A lo cavernícola. El periodismo es una profesión incómoda. Contar lo que sucede, tratando de hilvanar la verdad, causa desagrado en los personajes públicos que son objeto de información al cumplir con uno de los atributos de la noticia: el interés general. Ese desagrado responde en gran medida a la falta de entendimiento en cuanto a que los comunicadores no son responsables de los hechos. El debate podría centrarse en la forma de transmitir los mensajes, pero es ligero, inmaduro e injusto eximir a quienes ejecutan las acciones y cuestionar a quienes las relatan.

En tal sentido, esta semana se registró un episodio digno de comentar. Ocurrió el martes en una alfombra roja realizada en Los Ángeles, donde Eduardo Yáñez cacheteó al reportero del programa El gordo y la flaca, Paco Fuentes. La génesis fue una pregunta al actor mexicano sobre su hijo, quien a través de las redes sociales solicitó ayuda económica para reparar su carro después de un choque. Sirva como antecedente que las relaciones filiales no son buenas.

El caso es que, frente a la interrogante, Yáñez respondió descalificando el trabajo de la prensa. Fuentes le contestó y el artista pasó de la violencia verbal a la física, con el golpe que hizo trastabillar al periodista. Lo sucedido fue transmitido en diferentes programas.

El jueves, a las 8:45 am, el actor tuiteó: “Quiero pedir una sincera disculpa al público y a la persona afectada por mi acción. No fue la correcta. Mi vida personal no está a la venta”.

Minutos después, el influyente comunicador Jorge Ramos opinó en la misma red: “Nada, nunca, en ninguna parte, justifica una agresión a un periodista, venga de un actor, presidente o gobierno. No normalicemos la violencia”. Y volvió Yáñez: “Sí, es que ustedes son intocables”, con lo cual puede evaluarse la sinceridad de la disculpa.

El incidente, como hecho aislado, ya resulta repudiable, pero adquiere otro matiz al tratarse de alguien denunciado en 2009 por su ex esposa Francesca Cruz por violencia doméstica y señalado por su propio hijo, quien ha declarado que su padre es “drogadicto y golpeador de mujeres”.

Ahora, lo peor es que haya gente capaz de justificar tal comportamiento. Esos que apoyan a Yáñez: ¿están de acuerdo entonces con que alguien del público lance objetos contundentes contra un cantante porque desafinó? ¿O con que un espectador golpee a un actor porque no le satisfizo su interpretación? ¿O con que un gobernante aprese a un ciudadano porque no comparte su pensamiento? La integridad nace de la coherencia. Siempre hay que repudiar la violencia.


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