No obstante los diarios y optimistas anuncios del presidente Santos, caos es lo que está viviendo hoy Colombia. No se puede decir lo mismo de Venezuela. Allí lo que era caos se convirtió en horror. Durante mucho tiempo la escasez obligaba a los ciudadanos, sin distinción de clase, a hacer interminables colas para comprar esenciales artículos de nutrición e higiene. Ahora, según las más recientes noticias que nos llegan, en muchas zonas del país la penuria ocasiona saqueos de los desabastecidos comercios de alimentos y medicinas que aún abren sus puertas.

La persona que con más acierto y rigor ha seguido la pista de este desastre es Pedro Carmona, ilustre venezolano, economista y catedrático, asilado en Colombia desde hace quince años, quien acaba de mostrarnos en un nutrido blog el horror que vive su país.

Venezuela, como es sabido, registra la inflación más alta del mundo, y la deuda pública alcanza 97% del PIB. Carmona nos señala en su informe las consecuencias no bien conocidas en el exterior de este monumental desbarajuste económico. Con un salario mínimo que apenas sobrepasa los 4 dólares mensuales y que ni siquiera alcanza para comprar una cubeta de huevos, 75% de la población vive una real penuria. 1.200.000 venezolanos sufren una crónica desnutrición. Por otra parte, la salud está en quiebra con 300 hospitales públicos que solo cuentan con 3% de los insumos requeridos y un faltante de 81% de material quirúrgico. No hay medicinas para la hipertensión o la diabetes, y algo más grave aún: los antibióticos son inaccesibles. Como consecuencia de estas falencias, 33% de la población infantil sufre retardos físicos y mentales. Debido a que los ingresos de 80% de la población se sitúan por debajo de la línea de pobreza y la iniciativa privada ha sufrido duros golpes, la clase media se pauperiza.

Es la igualdad social que el régimen señala como uno de los objetivos del socialismo del siglo XXI (solo que es una igualdad hacia abajo lograda por la extensión de la pobreza). Para huir de tal situación, cerca de 3 millones de venezolanos han tomado camino del exilio. Nunca en la historia del país se había visto una diáspora tan monumental.

La verdad es que a este horror no se le ve hoy una pronta salida. La oposición se encuentra fraccionada, y el diálogo en la República Dominicana no parece culminar en un acuerdo aceptable. El régimen de Maduro es visto en todo el ámbito internacional como una dictadura bajo la recia tutela de Cuba.

Colombia no vive ese infierno, pero tampoco el cielo que nos pinta Santos. El país afronta un caos de problemas no resueltos que terminan ensombreciendo su inmediato futuro. El primero de ellos es la corrupción, cuyas ollas podridas contaminan todos los ámbitos del poder público, incluso a altos magistrados de la justicia. Otros hechos que anulan nuestros sueños de paz: la realidad que están viviendo Tumaco, Urabá y las zonas dejadas por las FARC ahora en manos de sus disidentes, del ELN y las bandas criminales, asociadas todas al narcotráfico; los asesinatos sistemáticos de líderes sociales y de la Fuerza Pública; los salvajes atentados a la población y a los oleoductos por parte del ELN horas después del cese del fuego, y la amenaza de continuarlos.

Sumemos a estos desastres la dura situación económica que padece el país tras el desbordado gasto público. Todo esto ha producido un mínimo crecimiento del PIB, el aumento del IVA y las cargas tributarias, el alza de los precios y la baja del consumo, así como desaliento en la inversión extranjera.

Finalmente, el descrédito de la clase política y el quiebre de los viejos partidos ha producido en los electores un hirviente descontento que trata de ser aprovechado por la multiplicidad nunca antes vista de candidatos. El escepticismo y la duda rondan las próximas elecciones presidenciales. Es apenas una punta de iceberg. Es decir, del caos que estamos empezando a vivir.


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