I.

El presidente Trump ha ido cumpliendo sus promesas. A nadie puede sorprenderle, entonces, que la semana pasada haya anunciado que Estados Unidos se retira del Acuerdo de París, firmado por 195 naciones, alegando que es “desventajoso e injusto” para su país. Así, pone en peligro las metas acordadas para la reducción de gases y traba la transición hacia un perfil energético basado en energías renovables, dejando en claro que el desarrollo económico norteamericano seguirá basándose en los combustibles fósiles. En resumen: América First y el planeta que se joda.

Tratándose, como se trata, de un asunto que depende esencialmente de la cooperación global, cabe preguntarse, entonces, qué efecto podría tener su “patriotismo económico” sobre la posición de otros países. ¿Habrá un efecto negativo en cadena? Y, en particular, ¿qué hará China, primera en el ranking mundial de la contaminación, en plan, hoy en día, de jugar a ser la primera potencia universal?

Apenas enterado, el presidente Maduro criticó a su colega norteamericano. Decisión lamentable, afirmó. Es irresponsable salirse de un pacto global, añadió. Y sin que mediara algún paréntesis aclaratorio, no tuvo el menor empacho en estampar poco después su firma en el contrato que autoriza a una empresa surafricana a participar en la explotación del arco minero. Nuevamente hizo caso omiso, así pues, de las críticas que desde distintos círculos, tanto políticos como académicos, y a partir de posiciones políticas disímiles, incluyendo de manera muy importante las provenientes de ciertos sectores chavistas, se le han hecho a esta iniciativa por razones ecológicas, económicas, étnicas y legales. Y pasando por alto, también, el hecho de que hace un tiempo se haya introducido ante el TSJ un recurso solicitando la nulidad del decreto que fundamenta semejante desatino contra el ambiente.

Dicho sea de paso, y para no quedarse atrás en materia de ligerezas, antier, durante la celebración del Día del Ambiente, el ministro de Ecosocialismo y Aguas declaró, a propósito de la asamblea nacional constituyente, que se plantearán para la nueva carta magna “elementos claves” como “la necesidad de estar preparados para enfrentar esta realidad del cambio climático”.

En suma, todo lo anterior muestra que, en materia de discursos y propuestas, para el gobierno la realidad es, apenas, un detalle menor, respecto al cual no es preciso guardar ninguna relación de concordancia. Vale, pues, hablar de la diversificación productiva y apelar al rentismo minero como tabla de salvación, ahora que el petróleo nos falla. Hablar de soberanía y achicarse ante las exigencias de las empresas multinacionales. Hablar del respeto a las comunidades indígenas e invadir sus territorios mediante una salvaje actividad de extracción. Hablar de transparencia y guardar bajo candado los contratos suscritos con las empresas. Hablar de que Venezuela está en la intención de salvar al planeta del capitalismo depredador y quedar raspado en cualquier examen al que se le someta desde la perspectiva del cambio climático. O, por último, pontificar sobre el socialismo ecológico “basado en una relación diferente entre seres humanos y naturaleza, garantizando el bienestar de las generaciones presentes y futuras”, y apostar por el arco minero, como seguramente lo haría Donald Trump si fuera venezolano.

En fin, dicen los que saben que estos son los tiempos de la posverdad.


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