La MUD es hoy una casa deshabitada. Se fueron los dueños y los principales arrendatarios. Se fue la gente de la cocina y “del servicio de adentro”. Se llevaron los muebles y queda un polvero. En la pieza del final quedan todavía un par de asesores furiosos y uno que otro encuestador, dándose golpes contra la pared e insultando a María Corina, en medio de llantos de soledad y tempestad.

No era así hace un año. Julio de 2017 fue un tiempo de promesas, firmeza, arrojo y democracia. Millones de venezolanos salieron a las calles a expresar sus convicciones en un acto nacional e internacional que impactó a la sociedad democrática mundial. Ese día se aprobaron las siguientes resoluciones: desconocer la asamblea constituyente que entonces se proyectaba; llamar a los militares para que se alinearan con la defensa de la ley; la renovación legítima de los poderes públicos, elecciones libres y transparentes y la constitución de un gobierno de unidad nacional para restituir el orden constitucional.

El país se enrumbada –tal era la esperanza– con una oposición unida, moralizada y firme hacia la transición. Nadie podía garantizar el momento de conseguir el nuevo gobierno, pero la agenda era definitiva y la unidad era la garantía máxima para su consecución.

Bien pronto vino la desesperanza. La aceptación por parte de unos cuantos de la asamblea constituyente porque “era una realidad” y los “políticos deben administrar realidades”, y por allí al despeñadero de las elecciones de gobernadores, las de alcaldes, para culminar en la mamarrachada “presidencial” del 20 de mayo de 2018.

Los factores que sembraron el descrédito en la casa que una vez estuvo habitada, están todos vinculados al desconocimiento del mandato del 16 de julio, lo que implicó que varios partidos adoptaran agendas contrarias a lo aprobado por casi 8 millones de ciudadanos, pamplinas aderezadas con la contumacia en el fraudulento diálogo auspiciado por ese traficante de la política que es Zapatero.

De allí que cuando el régimen está más débil que nunca antes y cuando el caos económico y social amenaza como un volcán furioso, la dirección opositora esté también averiada por la carencia de objetivos compartidos. Sin embargo, hay signos alentadores: hay quienes quieren y comparten la necesidad de la salida del régimen de Maduro y están dispuestos a entenderse. Por eso, los administradores de la nada gritan desorbitados en contra de quienes encarnan esta nueva oportunidad. Una nueva energía se acumula y las fuerzas de la República vuelven a disponerse para la victoria.


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