¿Estamos en Venezuela a punto de caer en la violencia político-militar para dirimir el destino del país? No lo creo. Aunque el país está imbuido de violencia a juzgar por los 23.000 asesinatos del pasado año; la cantidad asombrosa de fallecimientos en los hospitales por falta de medicinas, insumos médicos, instalaciones adecuadas y mantenidas para diálisis, para la atención cardiovascular, el cáncer infantil; es más, la violencia que proviene de una sociedad bloqueada, algo así como una chapa de acero que cubre el tejido social al eliminar las libertades de expresión, pensamiento, prensa, auspiciar la hiperinflación que golpea el estómago al tratar de imponer una agenda, un modelo castrocomunista, que todos rechazamos, la discriminación, la división de los venezolanos entre los que tienen acceso a privilegios, favores del Estado, por participar en la agenda destructora, y los marginados, que son la mayoría, por oponerse a los designios fatales del desgobierno.

En realidad, la violencia tipo político-militar casi nunca ha estado ausente de nuestra historia. Comenzando por la conquista y colonización, que fueron ejecutadas a “sangre y fuego” para lograr la dominación plena, durante la cual hubo focos de rebeldía, alzamientos, para deshacer el yugo esclavizador. La independencia de Venezuela, y en toda América, se obtuvo después de largas y agotadoras batallas contra el imperio español. El siglo XIX de nuestra historia se caracterizó por enfrentamientos intestinos entre diferentes caudillos en la pugna por la Presidencia de la República. Casi siempre los impasses políticos se resolvían mediante asonadas cívico-militares.

Ya en el siglo XX, el general Gómez también apeló a la violencia, al enfrentamiento militar para someter a caudillos y eliminar las luchas fratricidas. Sin embargo, los desacuerdos políticos entre las partes en 1945 se resolvieron mediante un golpe cívico-militar que abrió el cauce para un sinnúmero de reformas políticas democráticas, sociales y económicas que situaron a nuestro país en la senda del progreso, tratando de ganar tiempo por el perdido al haber transcurrido ya casi medio siglo en el oscurantismo. En este siglo se instaló, 1948-1958, otra sanguinaria dictadura, la de Pérez Jiménez, cuyo saldo en muertos, torturados, presos políticos, perseguidos, exiliados, economía maltrecha, fundamentada en deudas y entrega de concesiones petroleras, saqueo del erario público.

Al recuperar la libertad en 1958, hubo elecciones, ganó Rómulo Betancourt, quien trazó una estrategia de estabilización política y desarrollo económico, la cual estrategia chocó con incomprensión en sectores de su partido AD, originando dos divisiones, en 1960 y 1961, que debilitaron el instrumento político para realizar la estrategia y afrontar el revanchismo perezjimenista y, más grave aún, el expansionismo castro-comunista, que al financiar a sectores de extrema izquierda decidieron emprender lo que se llamó la “lucha armada” para tomar el poder sanguinariamente. Betancourt lidió con 23 intentos de golpes de Estado y de un magnicidio, los cuales logró abortar con el apoyo irrestricto de la todavía gloriosa Fuerza Armada con su leal ministro de Defensa Antonio Briceño Linares, de la Aviación.

Betancourt le entregó a Leoni después de haber ganado las elecciones de 1963. Se instaló en nuestra historia un período de relativa pacificación hasta 1992, cuando irrumpieron con intentos de golpe de Estado Hugo Chávez y sus acólitos, hubo mucha convulsión política, y en las elecciones de 1998 ganó el teniente coronel a causa del desprestigio de las organizaciones políticas tradicionales, su pésima gestión económica, etc. Se instala en el poder la violencia verbal de este militar, disparando insultos y lenguaje procaz a diestra y siniestra, hasta que sucedieron los eventos golpistas cívico-militares de 2002 para derrocar lo que ya se visualizaba como un desgobierno de destrucción nacional. Después de recuperar el gobierno, el chavismo es tipificado como utilizador de la violencia para mantenerse en el poder, numerosos muertos en 2014, 2017, en menos de un mes, enero de 2019, se han registrado más de 29 asesinatos, según fuentes serias, centenares de presos políticos, perseguidos, detenidos, privados de derechos políticos.

Y, como se dijo, la violencia que brota de una sociedad bloqueada, destruida, hambrienta, en medio de todo tipo de carestía, y con un usurpador de la Presidencia de la República, que se vanagloria del armamento que posee, del ejército de ocupación cubano, para permanecer en el poder y seguir los desafueros, así sea si tiene que caminar sobre los cadáveres de miles de venezolanos. Tal hecho es una insensatez, una muestra de locura, de irracionalidad.

Para evitar la violencia político-militar en la solución, en la superación de este impasse político, la comunidad internacional ha puesto en marcha en Venezuela una “intervención humanitaria” que se traduce en la promoción de la democracia, las libertades, los derechos humanos, pluralismo y, sobre todo, la realización de elecciones libres y pulcras para zanjar, resolver, las diferencias y conflictos políticos. En aras de la tan cacareada paz que Maduro pregona, debería acogerse al contenido de esa “intervención humanitaria”, evitando arrastrarnos a más violencia, como en el pasado, para decidir el futuro del país. Eso sí sería ser patriota y civilizado.

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