Siempre es conveniente rememorar el pasado para explicarnos y comprender mejor lo que ocurre en el presente. Y mucho más en estos momentos cuando vemos cómo ciertos personajes que han abandonado el barco rojito de la revolución se desgarran las vestiduras al lamentar la muerte a destiempo del líder máximo, Hugo Rafael Chávez Frías.

De modo singular los miembros de la secta que se han distanciado de Nicolás Maduro colocan al héroe de Sabaneta en un plano superior al primero. La verdad, sin embargo, es diferente. Uno y otro son un calco de lo mismo: la expresión máxima de la arbitrariedad y la dictadura. La conducta de Chávez durante el deslave de Vargas y la firme posición de Maduro al rechazar todo tipo de ayuda externa son pruebas inequívocas de ello. Veamos los hechos en sus detalles.

El 6 de diciembre de 1999, el centro de información de las Fuerzas Armadas reportó que sobre el estado Vargas estaba lloviendo tres veces más que el promedio histórico. En los días posteriores, los organismos competentes emitieron advertencias acerca de la crítica situación producto de las lluvias torrenciales. La primera reacción del Chávez en aquel diluviano momento cayó en el patetismo y tocó el mismo borde de la payasada; parafraseando a Bolívar con ocasión del terremoto de 1812, en un contexto totalmente diferente, declaró: “Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”.

Pero el milagro laico no se produjo. Las nubes se reventaron y anegaron las grietas y los más diminutos intersticios del cerro Ávila. Lo inevitable ocurrió: un deslave de proporciones diluvianas se ensañó contra el litoral central. Las aguas embarrialadas arrastraron todo a su paso y un manto de muertos cubrió al mar varguense. Nunca se supo el número exacto de víctimas, aunque se habló de una cifra que se ubicaba entre los 15.000 y 30.000 fallecidos.

Como consecuencia de la catástrofe, el ministro de la Defensa, general Raúl Salazar, con la previa autorización del jefe del Estado, solicitó ayuda al gobierno de Estados Unidos para la reconstrucción de las áreas destruidas. Pocos días después, cuando un barco norteamericano ya había zarpado rumbo a Venezuela, Chávez revirtió la orden dada. Tiempo más tarde, el general Salazar afirmó que, en su opinión, el cambio de seña se produjo luego de que su jefe conversara con “alguien del Caribe”, en clara alusión a Fidel Castro.

Poco le importó a Chávez el impacto positivo que la referida colaboración estadounidense habría tenido en la reconstrucción más rápida de la zona afectada y el bienestar que eso también habría generado en la población varguense, que se vio entonces aquejada por una creciente ola de robos y carencias de todo tipo.

Similar posición es la que hoy día asume Maduro al rechazar la ayuda humanitaria que varios países y distintas organizaciones internacionales le han ofrecido a Venezuela para paliar las severas carestías de medicamentos y alimentos, entre otras muchas. Esas carencias precisamente inciden significativamente en la decisión de emigrar que innumerables venezolanos han adoptado.

Lo anterior se puso en evidencia a comienzos del pasado mes de agosto cuando el gobierno reaccionó con malestar ante las conclusiones de una reunión regional celebrada en Quito para tratar los efectos del éxodo venezolano, y en la que los 17 países que participaron le pidieron a Caracas que aceptara ayuda humanitaria para enfrentar la crisis. La vocería revolucionaria calificó de fallida la cita de Quito y señaló que sus participantes “decidieron aspectos que nada tienen ver con la realidad de los flujos migratorios voluntarios”. Todo un poema impregnado de maleficios.

Poco les importa a Nicolás y sus seguidores la suerte de los que se van; para él lo relevante es el control absoluto del poder, tal y como lo practicó y se lo inculcó su padre político Hugo Chávez.

@EddyReyesT


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