Esta expresión es usada por los anglosajones cuando quieren significar que todo sigue normal, a pesar de haber ocurrido algo inesperado y/o calamitoso. ¿Cabe esa expresión después de la catástrofe política que ocurrió el 15 de octubre pasado y después de la insólita juramentación de cuatro gobernadores opositores ante la ilegítima asamblea constituyente?

No es este el espacio para rememorar y analizar lo acontecido en los últimos quince días, de lo que se trata es de avizorar qué viene después. Especialmente en el mundo opositor.

Por lo pronto, no comparto la tesis de un regreso a una ficticia normalidad y a una engañosa unidad, pues la oposición está más fragmentada que nunca y no se puede decir que alguien salió airoso de las recientes tribulaciones sufridas por los adversarios del chavismo.

En la acera de enfrente, hay buenas razones para sentirse ganadores, pero la pérdida total de lo que quedaba de imagen democrática y el desastre económico, social, sanitario y humanitario no permite a los seguidores de Nicolás Maduro mayor optimismo. Ese mismo desastre obliga a los opositores a tomar decisiones y no cabe pensar que todo debe continuar como antes.

La MUD ya no existe y eso significa que la oposición tiene que redefinirse y enfrentar los siguientes retos:

1.- Crear un organismo de dirección colectiva y definir una eventual candidatura presidencial. El partido Voluntad Popular ha planteado unas elecciones primarias para elegir al líder de la oposición que sería también el próximo candidato presidencial. La idea de consultar al pueblo opositor es inobjetable y, diría yo, indispensable. Pero creo que no debe confundirse la conducción de la oposición con la eventual candidatura presidencial. Una cosa es la gimnasia y otra la magnesia. Primero, se trata de dar legitimidad a quienes son o pretenden ser líderes y acabar con la vocería autoproclamada de quienes dicen expresar “lo que quiere el pueblo”. No podemos seguir remitiéndonos a resultados electorales añejos o a la integración de la asamblea nacional elegida hace dos años y fruto de acuerdos políticos, aunque excepcionalmente se consultó a los electores. Tampoco basta ponderar encuestas y mucho menos la reciente escogencia de los candidatos a gobernador cuando muchos líderes naturales se encontraban inhabilitados. Todas estas referencias tienen algún valor, pero nunca podrán sustituir una consulta directa. Tampoco se trata de escoger un jefe único, más lógico sería elegir un líder, pero como parte integrante de una dirección colegiada en cuya composición debe ser determinante el peso ponderado de cada una de las organizaciones políticas. También podría aprovecharse la consulta para renovar los partidos políticos tal como lo señala la Constitución.

2.- La candidatura presidencial es otra cosa. Podría ser seleccionada en la misma consulta y los mismos aspirantes al liderazgo podrían postularse, pero también caben otras opciones y no debe descartarse el recurrir a una candidatura independiente.

3.- La oposición está de acuerdo con la necesidad de sustituir un régimen dictatorial, corrupto, inepto y entregado al narcotráfico, pero debe dar respuesta única a dos preguntas: ¿cómo y para qué? Alcanzado este consenso debe definirse la naturaleza de la negociación que debe establecerse con el gobierno, sus tiempos y modalidades. Debe descartarse la pueril tesis de que “con delincuentes no se negocia”. El punto debe asumirse como la negociación entre los secuestradores y la familia del secuestrado.

4.- La salida del gobierno no es un problema meramente político. En su implementación la sociedad civil organizada tiene que tener un papel estelar. Tanto a través de su participación en la consulta popular como en los organismos de dirección que se establezcan.

5.- Deben explorarse y definirse todas las formas de lucha que están planteadas. La vía electoral, no descartable a priori, está cada vez más difícil, pero caben múltiples formas de protesta ante la destrucción del país que se viene operando. La oposición debe volcarse a las luchas sociales. No debe haber miedo a continuar emplazando a la Fuerza Armada para que cumpla con su deber de hacer respetar la Constitución y no permita la entrega de la riqueza petrolera y minera a potencias extranjeras.

6.- Por último, debe plantearse con claridad que la unidad es una aspiración lógica y que debemos buscarla. Pero no debemos hacer de ella un fardo que nos pueda hundir. La unidad es fruto del consenso, pero no a costa de cualquier concesión. Establecer las metas y los medios para alcanzarlas puede conducir a que algún sector quede fuera. Eso no es bueno, pero peor es mantener una alianza artificial que se rompa o interrumpa al gusto de cada aliado.

Se trata, con las limitaciones que tiene quien escribe desde fuera de Venezuela, de aportar ideas para un debate que tiene que darse y rápido. El país tiene derecho de exigir a la dirigencia menos ambiciones y más desprendimiento, menos improvisación y más reflexión y mesura, menos polémica y más autocrítica, menos sectarismo y más amplitud, mayor “disciplina republicana” y menos protagonismos personales.


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