Quizá nunca como en nuestra época se percibe con frustración y temor la hostilidad y la indiferencia, acaso ignorancia más bien, hacia lo que podemos considerar los valores e ideas centrales de la civilización Occidental. Pareciera que ideas y valores como la libertad individual, la justicia, la tolerancia, el Estado de Derecho, la responsabilidad, el trabajo, la ciencia, el consumo y la competencia, entre otros de los que Neill Ferguson analiza en su Civilización. Occidente y el resto, y Philippe Nemo en ¿Qué es Occidente?, no emocionan a los habitantes de las sociedades abiertas, no les resultan cercanos, importantes y fundamentales en sus vidas, sino abstracciones vaciadas de contenido, que solo tienen relevancia jurídica o para los que participan en la vida política de cada país.

La situación anterior, de honda preocupación desde todo punto de vista, está siendo muy bien aprovechada, de un lado, por quienes siguen encontrando en el colectivismo –organización autoritaria del poder basada en el control de las personas reducidas a masa– en sus diversas variantes la alternativa al liberalismo como forma de organización social y lo impulsan como forma de ejercicio del poder, y de otro, por quienes para sí y para otros promueven el nihilismo –pérdida de sentido y negación de toda axiología– como forma de ser y estar en el mundo, en respuesta a la corrupción, la guerra, el autoritarismo, la discriminación y la violencia que campean aún en el planeta, seguramente porque también todos ellos expresan, nos guste o no, una parte de la condición humana.

Ambas opciones son tentadoras y seductoras, y ambas también son profundamente falaces e inhumanas, por lo que de fondo desprecian al ser humano como es, y aspiran a que sea lo contrario de lo que es, llevándolo a situaciones contrarias a su dignidad, como es la opresión en el caso del colectivismo, y la depresión y falta de todo compromiso moral y político en el caso del nihilismo.

La opción colectivista es retratada en la película de Matt Ross Captain Fantastic, en la cual su protagonista Ben Cash, su difunta esposa –por suicidio– Leslie y sus seis hijos viven en los bosques del estado de Washington, como rechazo al estilo capitalista de vida americano. Según su perspectiva, sus hijos vivirán mejor si tienen habilidades para la supervivencia y estudian filosofía marxista. Y creen que los forman aptos para la discusión con argumentos, para que sean independientes, estén en buena forma física y sepan además interactuar con la naturaleza, supuestamente, sin recurrir a la tecnología.

Ben Cash no celebra la Navidad ni permite a sus hijos que lo hagan. En cambio, si celebra con ellos el “día de Noam Chomsky”, en el día de cumpleaños del lingüista, por considerarlo un paladín de la defensa de los derechos humanos en el mundo –irónico, pues Chomsky siempre apoyó a la tiranía chavista que tiene a Venezuela hundida en el hambre, la pobreza y la sangre de sus ciudadanos–. Frases que Cash y sus hijos emplean en el film, dan muestra de las erradas y peligrosas creencias colectivistas que guían sus acciones. Por ejemplo, afirman: “Lo único que podemos hacer es odiar a esa gente” o “Nosotros no nos burlamos de la gente. Salvo de los cristianos”; “-El poder para el pueblo. -Abajo el sistema”, “…Feliz Día de Noam Chomsky! -¿Por qué no celebramos Navidad como todo el mundo? -¿Prefieres celebrar a un duende mágico ficticio en lugar de a un luchador contemporáneo que ha hecho tanto por promover la comprensión y los derechos humanos?”, “Lo que Ben y yo creamos aquí puede ser único en la humanidad. Creamos un paraíso salido de “La República” de Platón. Nuestros hijos serán filósofos reyes…”. En especial destaca, el por momentos honesto reconocimiento de Cash como el criminal de alta peligrosidad que lleva dentro de sí, al referirse a lo que ha hecho a su esposa y a sus propios hijos: “Es un hermoso error. Pero un error. Pensé que la ayudaría. Pensé… Pensé que en el bosque se mejoraría, ¿saben? Pero… fue demasiado. Fue demasiado. Demasiado… Y yo lo sabía”, “¿Por qué no podemos quedarnos contigo? -Porque si lo hacen les arruinaré la vida”.

