La tragicomedia venezolana es muchísimas cosas, desde increíble hasta repugnante, pero su descripción más precisa es que esta es anómala. Venezuela es un desastre por donde se vea, sea de pies a cabeza o de derecha a izquierda. Pero ¿por qué ha sido esto así? Bueno, porque, detalles históricos aparte, caímos en una actitud de dejar hacer, dejar pasar tan brutal que lo perdimos todo sin ni siquiera darnos cuenta. El resultado de ello es que hoy yacemos irreconocibles. El caos nos ha reducido a zombis ambulantes de televisión; esos desarraigados que, en la mayoría de los casos, no tienen futuro y que, en la minoría de ellos, no tienen patria a la cual regresar.

Evidentemente, la condición actual del país no fue algo de la noche a la mañana; todo lo contrario, es el resultado de 20 años de desintegración moral y social. Tanto así, que la comprensión del drama venezolano requiere un análisis polifacético para poder graficarlo bien. Sin embargo, como venezolanos, nosotros no necesitamos de diagramas para entender por lo que estamos pasando. Nosotros sabemos, a pesar de nuestro desenfado característico, que esta es la más menguada de nuestras horas.

No es secreto que la tragedia nacional la vivimos, la respiramos y la sufrimos sin importar en dónde estemos. Por ello, en este punto de esta terrible historia es que nuestra perspicacia y nuestro sentido común nos permiten ver los hilos de la ruina detrás de cualquier nebulosidad. Se dice fácil, pero es menester recordar que nosotros lo hacemos en un contexto en el que la confusión y el subterfugio abundan.

Ejemplo de lo anterior es que los venezolanos sabemos que cada vez que José Luis Rodríguez Zapatero pisa el territorio nacional es porque algo horrible va a pasar, mientras que para cualquier observador internacional él es un intermediario objetivo, con las mejores intenciones. Lo mismo ocurre cuando los venezolanos oímos términos como “diálogo”, “salida democrática, constitucional y pacífica”,  o “elecciones”. Todas esas cosas en el mundo civilizado son cosas buenas, pero nosotros sabemos que en Venezuela son eufemismos para la prolongación de la agonía.

Ahora bien, pocos realmente pueden imaginarse lo que es vivir lo que nosotros vivimos a diario. Venezuela es un lugar en donde nada significa lo que se supone que debería significar. Venezuela es ese trozo del infierno en que nunca se sabe, a ciencia cierta, en dónde estamos o en quiénes deberíamos confiar. ¿Ejemplos? Mucha de nuestra oposición política no es ni siquiera verdadera oposición. Tenemos dos congresos, uno siendo el legislativo y el otro la pantomima que es la constituyente, y así mismo tenemos dos fiscalías y dos tribunales supremos. Nos convocan a un plebiscito para luego ignorar nuestro mandato y decir que no es vinculante. Se convocan a “elecciones”, nadie vota y luego, de acuerdo con el Consejo Nacional Electoral medio mundo votó. Y, por supuesto, tenemos a un usurpador de dudosa nacionalidad en la Presidencia de la República, que insiste en quedarse ahí, incluso cuando se le declaró la falta absoluta en el cargo y se le condenó por delitos de corrupción.

Entonces…, ¿con qué se come todo eso? ¡Es de locos! O como diría nuestra juventud, ¡es una total demencia! Hasta ahora nosotros hemos sido capaces de entender, literalmente, el orden en nuestro desorden. No obstante, debemos preguntarnos cuándo es que vamos a ponerle un parado a tanta locura. No puede vivirse así, por cuanto lo que está haciendo es aniquilarnos.

En este orden de ideas, soy del pensar que los venezolanos debemos luchar sobre la base de una agenda única y detener ese ping-pong infernal de intereses contrapuestos. Si la idea es la liberación nacional, y el pueblo lo sabe, entonces el pueblo debe atender a los llamados del liderazgo que tenga a esa idea como objetivo. Lo demás no sirve y, por ende, debe ser descartado. Nosotros, más aún cuando consideramos que el tiempo está en nuestra contra, no podemos prestarle atención a otras agendas o nimiedades.

Otros dirán, y con muchos argumentos, que internamente nosotros no hemos podido ni podremos lidiar con el régimen y sus títeres. Capaz esto es cierto por cuanto nadie puede negar que han sido muchos los golpes y las traiciones. También es de considerar que, por la naturaleza del régimen, necesitamos de ayuda foránea para extirpar al caos. Incluso así, el elemento interno no puede quedarse de brazos cruzados. Este es nuestro país, después de todo. Por tal razón, urjo a mis conciudadanos que se atrevan a volver a creer, aunque sea por una última vez, en la causa de la liberación nacional. ¿Quién sabe? Capaz descubramos que no estamos solos, que sí hay líderes sinceros y que detrás de la nefasta orgía del Diablo, sí hay un Dios guiándonos a través de la penumbra.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!