Querida Bere:

Hace trece años te nos fuiste. Cuando partiste a Cataluña, España, me pareció una locura que una connotada profesora de Química de la Universidad Central de Venezuela renunciara a todo para ir tan lejos a probar suerte, dejando atrás una vida.

Te marchaste cuando aún no estaba de moda huir del país. No sé de dónde sacaste el olfato para, de alguna forma, intuir el tsunami de destrucción que se avecinaba.

Te fuiste dejando años de amor dedicados a la universidad más hermosa del mundo: la Universidad Central de Venezuela. Difícil fue despedirse de las Nubes de Calder en el Aula Magna y del reloj de la Plaza del Rectorado, que aún te extraña recordando tus años de estudios.

Sí, la nostalgia me impulsa a escribirte, quizás porque al igual que mi hijo Daniel, quien ahora vive en Francia, fuiste pionera de algo tan malo como que la gente a la que uno ama emigre con el corazón en Venezuela… nos estamos quedando sin familia y sin amigos.

Conozco tus éxitos. También los de Beatriz, tu hija. Joven maravillosa y casi médico quien, al igual que más de 1 millón de venezolanos, se vio obligada a buscar ilusiones y una vida normal en otro país.

Tus esperanzas, tus mejores deseos, querida Bere, viven aquí, en Caracas, desde donde hoy, golpeado, te escribo. Sin embargo, lo hago esperanzado porque creo en el futuro. Todos los días salgo a la calle para pegar los pedacitos de país que esos malucos diablos rojos han destruido. Sí. Esta situación cansa y es difícil, pero la asumo. Es lo que me ha tocado vivir.

Estamos unidos desde nuestra feliz niñez, desde que nuestros padres, Balbino Blanco Sánchez y Aquiles Nazoa, nos enseñaron que la infancia podía ser pobre pero nunca triste.

Balbino y Aquiles, poetas y soñadores, llenaron nuestros corazones con alegrías. Siempre fueron enemigos acérrimos de imbéciles, dictadores y autoritarios, sin embargo, tú y tu hermana, al igual que yo y los míos, jamás dejamos de tener sueños ni de luchar por ellos. Somos la prueba de que para ser millonarios, lo menos que hace falta es tener dinero.

Nuestros padres, con inteligencia, creatividad, tenacidad, humor y amor, nos enseñaron que la felicidad no depende de un dictador ni de un gobierno desastroso. La felicidad siempre está a nuestro lado cuando al abrir los ojos y contemplar el Ávila nos damos cuenta de que, a pesar de las adversidades, Balbino y Aquiles escriben y le recitan a la vida que, después de todo, siempre será bella.


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