Ahora viene la culminación del trabajoso ascenso, que a él casi que le ha costado por milímetros su propia vida. Todos contra Bolsonaro será la obvia consigna con la que el buenismo brasileño, latinoamericano y occidental alineará sus filas para traicionar esta indiscutible victoria y arrebatarle el triunfo que él, Brasil, América Latina y el hemisferio se merecen. Para este necesario renacimiento que todos, o casi todos, exigimos. Esperemos que su fuerza de arrastre sea capaz de terminar por sacudir las últimas conciencias y el 28 de octubre arrebate. Será un justo premio, un rearme y el comienzo de una arremetida final por la libertad. Que Dios lo guarde.

“Sonríe Jair Bolsonaro: en Brasil nunca se dio vuelta una elección presidencial en el balotaje”. Clarín, de Buenos Aires.

Hubo momentos en que las buenas conciencias del progresismo mundial, esa cáfila multicultural y multilingüística de alcahuetas y aliados del castrocomunismo a escala global, coronadas en versión inglesa por The New York Times y en la nuestra, pedestre, en español, por El País, de España, que en las últimas horas de esta tarde lluviosa y dominical temblaron ante la posibilidad cercana e inmediata de que el nuevo líder brasileño Jair Bolsonaro ganara directamente y sin más cuentos en la primera vuelta. Aplastando de un solo envión y para que no quedaran más dudas del significado de su incontestable victoria sobre la gigantesca, enconada y monstruosa campaña de los bien pensantes contra su creciente poderío. Un tremendo y colosal empuje sostenido por el cansancio, el hastío y la indignación contra tanto tartufismo inquisitorial, tanta hipocresía izquierdosa, tanto aguante ante los abusos del marxcapitalismo global. En nuestro continente, que era el que estaba en juego, tanta complicidad con las siniestras tiranías de Cuba, de Venezuela, de Nicaragua. Tanto lamerles suelas a los Evos y los Correas, los Lulas, los Kirchner, las Dilmas, las Bacheletes. Una complicidad que abarca desde los despachos del liberalismo melindroso hasta las sacristías vaticanas. Estuvo a un tris de lograrlo. Le faltaron algunos pocos puntos y décimas. Una pena. Poco más de 46% de los electores mató al tigre. Casi 4% le tuvo miedo al cuero.

Los casi 20 puntos de ventaja sobre su inmediato competidor, el mascarón de proa del encarcelado Lula da Silva y figurón académico sobreviviente del Foro de Sao Paulo, Fernando Haddad, dan prueba del rechazo casi global heredado por su candidato, su candidatura y su partido. Si bien el golpe, en rigor, le fue propinado al sindicalista brasileño, comunista edulcorado y peón del castrochavismo en América Latina, Luiz Inácio Lula da Silva, electo gracias al financiamiento venezolano y columna vertebral de su sostén para el montaje de la peor tiranía que ha conocido la región en este siglo. El tercer puesto conseguido por su candidata a diputada y defenestrada ex presidente Dilma Rousseff es el justo castigo a tanta impostura, tanto abuso de poder, tanta corrupción. Un vuelco de un país cansado por la letanía editorialista del pobresismo, el LGBTeísmo y todas las yerbas del catálogo de las izquierdas, que tanta mella han hecho sobre el desarrollo de nuestro hemisferio en las últimas décadas. Recién despierta por el aldabonazo de Donald Trump y las tímidas reacciones de un liberalismo que no termina por encontrar su verdadera identidad en figuras acorraladas en el centro político por las izquierdas y el socialismo endémico de un continente enfermo tras doscientos años de historia bolivariana.

Pues Bolsonaro tiene la inmensa virtud de emerger como un san Miguel Arcángel y no de un san Francisco de Asís, pues nuestros enemigos no están en la barbarie de una sociedad subdesarrollada, sino en las siniestras elucubraciones del Manifiesto comunista y La historia me absolverá. Anidando sus larvas en los pliegues de las academias. No aparece, pues, con una rama de olivo, sino con una lanza flamígera. Es la profunda diferencia que lo marca, en el escenario político latinoamericano, de los presidentes de centroderecha: Mauricio Macri, Sebastián Piñera e Iván Duque. No se queda en los alrededores: va al meollo del asunto. Y antes de encubrir su afinidad con la dictadura, para calmar y medio convencer a sus inconmovibles adversarios, la resalta. Sigue, posiblemente fiel al legado de Juan Donoso Cortés, sin conocerlo, su apotegma de que si la legalidad basta para salvar a la sociedad, la legalidad: si no basta, la dictadura. Con la inmensa ventaja para él de que con su mensaje sin medias tintas, baboserías y cumplidos logró afincarse en la legalidad. Bravo por Bolsonaro. Más vale una justa y vengadora legalidad que una injusta y bárbara dictadura.

Ahora viene la culminación del trabajoso ascenso, que a él casi que le ha costado por milímetros su propia vida. Todos contra Bolsonaro será la obvia consigna con la que el buenismo brasileño, latinoamericano y occidental alineará sus filas para traicionar esta indiscutible victoria y arrebatarle el triunfo que él, Brasil, América Latina y el hemisferio se merecen. Para este necesario renacimiento que todos, o casi todos, exigimos. Esperemos que su fuerza de arrastre sea capaz de terminar por sacudir las últimas conciencias y el 28 de octubre arrebate. Será un justo premio, un rearme y una arremetida por la libertad. Que Dios lo guarde.


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!