La idea del título evoca situaciones y sentidos diferentes. Para algunos venezolanos, los cauchos que quemaba la ultraizquierda en tiempos cada vez más remotos, que alborotaba el orden público para exigir, en algunas oportunidades, reivindicaciones universitarias, y en otras, como una diversión extraordinaria de las principales ciudades. Hoy día, esta expresión está desautorizada total y moralmente: quien encienda un fósforo, puede y va preso, por más que sobren razones de gran magnitud para  la protesta. 

En otro sentido, y en otro grado de importancia por lo que significa para nuestro país,  la inexistencia de los cauchos para los vehículos automotores apunta a la posibilidad de una transportación por tracción animal. El problema radica en que ya no tenemos animales de tracción, porque por falta de alimento o por convertirse en alimento han ido desapareciendo. Ya en Venezuela se dejaron de producir cauchos y el país se maneja con importaciones, lo cual ha creado una crisis a nivel de transporte público, que es parte central de las bisagras que mueven la producción de un país.

Además, para los dueños particulares de automóviles, la idea que el título trae es la inseguridad: el robo de uno o dos cauchos, por muy resguardado que se encuentre un carro en el sótano de un edificio o el garaje de una casa, es una tragedia. Son tan caros y difíciles de encontrar los de segunda mano, que ya numerosas personas han optado por vender el propio vehículo e intentar algunos dólares para la supervivencia. La visión contraria es la de las autoridades públicas, quienes no cuidan siquiera del pavimento y, por supuesto, nos muelen entre  los cráteres de las calles. Y en vez de solucionarlo para matizar parte de la crisis, crean un censo, para más control.

Pero hay otros cauchos: los de la salud y la estética. En otros tiempos, la obesidad indeseada obligaba a presupuestar unas jornadas de gimnasio, ahora de imposible contratación. Cada quien, frente al espejo, juraba eliminarlos por la vía de los ejercicios y de la dieta. Hoy, con las forzadas caminatas, sobran los ejercicios y faltan, escandalosamente, los medicamentos y una alimentación adecuada. Ya no es porque sobren, sino porque faltan, como drama. El hambre del socialismo rampante y descarado nos ha enflaquecido. Detrás de la esbeltez aparente de una muchacha atractiva, por ejemplo, hay un historial de hambre y caminatas forzadas. Eso no puede negarse, por más vanidosa que ella sea, en contraste con los prohombres del régimen y de sus familias, privilegiados en este mar de miseria.

Hace poco le escuché a un infeliz (no cabe otro término), partidario de Maduro, que la delgadez de la gente se debe a que ahora no hay un consumo masivo de la comida chatarra. Por supuesto, el saciado dirigente comunal del PSUV no sabe ni le interesa saber quién fue Hernán Méndez Castellanos, además, por entonces simpatizante marxista, quien se quejó en el siglo XX de nuestros niveles de alimentación, aunque fue en esa centuria que los venezolanos aumentamos de peso, medidas y tamaño. ¿Qué diría el finado Méndez Castellanos hoy? No es difícil de imaginar, pues los cauchos corporales desaparecen por mengua. Las personas están candidateadas a la muerte y, en lugar de vivir su mejor momento, las empresas funerarias, afectadas por la crisis estranguladora de la economía, tienden a experimentar su propio sepelio.

@freddyamarcano


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