La historia de la humanidad está plagada de la ceguera de muchos políticos. Por el lado del mundo occidental, desde el mismo momento en que Heródoto de Halicarnaso (484-425 a. C.) hace acto de presencia con su obra magistral (Historias), se da cuenta de tan terrible mal, causante de todo tipo de desastres y desgracias a numerosos pueblos y naciones.

Un caso ejemplarizante de dicha calamidad lo encontramos mucho más tarde en Luis Felipe de Orleans (1773-1850), el último rey de Francia, quien ascendió al trono como consecuencia de la revolución de 1830 que obligó a abdicar a Carlos X; dieciocho años después, él también fue destronado a raíz de la revolución de 1848. Durante su reinado de corte liberal Francia experimentó un proceso de industrialización acelerado que condujo al ascenso de la burguesía como clase dominante y el surgimiento de un vasto proletariado.

Obviando por completo el origen de su reinado, el nuevo soberano puso de lado el apoyo del pueblo y no dudó en reprimirlo las veces que lo consideró necesario; adicionalmente, en muchas ocasiones sus acciones de gobierno excedieron los límites que le imponía la Constitución. Pero eso no fue todo. El examen de la personalidad y comportamiento de este hombre pone de manifiesto que la ceguera política corría pareja con su terquedad.

Los últimos meses de su reinado se caracterizaron por la crisis general que azotaba al país. Era una crisis financiera, económica, política y moral, que se vio agudizada por la imprudencia del propio rey, quien no supo ver el peligro que corría su dinastía bajo la política ultraconservadora puesta en práctica por el ministro François Guizot, notable historiador, hombre de letras, austero y talentoso orador, pero con un gran hándicap: no sabía nada de finanzas; los temas relativos a los negocios y el comercio le eran extraños y, además, no manejaba los asuntos militares.

En ese momento crítico, el pueblo francés, partidario de la libertad política y la justicia social, quiso demostrar a Europa que los franceses que apoyaban a Luis Felipe eran una exigua minoría (muy parecida a la que hoy apoya a Nicolás Maduro en Venezuela) y que el régimen conservador que sostenía al rey se afianzaba en la policía y la Guardia Nacional. Justo el año anterior (1847), Francia había sufrido las consecuencias del aumento vertiginoso del pan y otros alimentos fundamentales; como consecuencia de ello la vida se encareció en todas sus formas, lo que acarreó el hambre generalizada. Fue inevitable que muchas fábricas cerraran y sus trabajadores fueran despedidos. Como efecto de eso, las “marchas del hambre” no se hicieron esperar en todo el país.

Pero tanto el rey como el ministro Guizot mantuvieron la intransigente posición de no poner en práctica los cambios políticos que eran ya inevitables. La gota que derramó el vaso fue el discurso de Luis Felipe ante el Parlamento, el 28 de diciembre de 1847, en el cual calificó las protestas del pueblo como agitaciones que fomentan pasiones enemigas o ciegas y advirtió que la monarquía constitucional tenía los medios para superar todos los obstáculos.

Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. El 22 de febrero, los estudiantes y los obreros tomaron las calles. La Marsellesa se oía por todas partes, así como los gritos de “¡Viva la reforma!”. Al día siguiente, nueve regimientos de la Guardia Nacional de los doce que guarnecían París se unieron al pueblo. Al anochecer, sin embargo, soldados aliados al régimen dispararon contra un grupo de manifestantes y mataron a cincuenta de ellos. Allí quedó sellado el destino del rey. Luis Felipe firmó el acta de abdicación y, al día siguiente, embarcó rumbo a la Gran Bretaña. Acto seguido se proclamó la república y se estructuró un gobierno provisional, el 24 de febrero de 1848.

Debo advertir que los parecidos con nuestra realidad son fruto de la pura coincidencia.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!