre en Venezuela. La cantidad de dinero sin respaldo que emite el BCV para financiar el déficit fiscal y el déficit en el flujo de caja de Pdvsa crece vertiginosamente. A su vez, el PIB no hace otra cosa que decrecer. Ha alcanzado el nivel tenía en 1955 cuando la población apenas superaba los 6 millones de habitantes y hoy tenemos 31,5 millones; es decir, el empobrecimiento por habitante es abismal. La producción petrolera se ha reducido 59% en apenas 14 meses, y la producción de alimentos ha caído más de 50% en menos de 3 años.

Asombrosamente, nuestros gobernantes pretenden resolver el empobrecimiento y la inflación recurriendo a procedimientos de maquillaje: quitándole tres ceros al bolívar.

Ya Chávez lo hizo hace algunos años y el fracaso fue rotundo, tal como se le había advertido. Esta vez será mucho peor, porque las condiciones del país también lo son. La reconversión monetaria que anuncia el régimen solo trata de esconder la enfermedad en lugar de curarla.

La reconversión consiste en eliminar tres ceros y cambiarle el nombre a la moneda que pasará a llamarse de “bolívar fuerte” a “bolívar soberano”. ¡Soberana estupidez! Pregonan a diestra y siniestra que las cosas valdrán “tres ceros menos”. Lamentablemente, no dicen que también los sueldos tendrán “tres ceros menos”.

Si no se atacan las verdaderas causas que generan la inflación, me atrevo a vaticinar que ocurrirá lo mismo que ya ha ocurrido en muchos países latinoamericanos. Entraremos en ciclos interminables de cambios de moneda y eliminación de ceros.

Veamos la experiencia de Argentina. En 1970 al peso moneda nacional (como se llamaba la moneda del país) le quitaron 2 ceros y le cambiaron el nombre a peso ley. En 1983 le quitaron 4 ceros más y pasó a denominarse peso argentino. En 1984 nuevamente le eliminaron 3 ceros y le cambiaron el nombre a austral, y en 1992 una vez más le quitaron 4 ceros y pasó a llamarse peso convertible. Un peso convertible de 1992 equivalía a 10 billones (millones de millones) de pesos de los que circulaban en Argentina en 1970 y la inflación alcanzaba 3.000% al año. Los gobiernos argentinos caían como barajitas.

El caso de Brasil fue similar. En 1967 a la moneda brasileña le quitaron 3 ceros y le cambiaron el nombre de cruceiro a cruceiro nuevo. En 1986 le volvieron a quitar 3 ceros y pasó a denominarse cruzado. En 1989 una vez más le eliminaron 3 ceros y le cambiaron el nombre a nuevo cruzado. En 1992 retomaron el nombre de cruceiro. En 1993 nuevamente eliminaron 3 ceros y le cambiaron el nombre a cruceiro real, y en 1994 la nueva moneda pasó a llamarse real, que equivalía a 2.750 cruceiros reales. Un real de 1994 representaba 27,5 billones (millones de millones) de cruceiros de 1967. A pesar de todos esos cambios, la inflación en Brasil superaba 2.700% al año. Abundaron dictaduras y gobiernos militares. Solo a raíz de la designación de Fernando Henrique Cardoso como ministro de Hacienda y a la implementación que hizo del Plan Real, Brasil logró superar aquellas locuras. Aquello le valió a Cardoso la elección y después la reelección como presidente de Brasil. Después… bueno, después vino Lula.

Dios nos agarre confesados.


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