“Si en el curso de los próximos años la dictadura del proletariado se mostrase incapaz de organizar la economía y de asegurar a la población por lo menos un mínimo vital de bienes materiales, el régimen proletario estaría entonces realmente llamado a desaparecer. Por eso la economía es en la hora presente el problema de los problemas”, son palabras de León Trotsky en su libro Literatura y revolución.

De acuerdo con las palabras de Trotsky, un fracaso económico, como el del socialismo del siglo XXI, significa que el régimen marxista debe sucumbir. A pesar de la triste situación venezolana, debido al empeño en aplicar el modelo cubano, el presidente Nicolás Maduro insiste en presentarse como candidato a la Presidencia. Este modelo económico no lo aplica nadie (salvo Cuba), como se evidencia de los planes económicos de Daniel Ortega y Evo Morales, quienes predican el socialismo de la boca para afuera, pero puertas adentro aplican las reglas del mercado. Lo mismo ocurre con Ecuador, que tiene su economía dolarizada; por no mencionar a Rusia y China, ya regidas nuevamente por un zar y un emperador vitalicios.

La candidatura revolucionaria se presenta al amparo de un esquema electoral viciado que no cumple con las condiciones mínimas necesarias que garanticen la confiabilidad de los resultados. La convocatoria electoral parte, además, afectada de ilegitimidad porque fue convocada por la asamblea nacional constituyente, la cual no es reconocida por las democracias occidentales: debido a que no fue consultada al pueblo, que es el único “depositario del poder constituyente originario”, como lo postula el artículo 347 de la Constitución.

La constituyente revolucionaria se hizo amoldada a las prédicas de Valdimir Ilich Lenin, quien en su libro La revolución proletaria y el renegado Kautsky sostuvo que una constituyente revolucionaria no puede ser “expresión exacta de la voluntad del pueblo”. También agrega: “Por eso, incluso desde el punto de vista formal, la composición de los elegidos a la asamblea constituyente no corresponde, ni puede corresponder, a la voluntad de la masa de electores”; porque solo debe responder a los ideales “superiores” de la revolución. Para Lenin lo importante en una constituyente es que esta sea sometida al poder de los “soviets” (¡comunas!), para que pueda ser manipulada de acuerdo con los intereses de quienes se han hecho con el poder.

Para comprender lo que está ocurriendo en Venezuela, es necesario examinar la propuesta de Lenin. El poder fáctico de la asamblea constituyente y las reglas electorales que se imponen se fundamentan en esa idea de que el revolucionario conquista el poder para siempre. Tanto el modelo leninista como el del socialismo del siglo XXI comparten un objetivo político concreto: darle permanencia a la “dictadura del proletariado”. Sin embargo, la dictadura del proletariado no ha existido ni puede existir. Lo que existe es una élite que se apropia del poder invocando la representación de los presuntamente oprimidos

Lo anterior permite entender la intransigencia del régimen de no permitir que la opción electoral ofrezca las garantías para que la voluntad popular sea reconocida y respetada. Las elecciones requieren de un nuevo Consejo Nacional Electoral, un Tribunal Supremo de Justicia imparcial, sin inhabilitaciones y con observación internacional, pero esto atenta contra los “intereses superiores” de la revolución.

El cuadro anterior es el que explica que un candidato revolucionario con un alto nivel de rechazo, como señalan las encuestas, se presente como candidato, pese a su enorme fracaso.


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