La madre patria vive un trance difícil que aflora a escala mundial, ante la consulta convocada por la Generalitat y los independentistas catalanes el próximo 1° de octubre. Cómo superar este lance no es un desafío solo español, lo es también para la Unión Europea, que debe apelar a la democracia y al diálogo para resolverlo.

La conseja es tomar el rábano por las hojas para reconocer el origen del problema, que no es exclusivo de la patria de Serrat sino de la historia del Viejo Continente. Para comprenderlo hay que profundizar las intimidades y dimensiones de los nacionalismos europeos, e identificar que los pueblos dispuestos a constituirse en naciones, bajo una sola lengua, economía, cultura y un solo Estado despacharon temprano el entuerto.

El tiempo lo hubo, desde el paulatino derrumbe del feudalismo europeo, iniciado en los siglos XVI al XVIII; se identifica en la Revolución francesa (1789) la expresión más acabada de constitución del Estado-nación, a tal nivel que en Francia conviven catalanes y vascos, como una región más de la nación gala, tanto en el Languedoc Roussillon como en Biarritz lo tienen claro al manifestar ¡Vive la France!; otros tomaron el tren más tarde en el siglo XIX, y lo lograron con la unificación de Italia en el Risorgimento(1870) con Garibaldi a la cabeza; por otra parte, la unificación alemana tomó su curso de la mano de Bismarck y la conformación del imperio (1871). Entre tanto, los anglosajones, siglos atrás, constituyeron sus naciones bajo el manto de la Iglesia anglicana y el pragmatismo del paraíso humano ubicado en la tierra y no el cielo.

La caprichosa historia europea no tuvo el mismo recorrido ni suerte con España; no hubo el liderazgo suficiente de las nuevas clases económicas para superar el Medioevo, la curia y los terratenientes, al imponerse el conservadurismo de la monarquía como única representación de la nación.

Al no resolver este desafío histórico logrado por otras naciones de Europa, abordó el siglo XX sacudida por su mayor tragedia, la pérdida de todas sus colonias en América, y el derrumbe moral, institucional, conjunto con la realidad de no haber podido alcanzar la unidad nacional. Hacia inicios de 1931 se forma la Segunda República española en sustitución de la monarquía, etapa que desembocó en el episodio más triste de su historia, la Guerra Civil y la instauración del fascismo franquista, que arrastró el país a la edad media desde 1939 hasta 1975.

Al retomarse la transición a la democracia, en 1976, la cuestión nacional fue abordada en las Cortes españolas bajo la actual Constitución (1978), que establece la monarquía como emblema unificador, y el reconocimiento de las autonomías, entre otras: País Vasco, Andalucía, Cataluña, Galicia, etc. Por tanto, el desafío para independentistas y gobierno central es reconocer las inequidades y llegar a un dialogo nacional, donde no se excluya la consulta popular acordada por ambos, como lo manifiesta un catalán universal, Joan Manuel Serrat, quien cuestiona la poca transparencia del referéndum dominical próximo.

Finalmente, la gran pregunta a plantearse para los independentistas catalanes: ¿puede hoy Cataluña lograr un desarrollo pleno en tiempos de globalización, donde las fortalezas están en la integridad de las naciones y su capacidad de negociación frente a las grandes potencias? Quizás la respuesta la tengan los escoceses, quienes en septiembre 2014, en referéndum, tras siglos de aspiración de independencia, se negaron a separarse del Reino Unido.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!