Tengo la copia de la partida de matrimonio de la abuela de Belén y, al establecer su ocupación, el documento acota, textualmente: “Oficios propios de su sexo” (¡!). Es para quedar en estado catatónico y reflexionar sobre la infelicidad de la mujer en un tiempo y en una sociedad que la consideraba como un ser degradado. Dispongo también de una copia de la partida de nacimiento de la madre de Belén y en ella se afirma que fue presentada por sus padres, registra los nombres y respectivas ocupaciones y hace constar que la ocupación de ella no es otra que la de “oficios del hogar”. En comparación con la ocupación anterior vendría a ser algo así como una paila, no de la cocina ni la del infierno, pero sí del purgatorio. Guardo también mi partida de matrimonio y en ella se dice que Belén es “maestra de danza”, es decir, que tiene y ejerce una profesión. El camino que va desde los “oficios propios de su sexo” a “maestra de danza”, o antropóloga, abogada, diseñadora, relacionista pública, dirigente política, gerente de una empresa o presidente de Fundarte es el que ha recorrido la mujer venezolana en un tiempo que comienza en la cama o en la cocina del infierno y alcanza la dignidad e integridad que hoy ha logrado conquistar. Sin embargo, no todo es idílico: todavía falta por recorrer un largo trecho para que la mujer pueda liberarse definitivamente de los abusos y maltratos del machismo y del dominio paterno o conyugal. Rectifico: no es la mujer la que tiene que hacer el recorrido porque ya lo ha hecho. Es el macho vernáculo el que está obligado a verse a sí mismo. No puede seguir pavoneándose, asediando y maltratando a la mujer. ¡Ya basta!

Yo sería heredero, un hombre rico, si mi mamá no hubiera caído en manos del aventurero que fue mi padre, porque en su momento no era ella la que manejaba su patrimonio: el código civil no la amparaba y entre los desacertados negocios, las amantes y otros desvaríos del aventurero disiparon la fortuna. Mis hermanos mayores conocieron el esplendor y yo aprendí de pequeño a manejar los cubiertos sentado en una mesa en la que no había mucho qué comer. Conocí y practiqué los modales elegantes de una familia rica venida a menos, pero también sufrí los latigazos de una paternidad que podríamos calificar de irresponsable.

Desde la antigüedad, tanto en las mitologías como en su áspera cotidianidad, a la mujer se le han asignado papeles intolerables: ha sido sirena y esfinge, serpiente venenosa. Fue Circe, la hechicera; gorgona y arpía hedionda y repelente. Como la Perséfone griega o la Proserpina de los romanos, reinó feroz e implacable en el imperio de las sombras. Es verdad que también ha sido madre y santa, porque no olvidemos que la chama es la mamá de Jesucristo, pero lo fue en un tiempo en el que la mujer, como mi propia madre, era una sombra, un cero a la izquierda a la hora de ser dueña y de administrar posesiones y bienhechurías; lo que favoreció a los padres de la Iglesia para repudiarla por considerarla impura e inferior. En cierto modo, lo sigue haciendo el papa Francisco (¡que no es santo de mi parroquia!) al negarle el derecho de impartir sacramentos y permitir así que la mujer del siglo XXI continúe arrastrando la culpa de Eva, cuya avidez de conocimiento hizo que me expulsaran del Paraíso. En el contexto de la novela decimonónica, la escena de la mujer seducida se conocía técnicamente como la caída de la mujer, la caída de la virtud. Cuando eran ellas las que escribían libros, los hombres los leían con cierta condescendencia.

He conocido mujeres que enfrentaron la tozudez del marido y desdeñaron la vida gitana pero elegante de la diplomacia o el transcurrir de la diaria comodidad del hogar para buscarse a sí mismas en las complejidades del arte y de la literatura; otras, en los laberintos de la política o de las profesiones liberales, pero también mujeres desvalidas que haciendo un enorme esfuerzo levantaron una familia fregando pisos o cosiendo pantalones en una fábrica.

Algunas mujeres, muchas de ellas adolescentes, son madres solteras o soportan un marido que las gobierna. Hay quienes insisten en que la mujer solo se realiza a sí misma en la maternidad. Pero sabemos que no es así y son numerosas las ocasiones que se le ofrecen para enaltecerse. En todo caso, hay madres amables, bondadosas y sacrificadas; las hay que comen de pie para inspirar lástima; existen las madres terribles, castradoras y autoritarias, y hay madres superioras duras, rígidas y enérgicas con excepción de la madre superiora de la Novicia rebelde que canta “Climb every mountain” y es tan amorosa y comprensiva que estimula la relación de la austríaca María con el aristocrático barón Von Trapp y sus siete hijos!

Mas brutal y engañoso que el amor que dispensan a su propia mujer, ciertos engendros humanos manifiestan con barullo y fanfarria un tramposo y excesivo amor a la patria mientras despedazan los derechos humanos e imponen un pensamiento único; sin embargo, no fue un hombre, sino una mujer, la jueza Dinorah Yosmar González, quien sentó jurisprudencia al sostener que nombrarle públicamente el coño de la madre a alguien no constituye delito alguno y desestimó la demanda que Miguel Henrique Otero había incoado contra un vulgar animador de Venezolana de Televisión.

Se habla también y con frecuencia de una mujer que ha cruzado por la historia lanada la madre de todas las guerras, en alusión a la confrontación que acabará con las que han asolado el mundo. Por el contrario, será la que iniciará la próxima, más devastadora porque se ajustará a una tecnología bélica sofisticada, a un implacable terrorismo político y a un ciego y tenaz nacionalismo que no conocieron las anteriores.

¡Mujer! Todavía no has alcanzado la cima y no creo que un régimen militar, falocrático vaya a hacer mucho en tu beneficio. Esperemos a que el horizonte termine de iluminarse y cuando se acerque, sabremos qué planes trae. Entretanto, le estoy pidiendo a san Agustín del Norte, mi santo favorito, que empuje al machista para que se rompa al menos una pierna y tres costillas al caer de la platabanda.


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