No quiero polemizar sobre la “neutralidad positiva” de la que habló el papa Francisco, ni tampoco sobre lo que dijo el cardenal Baltazar Porras al respecto. Pero no he podido evitar darle vueltas al asunto porque casualmente yo usé el adjetivo “neutra” en mi antepenúltimo artículo. He visto nuevos matices y como esta semana es de expectativa y el sentimiento colectivo es de cambio, quiero ahondar en lo que yo quise significar cuando dije que en Doña Bárbara Marisela no es neutra, sino que es o sugiere esa transición que anhelamos. Cuando el cardenal aclara que la Iglesia está con el pueblo y no con Maduro o Guaidó, probablemente compartirá lo que yo quise significar. Anoche pude escucharlo en una reunión a la que me invitaron y aunque evidentemente no habló de Doña Bárbara, en el fondo ve lo que yo he visto en esa Marisela que simboliza el futuro que podemos ser.

Algo o alguien neutro (a) “no presenta ninguno de dos caracteres opuestos”(ese fue el sentido en que usé la palabra). Si Marisela no es neutra (como dije yo) es porque presenta al menos uno de los contrarios o ambos. Para mí ella no se limita a estar “entre” la barbarie y la civilización. Ella no es solo un extremo, como si al cambiar uno anulara al otro.

La barbarie no es solo Doña Bárbara, así como la civilización no es solo Santos Luzardo. Tampoco Marisela se reduce a ser la que concilia ambos extremos. En esa novela cambian todos, porque todos anidan en su intimidad la barbarie y la civilización.

Marisela comienza a cambiar cuando conoce a Santos Luzardo. Se transforma gracias al trato que recibe de su parte. En la novela, Gallegos dice expresamente que el encuentro despertó en ella emociones dormidas que le eran desconocidas. Ella no solo se ve a sí misma de una manera diferente, sino que advierte lo que puede ser. Se da cuenta de que está desgreñada; de que quiere dejar de dormir en el suelo y estar descalza. Empieza a pronunciar mejor las palabras y a dejar de desear vivir en el monte, como sin rumbo.

Santos Luzardo también cambia. El contacto con la naturaleza y su pasado despiertan en él emociones que la vida en la ciudad había adormecido. Más racional, sabe bien lo que puede suceder si sus pasiones se desbordan. Se conoce a sí mismo. En su intimidad, por tanto, también concilia la barbarie y la civilización.

Sus maneras cambian el entorno. Su trato hace que Marisela sienta que existe, que vale, que es persona. Ella deja de estar al arbitrio de la indeterminación porque experimenta lo que significa ser querida.

Doña Bárbara también cambia. Santos Luzardo logra afectarla y hacerla sentir diferente. Ella empieza a vestirse distinto, a desear, de alguna manera, ser distinta. La envidia hacia Santos y Marisela genera rabia en su interior, pero la civilización vence, porque ella no solo reconoce a su hija, sino que termina respetando la felicidad de la pareja. Lo que surtió efecto en ella no fue solo “la civilización” entendida como orden y ley. Uno podría decir que fue tocada por el amor, porque es el trato a las personas lo que realmente cambia un país. Es la elevación de la autoestima lo que motiva a los seres humanos a mejorar.

Lo que salva de verdad es el vínculo humano. No el dinero ni la comida, aunque las necesidades sean urgentes.Tampoco será exclusivamente el cambio de gobierno ni el orden lo que nos salvará. Lo que hará que Venezuela cambie es la conciliación de la barbarie y la civilización en la intimidad de cada uno. Todo un proceso nada fácil que dura toda lavida.

Escribo días antes del 23. Por eso los tiempos verbales no están bien usados, pero hay que decir las cosas de alguna manera.

Pienso que el impacto psicológico de la ayuda humanitaria será muy positivo. Ha sido una idea profundamente inteligente. La movilización de miles de voluntarios y la entrada de medicinas al país surtirá el efecto en nuestro ánimo de que somos muchos y de que el cambio es posible.  Será la solidaridad, lo bueno, la ayuda al prójimo, lo que presione. No la violencia. Aquí ya no importa si quien sufre es chavista o no. Lo que va a quedar de relieve es que lo más fundamental es el hombre y lo que debe prevalecer es la bondad y la racionalidad. Todo un país movilizado para ayudar es, pienso yo, una tremenda lección de humanidad, lo cual no implica que no necesitemos un cambio de gobierno.

Que debamos hacer un muy noble esfuerzo por perdonar tampoco significa que tanta maldad deba quedar impune. Enfocarse en eso, sin embargo, no parece ser la solución inmediata ni lo que va a recomponer a Venezuela de manera instantánea. Porque si hay rabia en el corazón, todo lo logrado se nos revertirá. Mucho, además, no podrá ser saldado en esta vida, pero lo experimentado sí excava siempre en el corazón herido ese amor por el que se nos medirá algún día.

Por ahora tenemos suficiente con lo que sucede y dominar la barbarie que anida en nuestro interior. Porque sí, hay razones para que haya dolor mezclado con amargura. En estos tiempos, sin embargo, me han ayudado estas palabras de Elie Wiesel: “Un rabí le dice a su alumno: «sé, sé lo que estás pasando… Pero dime: si yo lo sé, no crees que también lo sabe Él?»” (en Contra la melancolía).

Confío en que Dios nos ayudará a cambiar. Pienso que vamos bien.

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