Si las elecciones brasileñas de este domingo 28 de octubre confirman la victoria de Jair Bolsonaro, por lo menos por ese 20% de ventaja que Datafolha le atribuye en las preferencias ciudadanas por sobre su rival del lulismo, Fernando Haddad, se habrá verificado un mentis a la conseja de quienes sostienen que, en política,  los milagros no existen.

Para el actual líder de la oposición brasileña, hoy seguramente refrendado en las urnas, sobreponerse a la brutal campaña mediática desatada en su contra por el progresismo mundial y el odio desatado por el castrolulismo que se saldara con un criminal atentado que por poco no le cuesta la vida, es uno de esos raros milagros.  

Si hasta un medio de centroderecha, como La Tercera de Chile, se vio en la obligación de redundar ad absurdum llamándolo “derechista ultraderechista”, imagino que con la ingenua intención de salvar su propio pellejo y el de la derecha chilena, siempre acomplejada ante el castrocomunismo nativo disculpándose a cada paso por haber salvado a su país de la siniestra entronización de un régimen castrocomunista, vale decir: devastador como los de Fidel Castro, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, mediante un golpe de Estado y un gobierno militar, naturalmente de derechas, es fácil imaginar la disposición de los comités redaccionales de los medios “progresistas”, “pobresistas” y “bienpensantes” del mundo a los que incluso el adjetivarlo de ultraderechista les ha parecido insuficiente.

Racista, homófobo, antifeminista, machista, asesino y troglodita son algunos de los epítetos más suaves con los que lo ha distinguido la Intelligentzia mundial y el socialismo de todo pelaje: vaticano o habanero. De fachista a secas lo catalogó el venezolano Moisés Naim en su famoso programa de televisión. Condenarlo a saco, despreciarlo, minimizarlo y convertirlo en un monstruo ignorante, salvaje, devorador de niños, violador de vírgenes, golpista contumaz, militarista reaccionario y enemigo de toda cultura: esa parece haber sido la orden impartida desde las alturas del progresismo universal que nos invade para frenarlo, entorpecerlo y llevarlo al fracaso de su intento. Ni Maduro ni Chávez ni jamás Fidel o Raúl Castro recibieron el mismo trato por los medios medios y personajes.

¿Cuánto habría costado una campaña de estas dimensiones, llevada a cabo por los principales periódicos y medios del planeta, todos al servicio de una ideología ya universalizada, supra capitalista, que ha hecho leit motiv de la defensa del democratismo clintoniano, el izquierdismo papal, la alcahuetería y colaboración con los regímenes dictatoriales de izquierdas, el comunismo, la homosexualidad, la transgénesis, la drogadicción y otras yerbas de similar calado que el líder brasileño ha sabido enfrentar a pecho descubierto, conquistando la voluntad mayoritaria de su pueblo, el brasileño? 

Hoy corona Bolsonaro un ingente esfuerzo continental por sacudirse las lacras del castrocomunismo en sus distintas versiones. Sin tener el colosal arrastre de Bolsonaro, las victorias de Macri, Piñera y Duque sí han contribuido al empuje recibido por las derechas latinoamericanas – incluso inconscientes de si mismas en tanto derechas, de lo que representan en el concierto regional y por ello mismo , carentes de una estrategia continental y por lo mismo descordinadas entre ellas mismas, como sí sucede con las izquierdas marxistas latinoamericanas amparadas por el Foro de Sao Paulo. Es el impulso de un  nuevo liderazgo, tributario también del enorme impacto que la figura de Luis Almagro, situado más allá de toda ideología, le ha infundido a la región desde la cabecera de la Organización de Estados Americanos, OEA. Por primera vez en su ya larga historia, los gobiernos latinoamericanos han recibido un claro mensaje de respeto irrestricto a los derechos humanos, a las obligaciones sociales y políticas a que les obliga la Carta Democrática y, sobre todo, la responsabilidad que les cabe en cautelar el reinado de la ley, la Constitución y las tradiciones democráticas en sus respectivos países. El de hoy es un poderoso mensaje al castrocomunismo en todas sus vertientes. América Laatina está diciendo ¡basta!

Todo esto sucede bajo la tragedia de una intolerable contradicción: Venezuela, que fuera el primer país en oponerse desde un principio, frontalmente y en todos los planos y a todos los niveles, victoriosamente,  a la tiranía castrocomunista cubana gracias exclusivamente a la conciencia histórica de su más grande y uno de los más grandes estadistas latinoamericanos de todos los tiempos, Rómulo Betancourt, sufre hoy del arrase devastador provocado por la ocupación de las tropas invasoras cubanas –en 22.000 las calcula el secretario general de la OEA, Luis Almagro–, la alta traición de sus militares –situados en las antípodas de la conciencia y la grandeza histórica de las fuerzas armadas chilenas y brasileñas– y la complicidad de los agentes del castrocomunismo de toda proveniencia. Al extremo de que, como lo afirmara recientemente el analista cubano norteamericano Carlos Alberto Montaner, los venezolanos no podemos dar un paso sin que lo sepan, lo controlen, lo permitan o lo prohíban esas decenas de miles de espías y agentes de los servicios secretos de seguridad asentados en territorio venezolano. Suficientes, según Montaner, como para controlar el gobierno puesto al servicio de la tiranía cubana. Lo que vienen haciendo desde 2004.

Es de esperar que el triunfo de hoy de Jair Bolsonaro no solo sacuda las conciencias del mundo, sino sobretodo los de la región, adormecidas como para tolerar la colonización de Venezuela por Cuba y negarse a respaldar la solicitud de Donald Trump a que lo acompañen expulsando esas tropas invasoras de Venezuela y ayudándolo a restaurar la democracia y el Estado de Derecho en nuestro país. La esperanza, dice el refrán, nunca se pierde. Es la nuestra. Que esta victoria venga a fortificarla.


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