Siendo estudiante universitario en Chile, recuerdo dos oportunidades en que vi a Eduardo Frei (padre), siendo presidente de la República, caminando tranquilamente por la calle, mientras la gente lo observaba como si ese hecho fuera lo más normal del mundo. Posteriormente, aunque en tiempos más convulsionados, también vi a Salvador Allende, por primera vez cuando él era presidente del Senado, en frente de la casa principal de la Universidad de Chile, y luego, ya siendo presidente de la República, tres o cuatro veces en la calle, caminando con alguno de sus ministros o con algún parlamentario amigo. Ese hecho, que podía ser inusual en otros países, no tenía nada de novedoso. Años después, recuerdo que, en La Haya, caminando con un grupo de amigos, alguien nos señaló a una persona que se desplazaba en bicicleta y que, según se nos informó, era un ministro de Estado. La historia viene a cuento pues nunca he sabido que Nicolás Maduro se haya ido a caminar por la avenida Urdaneta, sin escoltas y sin estar rodeado de sus colectivos armados.

Imagino que, para los políticos, siempre debe ser interesante encontrarse, casi casualmente, con su pueblo; y supongo que ir al estadio, o a otro sitio en el cual ese político pueda darse un baño de multitudes, debe ser inmensamente gratificante, a menos que lo vayan a insultar o agredir, como ya le ha ocurrido a Nicolás Maduro en el estadio, en San Félix, en la isla de Margarita y en otros sitios. De manera que es comprensible que, para evitar sorpresas desagradables, el actual líder de “la revolución bonita” prefiera el espacio más seguro del Fuerte Tiuna, o las transmisiones en cadena, con un público cuidadosamente escogido y obligado a aplaudir sus ocurrencias.

Entiendo que Nicolás Maduro y Cilia Flores tendrán aseguradas sus cajas CLAP y que, por lo tanto, no tienen que hacer cola para comprar alimentos; además, me imagino que, para adquirir otros productos, dispondrán de alguien de la Casa Militar que lo pueda hacer por ellos o, en caso necesario, podrán pedirle a su amigo Raúl que les envíe azúcar. De alguna manera, la pareja presidencial va a contar con todo lo que requiere, sin exponerse a toparse con un vecino o un amigo de la infancia que no tenga la misma suerte. Sin embargo, por mucha prudencia que se tenga, en algún momento tendrán que salir de su escondrijo y dar la cara.

Tampoco he sabido de que alguno de los otros próceres de la revolución, o sus parejas, hagan cola para el mercado, tengan que ir de farmacia en farmacia buscando una medicina, o deban pararse en frente de un cajero automático para intentar conseguir algo de dinero en efectivo. ¿Habrá algún automercado que les abastece a domicilio y les suministra todo lo necesario, a precios que pueden pagar con sus modestos sueldos? ¿Hay alguna ventanilla del banco reservada solo para atender a las figuras del régimen, sin restricciones en cuanto al monto del dinero en efectivo que pueden retirar?

Lo cierto es que, en las calles de la Venezuela de hoy, en medio de los ciudadanos que van o vienen de sus distintas ocupaciones, difícilmente vamos a encontrar a un político de la nomenklatura. Para no exponerse a la ira popular y no tener que darle explicaciones al hombre de la calle, todos ellos se han encerrado en el único búnker que hoy les permite aislarse de la realidad, sin tener que mirar a los ojos a los venezolanos. Por ahora, en esa madriguera, en pleno corazón de Caracas, no tienen que enfrentarse al juicio del hombre común, ni tienen que rendir cuentas de sus actos; allí pueden vivir en un mundo de fantasía, creyendo que son amados por su pueblo, que lo están haciendo fantástico, y que son tenidos como hombres y mujeres honestos. Pero la gente de la calle tiene una opinión muy distinta, y el chavismo lo sabe.


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