Aproximarse a la Lupe exige un acto de entrega particular, intenso y emotivo, para poder alcanzar la personalidad de una cantante poseedora de un estilo y furor único, poco convencional para su época, como reflejo de un acto de rebeldía frente a la vida.

Con Me llaman la Lupe, Samantha Castillo logra transformarse en “la reina del latin soul”, como se le llegó a conocer, asumiendo desde la miseria de su decadencia el recuerdo de una vida transitada por un camino de luces y sombras, desde la Cuba que le vio nacer hasta su muerte en la ciudad de los rascacielos, ocurrida en febrero de 1992.

Sobre un texto de Roberto Pérez León, la actriz logra bordar desde lo interno, apoyada en gestos, detalles y corporalidad, el maravilloso y doloroso retrato de una mujer que, desde el olvido de sus últimos días, se paseará por la memoria, conduciéndonos como espectadores por ese andar de una forma absolutamente entrañable y conmovedora.

Tras interpretarla en unas pocas escenas en la película El malquerido de Diego Rísquez, Samantha Castillo volvió eventualmente a tomar un personaje y un texto que se le hacían recurrentes en su trayectoria profesional para lograr, de la mano de Miguel Issa, la puesta en escena que hasta el próximo domingo 6 de mayo se estará presentando, como cierre de una primera temporada, en la sala Espacio Plural del Trasnocho Cultural.

Una sencilla puesta en escena, sobre la cual se pasea el contundente trabajo de Samantha, se convierte en el espacio onírico para recordar la gloria y la decadencia de una mujer rebelde, dotada de un particular talento incómodo por momentos, que atentaron contra su carrera, sumergiéndola entre tragedias personales e incidentes profesionales, en el anonimato que le acompañó durante sus últimos días.

Su recuerdo fue rescatado de ese limbo en el que se mantuvo por años, al incluir Pedro Almodóvar su interpretación de “Puro teatro” como parte de la banda sonora de la película Mujeres al borde de un ataque de nervios, estrenada en 1988. Sumergida en ese momento en el evangelismo al cual se aferró en los últimos años de su vida, la artista había cambiado su repertorio por temas de carácter religioso, alejados de la sensualidad de sus canciones más conocidas.

Me llaman la Lupe rinde homenaje a una figura devenida en ícono como homenaje a su espíritu de rebeldía y a lo trágico de su vida. A la dirección de Miguel Issa se une la asistencia de realización de Fernando Garantón, el vestuario de Raquel Ríos, la iluminación de Darío Perdomo y la escenografía de Erlen Zerpa, bajo la producción general de Adriana Issa y Yesenia Camacho.

En la crónica de la interpretación que hiciese la Lupe en el salón Guaicamacuto del Macuto Sheraton, publicada en la contraportada del disco La excitante Lupe canta con el maestro Tito Puente de 1965, puede leerse este texto, que bien podría aplicarse al trabajo de Samantha Castillo: “Todos quedan satisfechos, llenos de entusiasmo, y ella, igual que como entró, como una exhalación, sale disparada de la escena, dejando atrás una actuación memorable, como son todas sus actuaciones, espontáneas, magnéticas, llenas de calor… Esa es LA LUPE”.


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