La otra opción o forma de ser en nuestro tiempo, en especial a nivel juvenil, la muestra la serie 13 razones por qué…, producida por Netflix y basada en la novela del mismo título escrita por Jay Asher y publicada en 2011. En síntesis, la novela relata la historia de los últimos días de la vida de Hannah Baker, luego de su suicidio, a través de 13 cintas que llegan a manos de un compañero suyo de clases, Clay Jensen. En las cintas Hannah le explica a trece personas qué papel jugó en su muerte, dando trece razones para explicar por qué se quitó la vida, advirtiendo a las personas que reciben los audios que si no los pasan entre sí, un segundo set de cintas con idéntico contenido será filtrado a la totalidad de los estudiantes del colegio “Liberty” donde todos estudian, lo que no sólo causaría una tremenda vergüenza pública, sino incluso responsabilidades penales.

La narración de Hannah, así como todo lo que va ocurriendo en paralelo en la vida de Clay, Marcus, Sheri, Jessica, Bruce, Justin y Tony, luego del suicidio de la protagonista, muestran cómo al parecer para los jóvenes de “Liberty” no hay nada en el mundo por lo cual interesarse, comprometerse y ocuparse, nada les llena o brinda ilusiones, todo les aburre, molesta y hastía, al punto que el espectador cree que no viven en un país libre, con seguridad, oportunidades, libertad e instituciones sólidas, sino en un país arruinado y atrasado, que no les permite desarrollar proyectos de vida. Banalidad, nula imaginación y graves problemas para expresar ideas, sentimientos y comunicarse, se observa en los docentes y padres de la historia, que son mostrados en todo su fracaso por ayudar a los jóvenes a valorar la vida y cuanto de bueno hay en ella, más si la libertad está asegurada.

Dado que los delirios marxistas de Ben Cash y el vacío existencial de Hannah Baker y sus amigos de hecho cuenta al parecer con muchas simpatías en el mundo, es obligatorio para los liberales preguntarse: ¿por qué están en auge el colectivismo y el nihilismo, no digamos en el mundo, sino en la opinión pública, en especial juvenil y adolescente, de las sociedades en el mundo occidental? Lo probable es que sean varias las causas, pero una de ellas, de seguro, tiene que ver con el tipo de educación que reciben los jóvenes en las universidades y los niños y adolescentes en los colegios y de sus familias.

En el primer caso, sorprende el predominio de enfoques estatistas, intervencionistas e incluso colectivistas, de rasgos antiliberales, sobre todo a nivel universitario, en áreas como las ciencias sociales, el derecho, las humanidades y las ciencias, cuando es gracias a las instituciones liberales de la sociedad abierta que esas universidades funcionan con recursos suficientes y sin presiones políticas. En el segundo caso, lo increíble es el poco esfuerzo que hacen padres y docentes en transmitir –esto es, presentar y ganar el afecto–a sus alumnos e hijos la utilidad y la importancia para sus vidas de valores e ideas como las mencionadas al inicio de este texto, y las consecuencias que han sufrido los países que se han alejado de ellas o las han perdido a manos de regímenes tiránicos.

