Es evidente que la forma de luchar contra el régimen que manda (evito usar la palabra “gobierna”) está experimentando cambios. Algunos de los cambios son palpables como el enfriamiento de la calle. Otros son menos visibles como el aislamiento internacional o el cerco económico.

El activismo de calle sostenido a altísimo costo en sufrimientos durante cuatro meses no parece haber logrado el principal objetivo propuesto: el desplazamiento por la vía pacífica y democrática del gobierno o al menos alguna rectificación del rumbo de desastre que se viene transitando. Visto así bien pudiera pensarse que el centenar de vidas perdidas –en su gran mayoría jóvenes y adolescentes– más los miles de actos de resistencia y heroísmo protagonizados por muchachos que exhibieron una determinación y valentía nunca vista antes en la historia política venezolana, haya sido un esfuerzo vano. Este columnista no lo cree así. Opino que en ese doloroso período se obtuvieron logros y se aprendieron lecciones importantes que serán beneficiosas para acelerar los cambios que el país precisa.

En primer lugar, hemos presenciado la transferencia definitiva del liderazgo político democrático de la generación de los que peinamos canas a la de los jóvenes que con su lucha, su cárcel, su persecución, su entusiasmo y su coraje han sido los que recogieron la bandera de las reivindicaciones poniendo al gobierno a la defensiva y marcando ellos la actual agenda nacional. Esperemos que esos nuevos líderes no cometan el error de creer que saben y lo pueden todo, sino que tengan la humildad de reconocer que en muchos casos no tienen aún el kilometraje necesario para abarcar la perspectiva que deviene con la experiencia.

En segundo lugar, constatamos con comprensión –y algo de decepción– pero sin sorpresa que los grandes temas de la libertad, la democracia, la división de los poderes, la decencia administrativa, etc. no son los que ocupan los primeros puestos en el ranking del venezolano de a pie. Tal afirmación es comprobable en todas las encuestas en las que se refleja que las preocupaciones cardinales del ciudadano medio son la disponibilidad y accesibilidad de comida junto con la inseguridad que azota a todos los estratos. Es lógico que así sea, para valorar la libertad y el sistema democrático de convivencia primero hay que estar vivo y para eso hay que comer. He allí una de las claves de la manipulación de los gobiernos que someten a sus pueblos por el hambre y la necesidad.

En tercer lugar, es fácilmente comprobable que quienes hoy “mandan” se sienten acorralados tanto por la resistencia popular como por las consecuencias del demencial esquema económico que han venido aplicando a rajatabla aun sabiendo que el comunismo ha fracasado en todos los experimentos en que se pretendió imponer. La consecuencia de ello es la continua huida hacia adelante reflejada en la adopción de medidas y contramedidas totalmente espasmódicas que en la jerga popular se conocen como “manotazos de ahogado”. No se dan cuenta de que las reglas de la economía son más tercas e inmutables que los cantos de sirena de las ideologías, peor aún de las obsoletas.

En cuarto lugar, no es difícil advertir que todo el andamiaje de aquella utopía que se dio en llamar “el legado de Chávez” depende ahora exclusivamente del apoyo de la Fuerza Armada Nacional, que en definitiva se ha convertido en árbitro de la situación porque tiene la fuerza y la usa en grado de brutalidad creciente. La historia demuestra repetidamente que dentro de ese estamento es que se suelen crear las tensiones e inconformidades que generan la caída de los gobiernos.

En quinto lugar, se constata que el frente internacional se ha convertido en factor determinante en el posible desenlace del drama nacional. Lo que el venezolano medio cree en el sentido de que la presión internacional es puro gamelote, sin consecuencia práctica para la política interna, hoy tendrá que reconocer que es la fuerza de esa presión la que arrincona cada día más a quienes creen que con el eslogan de la “no injerencia” tienen vía libre para hacer lo que les venga en gana. Tal cosa la conseguían antes con parapetos como la Celac y Unasur, que ahora ni siquiera consiguen consenso para reunirse.

El caso Venezuela se ha convertido en el principal punto de la agenda continental al extremo de haber trascendido las puras reuniones diplomáticas en las que se consigue poco o nada para ahora exhibir acciones concretas tales como las sanciones a jerarcas, fallos judiciales que impedirán a Citgo burlar la garantía que ha dado de sus acciones para conseguir préstamos, la posible prohibición de transar en mercados internacionales obligaciones de la República o de Pdvsa, la suspensión de Mercosur, la aplicación de la Carta Democrática, posibles embargos de activos en ejecución de laudos arbitrales que se han perdido sin dejar de ver la advertencia proferida por mister Trump de no descartar la opción militar dentro del menú de alternativas a considerar por su gobierno.

El mundo entero desde el Papa hasta Europa, Estados Unidos, América Latina, empresarios, fuerza laboral, ONG, ONU, y pare usted de contar piden una rectificación. Mientras tanto en Venezuela un parapeto ilegítimo como la asamblea constituyente, presidida por quien solo destila odio y manejada por quienes apenas pretenden salvar su pellejo, aspira a desafiar y vencer a los que hoy tienen la razón y están del lado bueno de la historia. La respuesta es simple: esto no necesita que lo tumben, se cae solo. No me pregunte cuándo pero no parece que falte mucho.


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