Un país atragantado. Su cruel realidad hace que su futuro sea una decadente muestra de sabor amargo. La Venezuela actual se asemeja mucho al dolor que originó un mecanismo perverso de gobernar. Quienes estaban atiborrados de odio pudieron lograr sus propósitos, jugando con la candidez de un pueblo ingenuo que les creyó.

El cadáver del país aparece en el exhibidor de las oportunidades perdidas, nuestro otrora esplendor claudicó en la voracidad del totalitarismo militarista. Solo nos han dejado despojos del asalto llevado a cabo con alevosía. Una pérfida actuación tramada con la intención de someternos fue triturándonos hasta transformarnos en polvo cósmico; mirarnos en el espejo de todos es un ejercicio de pavor.

Cadavéricos rostros del hambre, huesudas muestras enclenques de ciudadanos que imploran un bocado entre la basura. Pantanal de huesos secos en el paisaje de una República perforada.

Son autómatas desgarrados en su orgullo; avanzan en manadas de necesitados que deambulan entre desperdicios que les parecen un manjar de dioses. Son tantos que las estadísticas solo pueden ser superadas por aquellos que emigran. En las bondadosas tierras hermanas miles de venezolanos encuentran refugio para sus penas.

Es increíble la cantidad de personas que anda por esas calles. Recorren inmensas distancias para hacerse de una oportunidad. Se desplazan por carreteras sin importarles las más duras travesías; el combustible que mueve su espíritu es la necesidad. Son como ejércitos de hormigas que prosiguen su marcha buscando la tierra prometida.

Atrás va quedando una nación desguarnecida. La nación originaria es un recuerdo difuso; sus enormes dificultades son el vertedero de lágrimas con sabor venezolano. Huyeron de una oprobiosa dictadura, un sistema de perversidades que son el componente perfecto de una podrida evangelización revolucionaria.

Ellos crearon un culto con deidades que beben en las aguas pestilentes del engaño. Ante la cruel realidad lo que hicieron fue partir con destino incierto. El espejo del país refleja la decadencia que nos dibujó el despeñadero. Somos rehenes de quienes destilan un profundo odio por la libertad. Quieren seguir rompiéndonos cualquier asomo de independencia, los garantes de la manipulación nos quieren huyendo o postrados frente al dictador. Que nos despedacemos en nuestras dudas hasta hacer que la desesperanza cunda en nuestro ánimo. Somos una nación convertida en epicentro del fracaso revolucionario.

El discurso incendiario arrasó con nuestro futuro. La Venezuela herida en su alma resiste. Saca fuerzas de su pasado para volver por sus fueros. Necesita urgentemente de un liderazgo a la altura de su pueblo. Que antepongan los intereses de la nación por encima de sus protagonismos. Liderazgo con rostro de compromiso con los más vulnerables. Es prioritario lograr que podamos librarnos de la pesadilla, de esta forma retornarán los venezolanos a su patria…

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