La mención frecuente a Chomsky en Captain Fantastic es un indicador de lo primero. Experto en lingüística, el intelectual y académico estadounidense es también un militante colectivista, que influye en numerosos estudiantes y profesores, igualmente inconformes u opuestos a los valores liberales, pero que no han encontrado una opción mejor que la vida en libertad para enfrentar y corregir todo lo malo que hay en el mundo. El “Clan Chomsky” que está presente en tantas universidades de países desarrollados y en vías de serlo de América y Europa, parece ignorar el sufrimiento, el horror y los crímenes, deliberados y justificados con tesis filosóficas totalitarias, que sus ideas colectivistas han generado, tal y como en la historia de la película, generan en su esposa ya muerta por suicidio, y en sus hijos enajenados de la sociedad, llenos de odio, arrogantes y fanatizados, las ideas absurdas y contradictorias de Ben Cash, a quien le gusta una canción nada marxista como Sweet Child O Mine.

Por ello, la supuesta supremacía moral de Cash frente a su hermana y cuñada al mostrar que una de sus pequeñas hijas sí tiene formación política –porque cita de memoria la Constitución liberal de la República estadounidense-, es falsa, pues su visión criminal de la sociedad no es mejor que la postura banal y nihilista de su hermana y cuñado respecto de la educación política de sus hijos.

Asimismo, el empleo de frases desconcertantes en 13 razones por qué…, como “la vida apesta”, “el colegio apesta”, “todo el mundo es malo”, “la vida no tiene sentido”, etc., unido a la total ausencia en la vida de los jóvenes protagonistas de la historia de conversaciones e interés por temas culturales, históricos, políticos, institucionales y familiares, y la patética incapacidad de los docentes y padres por comunicarse y ser referencias para sus alumnos e hijos, siendo ello una representación bastante realista de muchas familias y jóvenes en diferentes sociedades más allá de Estados Unidos, nos da idea de cómo predominan el nihilismo, la sinrazón y el desprecio hacia la libertad individual y su potencialidad, y esto no en sociedades cerradas, privadas de su libertad y de sus sueños, sino en ¡las sociedades abiertas!, en las que mayor posibilidad existe de que lo argumentado por John Grey en Contra el Progreso y otras ilusiones no sea una realidad, y sí sea posible transmitir de una generación a otra el conocimiento, amor y valoración de ideas e instituciones que aseguren la dignidad del ser humano contra la opresión.

Predominan la depresión, el aburrimiento y la tentación de acabar con la propia vida, cuando no la pasión colectivista, porque muy poco, a pesar de la enorme cantidad de recursos disponibles, se hace en los colegios, escuelas y familias porque los niños y jóvenes descubran a tiempo el valor y las potencialidades de la libertad, el inmenso valor de vivir en democracia política y bajo el Estado de Derecho, y el privilegio de poder satisfacer mediante el trabajo de sus padres sus necesidades de consumo gracias al funcionamiento de una economía de mercado, no obstante los problemas que estas instituciones también generan al ser obras humanas y no divinas. El problema no es el consumo ni el afán de lucro, sino que la vida humana pretenda llenarse sólo con ello, y no esté guiada por ideas, sueños, conocimiento, ciencia, pasión, ficciones y amor en sentido amplio. Esto no es culpa del liberalismo, sino de quienes conociendo el valor de la cultura de la libertad, poco o nada hacen por difundirla y enamorar a los niños y jóvenes con ella.

Por fortuna, no todos los que muestran decepción, reservas y críticas a la marcha de las sociedades abiertas optan por el colectivismo autoritario o por el nihilismo depresivo. En la obra de notables pensadores, algunos clásicos y otros contemporáneos, encontramos valiosas propuestas sobre cómo mejorar la difusión de los valores occidentales y liberales entre las nuevas generaciones, yendo más allá de la mera demostración cuantitativa de índices de desarrollo y crecimiento económico. La Voz del Aprendizaje Liberal de Michael Oakeshott, y El Cultivo de la Humanidad de Martha Nussbaum son apenas dos ejemplos sobre qué métodos y contenidos podrían emplear las familias y docentes en colegios y universidades para no sólo recuperar el terreno perdido ante el colectivismo y el nihilismo, sino para asegurar que el conocimiento, amor, difusión y práctica de la libertad individual continúen, para bien de las actuales y futuras generaciones.


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