I

Cuando era reportera de la fuente de Ciudad de El Universal, me pautaron un trabajo sobre El Jarillo, en el estado Miranda. Muy poca gente sabe que es un pueblito de alemanes, de los mismos inmigrantes que fundaron la Colonia Tovar, pero estos se quedaron en esas hermosas montañas de los Altos Mirandinos cubiertas de paja verde claro y con aroma a sarrapia por las que Guaicaipuro hacía de las suyas.

Es un pueblo netamente agricultor, pero mucho menos comercial que el alemán del estado Aragua. Se comen las mismas salchichas, se toma mucha cerveza y se pueden comprar duraznos, fresas, flores y vegetales muy frescos.

Al primer entrevistado le dije mi nombre: Soy Ana María Matute. “¿Usted será familia del doctor Matute?”. Sí, era mi padre. Eso bastó. Regresé al periódico con la maleta del auto llena de frutas, flores y pan que repartí gustosa entre mis compañeros de la redacción. Los jarilleros recordaban con amor al médico que tantas veces usó sus conocimientos para darles salud.

Mi padre había practicado hasta la hora de su muerte el trueque con muchos jarilleros que llegaban a las 5:00 de la mañana en sus jeeps a la puerta del consultorio. El doctor revisaba a todos los niños que traían, los vacunaba, los auscultaba y ellos dejaban su cargamento de fresas, higos y duraznos para pagarle al médico.

Era una relación de mutuo respeto. Cambio de vida por vida, nada de regateo, nada de engaños, nada de hipocresía, nada de maldad. Una transacción de bondad por bondad. El fruto del trabajo de uno por el fruto del trabajo del otro.

Y yo me hartaba de higos, hacía mermelada de fresas y duraznos.

II

De acuerdo con el diccionario de la Real Academia Española, en su tercera acepción, crimen significa una acción voluntaria de matar o herir gravemente a alguien.

Digamos que llevamos más de 18 años viendo cómo un grupo comete sistemáticamente el crimen de matar la democracia de la que tanto nos vanagloriamos los venezolanos. Es el crimen político más grande de nuestra historia, porque ha sido cometido lentamente, con saña, con alevosía. Firmaron la sentencia de muerte de nuestro sistema democrático en 1992 y cuando llegaron al poder comenzaron a matarlo a golpes para provocar más sufrimiento. Pudieron darle un tiro, pero prefirieron aniquilarlo poco a poco.

Llegamos al último mes de 2017 y todavía recuerdo que me tocó ser jefe de guardia durante la primera reunión que se realizó en República Dominicana. Nadie sabía nada, nadie decía nada. Tampoco se consiguió nada. Engañaron a los dialogantes de la oposición, lograron sentarlos en la mesa, les llenaron la cabeza de pajaritos preñados. Podía explicarse por ser la primera vez.

Pero esta vez no pueden decir que esperaban que fuera algo más que un merengue sin letra lo que se bailaría en Santo Domingo. No puedo entender por qué los dialogantes se ufanan en decir que se están haciendo avances cuando los voceros rojitos condicionan la firma de acuerdos a que les levanten las sanciones.

III

Sin embargo, nunca dudé de que la intención de los negociadores del régimen fuera simplemente quitarse a la comunidad internacional de encima. Jamás se me cruzó por la cabeza que quisieran realmente aportar algo para salir de la crisis.

Pero cuando la moneda de cambio es la vida de la gente (ni siquiera los votos), la ayuda humanitaria que necesitan muchos venezolanos a cambio de que se levanten las sanciones a algunos personeros del régimen sospechosos de corrupción, narcotráfico, lavado de dinero, no puedo sino calificar de crimen tal negociación.

Una de dos, o usan la excusa del diálogo para lavarse la cara a sabiendas de que las condiciones que ponen no serán aceptadas, o sencillamente su sed criminal se acerca mucho al sadismo, que gozan con el sufrimiento que saben que estamos padeciendo.

Sea como sea, tampoco creo en la inocencia de los interlocutores, porque prestarse para tal pantomima es prestarse para el engaño.

Cambio de maldad por maldad. Nada bueno puede salir de esto.  


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