Canta desde siempre, por la radio, programas de televisión, muchos discos, innumerables presentaciones locales e internacionales con artistas de primera fila, pero fue hace no recuerdo la fecha exacta cuando decidí emperifollarme hasta con pintura de labios y un traje de fiesta para conocer de cerca esa voz de contralto, y a la vez disfrutar por vez primera el salón gigante del Hotel Hilton, para entonces el más lujoso de Caracas y buena acústica para eventos musicales. La ocasión lo merecía, y más al saber que la fiesta sonera estaba coordinada por el muy reconocido compositor, arreglista y director Andy Durán, experto en jazz latino.

Fue un concierto distinto, no propiamente de salsa, porque ese término al oído actual se presta a muchas confusiones y alteraciones, más bien del eterno son cubano, caribeño, criollizado por el estilo personalísimo de Rogelia Medina conocida como Canelita, palabra que puede combinar lo de canela por el garbo, ese desafío elegante que le otorga a un género habitualmente considerado de y para gente de subcultura borracha y populachera… y candela porque a su manera, sin estruendo ni miriñaques, entonando casi al habla, emite honda calidez sensorial, sensual, sensitiva y absolutamente sensacional, como la de su admirada Celia Cruz, a quien por cierto le dedicó uno de sus intemporales discos clásicos, siempre bajo la batuta del conocedor, multidiestro Andy Durán, minucioso, exigente, ajeno a toda improvisación oportunista. Si Celia es “azúcar”, Sarah Vaughan es una escala vocal personificada, Canelita es candela fina, me dije ya mismo, al salir de aquel evento.

Rogelia Medina Romero, guaireña, no tiene edad vocal, suena igualita, un milagro de la también grande artista Graciela Naranjo, talentosa baladista que cantaba como hablaba, en el tono de quien siente a fondo lo que dice mediante notas que hace suyas, una tesitura espontánea, algo que no se aprende en academias, es de intimidad natural y se afina todavía más con disciplina de añadidura.

En todo momento, escuchar a Canelita proporciona un placer de vibraciones sonoras rítmicas que pone a bailar al oyente sin movimiento de piernas y otorga el privilegio de conectar con su enigma, expresado a la manera distinguida del musical Porgy and Bess de los hermanos Ira y George Gershwin.

Cada vez que cante en público no se la pierda, pues ella protagoniza siempre una clase de ópera popular nunca populista. Vale, pues, que se unan varios músicos sin adjetivos junto a nuevas generaciones para entregar banquetes de alma, sobre todo en medio de un trono y su cortejo, duros, de ojos que no quieren ver, oídos que no desean escuchar, cuerpos de naturaleza insensible.

Canelita inspira para toda clase de rebelión activa.

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