Apenas a un mes de haber comenzado el año 2018, la calidad de vida de los venezolanos  ha mermado de manera acelerada y estrepitosa.  En el inicio del primer trimestre del año nos encontramos con una escasez de alimentos cada día más alarmante y  con  costos inalcanzables; por supuesto, a esto no  escapan los medicamentos esenciales, así como los  de alto costo. Estos últimos, además de escasos, están a precios exorbitantes. La hiperinflación parece que llegó para quedarse quién sabe hasta cuándo y cada día la pobreza de ingresos se hace mayor de manera acelerada.

La merma de nuestra calidad de vida no solo se relaciona con el derecho a la salud y a la alimentación, derechos humanos fundamentales; también en todos los aspectos que tienen que ver con la rutina diaria en la vida de cualquier ciudadano común y que somos la mayoría. La falla en los servicios básicos más elementales como agua, gas y energía eléctrica, la disminución de la capacidad para poder afrontar otros gastos que no sean alimentos y medicinas, la inseguridad personal y la violencia se exacerban de manera preocupante.

El venezolano se ha visto obligado a reducir cada día sus espacios e incluso propiedades personales de uso común para poder sobrevivir en un país que se muestra cada día más con un futuro incierto. Ante esta cruda realidad, por supuesto, la pregunta lógica e inevitable: ¿hay calidad de vida en Venezuela? Es obvio que ya entramos en un punto de quiebre y no se perfila ninguna respuesta o solución.

La hiperinflación desatada, imparable y sin control alguno es sin duda la amenaza más poderosa en la vida de los venezolanos. La pobreza de ingresos debe haberse extendido a más de 75% de la población, por lo que estoy segura de que los informes y análisis de expertos en esta materia lo confirmaran. No obstante, lo preocupante es que además del desabastecimiento en 80% de supermercados y abastos a escala nacional en los actuales momentos del año, según declaración de Consecomercio  y tal como  fue reseñado por los medios de comunicación hace pocos días, quizás también la especulación se ha sumado a esta gran tragedia y la anarquía total se anexa a este escenario de pobreza y desesperación.

Los precios exorbitantes de los alimentos, incluso en los mercados populares y municipales, llevan a la angustia y asombro cada vez mayor: 1 kilo de carne a 400.000 bolívares fuertes, 1 kilo de pollo más de 300.000 bolívares fuertes, œ kilo de pasta 200.000, œ kilo de café 300.000… En días pasados acudí a un mercado municipal y el precio de solo tres plátanos era de 100.000 bolívares fuertes. Esto, por nombrar algunos rubros alimenticios. Por lo que la vida del ciudadano común solo está orientada en tratar de comer para sobrevivir. El salario mínimo se quedó en el fondo y más aún los subsidios del Estado venezolano a un porcentaje de la población, política errada y de control social mediante el carnet de la patria que también se quedó corta. Los medicamentos esenciales se han hecho cada vez más inaccesibles por la escasez y su precio. Vemos con gran impotencia cómo el paciente crónico cae cada vez más en la desesperación y angustia por no disponer del tratamiento que lo mantiene con vida.

Un ejemplo dramático en los actuales momentos, que también refleja la situación de  personas con otra condición de salud crónica, es el del paciente renal que está sometido a un tratamiento dialítico. No solo hay escasez de kits para hemodiálisis, sino también un gran porcentaje de unidades de diálisis en los centros públicos de salud tienen fallas en el funcionamiento y algunas están inoperativas.

En fin, nuestra calidad de vida se deteriora a medida que pasan los días y la supervivencia se dificulta de manera angustiosa. No solo está afectada la condición física, también la salud mental se ha menoscabado en los venezolanos, por lo que cada vez más el adecuado equilibrio físico, mental y social que debe existir en una persona para ser considerada sana se ha vuelto inalcanzable.

Ojalá la indolencia del Estado, así como la debilidad y falta de contundencia de dirigentes opositores, desaparezcan y se conduelan por la profunda crisis social y humanitaria por la que atraviesa el país, la cual ha  conllevado al desgaste de la calidad vida de la gran mayoría de los venezolanos.


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